El INE se ha tocado de alguna u otra manera en el trascurso de su existencia. Lo que nunca había pasado era que se proyectara una amenaza desde la Presidencia de la República, un llamado a desaparecerlo, a terminar con lo que ha servido y generar una entidad que organice las elecciones para el gobierno de López Obrador y sus secuaces. La fantasía de regresar al pasado que habita en la mente –por decirlo de alguna manera– del Presidente, en ocasiones, toma visos de realidad cuando pretende llevar a cabo sus desvaríos.
Como todos sabemos y es comprobable, el Presidente es un hombre de rencores. Lo habita la ponzoña y el veneno, el ánimo de revancha, la amargura de la derrota, la hiel de la envidia. Todo lo que hace está impulsado por esos resortes. Atrás de la apariencia que quiere dar del viejito humilde y sencillo, del inofensivo predicante del amor al prójimo, se esconde un verdadero tumulto de agravios y recelos con la vida verdaderamente violento, incapaz de ejercer la Presidencia por llevar a cabo el cobro de lo que considera ofensas. Lo sucedido con el escritor Juan Villoro es una muestra de lo anterior y que comprueba la mezquindad presidencial. Dicho esto, es claro que el INE entra en esta vertiente de su política personal. La derrota que sufrió en 2006 no la perdona. Le importa más haber perdido que haber ganado, incapaz de celebrar un logro que vive en la memoria de lo que él considera un atraco. Pobre hombre.
El INE es mucho más que una elección, sea de 2006 o la de 2018 que llevó a Palacio Nacional al señor López Obrador. El INE es el reflejo de nuestra joven democracia: imperfecta, sí, pero absolutamente solvente. Es también el testimonio de que las cosas se podían hacer bien y de manera distinta a lo que sucedía en los tiempos de autoritarismo priista. Los mexicanos no tenían una identificación que fuera confiable entre ellos y hasta para las autoridades, hasta que llegó la credencial para votar que hoy es una identificación infaltable para cualquier ciudadano, vote o no. De ese tamaño ha sido la aportación de miles de ciudadanos en la creación y mantenimiento del INE.
El INE se queda. No importan los deseos del Presidente en sus fiebres de venganza. El INE se queda porque es importante para los mexicanos. El INE se queda porque es la garantía de que los votos se cuenten, de que la gente confíe en la valía de su sufragio. El INE se queda porque da vida a los partidos políticos, malos y mediocres, pero vigilados por la autoridad electoral. El INE se queda porque trasciende presidentes. El INE se queda porque no es creación de un neoliberal o de un enemigo del actual Presidente, sino del esfuerzo conjunto y dedicado de mexicanos que, por ser ciudadanos comunes y corrientes, tienen más valor cívico que el actual Presidente. El INE se queda porque el esfuerzo de hacerlo viene desde que el actual Presidente militaba en el PRI autoritario y se les enfrentó con valentía y con ideas. El INE se queda porque se construyó en contra de personajes siniestros como Bartlett y el Presidente, porque no es extraño que siempre que se trata de defender a las instituciones democráticas y el valor de los votos, ellos estén del lado contrario que los ciudadanos.