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Culiacán: el punto de genuflexión

Culiacán dejó en claro que al Presidente le importa más su imagen que la seguridad de los mexicanos.

Nadie hubiera esperado que a sólo diez meses de empezar su gobierno y ya habiendo capoteado un par de problemas graves, el presidente López Obrador se encontrara en una crisis como en la que se encuentra sumido de unos días a la fecha. Nadie hubiera deseado que llegara como llegó. Culiacán, marcará el gobierno del tabasqueño por lo que resta del sexenio: hay un antes y un después de Culiacán. Las cosas que pasaban antes "de" y las que se dieron después "de". A cualquier gobierno le toca lidiar con las desgracias y con la canalla criminalidad; el actual no tendría por qué ser la excepción. Sí, la situación es difícil, se les entregó un país en problemas, pero ellos minimizaron todo a consignas y dicharachos y el resultado está a la vista: el problema ha crecido y el gobierno no atina más que a usar sus recetas que son insuficientes en algunos casos, indignantes en otros. De cualquier manera, desde aquel jueves vemos a un Presidente desbordado, desesperado tratando de desviar el tema, pero eso no será posible. Veamos.

Culiacán mostró el descontrol interno en el que se mueve el gobierno lopezobradorista en quizá su área más sensible: la seguridad. Desorden, falta de control, de información, de responsabilidades. Todo en una exhibición.

Culiacán enseñó a un Presidente desentendido de los problemas, un Presidente que prefiere subirse a un avión para esquivar el tema, que meterse a fondo en el problema.

Culiacán dejó en claro que al Presidente le importa más su imagen que la seguridad de los mexicanos.

Culiacán reveló lo que era un fuerte rumor: Alfonso Durazo no manda en esa secretaría y, peor aún, ni siquiera está informado.

Culiacán mostró a un gobierno incapaz de enfrentar una crisis aunque sea con costos. Prefirió mentir a la nación en un momento de fragilidad general, que asumir alguna responsabilidad sobre lo hecho.

Culiacán, lo que vio el mundo ese día, no es un problema entre fifís y chairos, entre conservadores y los de izquierda, o Madero con Huerta, es un problema del Estado mexicano con el crimen organizado y el gobierno se niega a asumirlo de esa manera y el Presidente cree que le puede dar la vuelta con chistes malos y burlas grotescas.

En efecto, lo sucedido en Culiacán reforzó la idea de la molestia militar por la manera en que el gobierno y su comandante se desentienden de ellos. Ya lo dije en este espacio: el Presidente primero exhibe a un militar que condena a un criminal.

Culiacán muestra que el gobierno no dimensiona el problema a cabalidad y permite que el Presidente haga juegos contraproducentes, como la delirante investigación a tuiteros.

Culiacán es la base de los demás problemas en las semanas que le han seguido: la absurda idea golpista que el Presidente sugiere, las traiciones a la patria.

De Culiacán, del mal manejo que han hecho de ese problema, derivó el abierto enfrentamiento con la prensa que nada bueno dejó, más que la imagen de un Presidente intolerante y fuera de sí.

De Culiacán salió una imagen internacional de este gobierno rebasado por la violencia de los delincuentes. En este sentido se irá sumando todo lo que suceda y, para desgracia de todos los que no estamos de este lado, son los criminales los que deciden sus acciones.

Finalmente en Culiacán quedó claro que el gobierno de López Obrador tuvo con el crimen organizado su punto de genuflexión.

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