Digámoslo claramente: cuando hablamos de Manuel Bartlett, hablamos de un perfil criminal. Hombre siniestro que está mezclado en diversos escándalos, pretende ahora que se olvide su pasado y se le juzgue por sus conocimientos en materia energética. Pero su pasado es más grande que su astucia, su ambición y su capacidad para manipular a personas de consciencia débil y ética variable.
Manuel Bartlett es un personaje, cuyo nombre en la historia será de color negro. Siervo de Salinas, lacayo de De la Madrid, fue lo que se conocía como un hombre del sistema, especialista en trabajos sucios que iban desde la abierta amenaza, a la represión, la censura, el homicidio, el chantaje y, por supuesto, el fraude electoral.
Como resultado de su nombramiento al mando de la CFE por parte del presidente más votado en las últimas décadas, ha resurgido la memoria de las elecciones del 88, en las que este sujeto orquestó un fraude del que no se supieron los resultados reales. El que sea compañero de equipo de una de las hijas de los defraudados en ese entonces, puede generar más morbo, pero de ninguna manera matiza la responsabilidad del señor. Hombre violento de reacciones irascibles, está envuelto en asesinatos que hicieron historia en el México de fines del siglo pasado, aunque no se le haya probado nada. El asesinato del periodista Manuel Buendía, cuya autoría se fincó a uno de sus subordinados, el director de su policía, José Antonio Zorrilla, lo sigue persiguiendo. A instancias de Bartlett, Zorrilla fue candidato a diputado por el PRI. Lo mismo que el secuestro, tortura y asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena a manos de narcotraficantes. No deja de ser curioso el encumbramiento del narcotráfico cuando Bartlett fue secretario de Gobernación. Son públicos los amagos a periodistas, las amenazas contra familiares, si publicaban tal o cual reportaje que lo involucraba.
Como buen delincuente, Bartlett encuentra atajos, coartadas para salir bien librado. Se deslindó de su exjefe Salinas, se fue distanciando del PRI conforme éste bajaba en el ánimo nacional hasta que encontró cobijo en López Obrador. Siempre a la búsqueda de fuero, lo mismo fue secretario que gobernador o legislador en los más de cincuenta años que militó en el PRI. Encontró un tema en el cual refugiarse: el nacionalismo energético. Ahora pretende que su pasado sea borrado y solamente se hable de él sobre sus posturas en el asunto de la energía. Ya calificó de estúpidas las críticas que se le hacen. Esa sola reacción pinta de cuerpo entero a este mafioso, que si hubiera tenido una pistola a la mano –a saber por qué no la traería– le disparaba al que le hizo la pregunta.
El nombramiento de este hombre ha suscitado una enorme cantidad de rechazos. Es comprensible que para cualquiera, haya votado, o no, por López Obrador, le parezca bochornoso tener en su gobierno a alguien sospechoso de diversos delitos tan graves para libertad de nuestro país. El presidente puede nombrar a los colaboradores que a él le parezcan bien. Pero los ciudadanos tenemos todo el derecho de quejarnos y de señalar lo que no nos parezca, le guste o no al nuevo presidente el ejercicio de esa libertad ciudadana.
En las redes, el actor Gael García dijo, y con razón, que votó por López Obrador, pero que eso no significa que no pueda repudiar el nombramiento de Bartlett. El voto no significa carta abierta para todo. El triunfo aplastante en número de votos no cancela la consciencia de los votantes ni su derecho a la crítica.
Somos lo que traemos a cuestas. Bartlett trae un fraude descomunal, su servicio a los perversos gobiernos del PRI y, que se sepa, un par de asesinatos. Pero el tipo quiere que se le pregunte a cómo va a estar el kilowatt. No se puede. Su pasado lo condena.