Se sabe. Una vez llegado a la cima, comienza la bajada. El asunto está en saber bajar, algo tan importante como saber subir. El caso de Arturo Zaldívar es un claro ejemplo. En un país que cuenta con cientos de miles de abogados, Zaldívar llegó a la cima de la profesión. Primero, como ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y, después, como presidente de la misma. Solamente un puñado de abogados llega a esas cumbres. No hay nada igual en otra profesión con tal relevancia.
Es ocioso querer descalificar a Zaldívar como abogado. Fue siempre un profesionista distinguido que destacó por su inteligencia y capacidad en la materia. Fue abogado de banqueros en el tema del Fobaproa. Desde mucho antes de entrar a la SCJN era un hombre reconocido en su ámbito y no tenía necesidad alguna de dinero, pues en el ejercicio de su profesión había obtenido suficientes recursos para ser considerado una persona acaudalada.
Su ingreso en la Corte fue una gran noticia para los progres que realmente lo alababan por enfrentar casos emblemáticos contra el Poder Ejecutivo. Los progres dividían su encanto entre el propio Zaldívar y otro ministro destacado y némesis del hoy vocero de Claudia Sheinbaum: José Ramón Cossío. Todo era felicidad. Zaldívar sabía que formaba parte de la historia. Pero la ambición es un motor que no se apaga. Con el triunfo de López Obrador el otrora abogado de los banqueros mexicanos decidió dar el paso a la política. Ser presidente de la Corte, sí, pero también un aliado del Presidente para colarse a la actividad política. ¿Para qué? Eso lo sabe él, pero el resultado no parece ser muy alentador para el propio expresidente de la SCJN. Nunca se dio cuenta de que el Presidente no tiene aliados, sino subordinados, y rápidamente quedó colocado en esa lista. Su conversión en militante de la 4T fue la manera que escogió para bajar de la cima abogadil.
En su descenso, Zaldívar quiso hacer una maniobra para quedarse dos años más en la presidencia de la SCJN y servir así hasta el final a su líder político. El escándalo que se desató alrededor de esta intención lo impidió, pero Zaldívar ya había dado el paso a la militancia. Renunció tiempo después a su puesto para ingresar a la política militante. Eso no deja de sorprender. Se entiende que todos tenemos inquietudes, pendientes en la vida. A los 63 años, don Arturo decidió que era momento de salir en la tele, de formar parte de un grupo de políticos y procurar alimentar su autoestima que no había obtenido lo suficiente con su puesto en la Corte. Él sería soldado de la primera línea. Dejó la historia y encarnó la histeria.
Desde hace unas semanas se oyen en programas de corte político los grititos histéricos de un sujeto que denuncia que lo interrumpen, que no lo dejan hablar, que le repongan el minuto de tiempo. Es el licenciado Zaldívar. Con ansias de novillero para quedar bien con su ahora jefa, Claudia Sheinbaum. Él quiere pegarles a los enemigos de la doctora, él pone el pecho, saca el cuchillo, está dispuesto a revolcarse en el fango para que lo volteen a ver como si fuera líder juvenil y digan “qué bueno es Arturito, qué valiente y qué capaz, merece estar cerca”. El problema es que el exministro Zaldívar le está costando mucho a la doctora sin todavía abonarle nada. El tipo está metido ya en escándalos de gran proporción. La mensualidad de casi doscientos mil pesos que cobra como retiro (de lo cual la propia Sheinbaum ya se desmarcó) y ahora la inédita investigación que abrió la SCJN por posibles manejos de corrupción.
Las decisiones en la vida pública tienen costos y no hay manera de no lastimar a nadie. Cuando uno sube deja heridos en la subida y cuando se va a bajar también. Creer que Sheinbaum tiene para pagar los costos de todos los que se suban a su campaña es un error. Ella no tiene por qué pagar por errores ajenos sin siquiera haber comenzado. Veremos hasta dónde alcanza la red que le pueda lanzar AMLO, pero esa red no parece pescar nada en la Corte. Por lo pronto, Zaldívar se ha convertido en un lastre para la campaña de Sheinbaum.