La verdad: no fui a Tlatelolco el dos de octubre de 1968. No estuve presente. Ni hablar, he cargado mi vida con ese peso de no haber estado donde estuvieron todos. La principal razón es porque en esa fecha yo tenía dos años. Y pues no fui.
Fue muy significativo ese día y ese año para la juventud en gran cantidad de países, en los que la lucha por la libertad en muchos aspectos de la vida, generó un radical cambio de época. Sin embargo, siempre me llamó la atención que la mayoría de las personas que participan en los medios y en la política, por lo menos los últimos treinta años en nuestro país, resulta que fueron parte "del movimiento" y que estuvieron ese fatídico dos de octubre en la plaza de las Tres Culturas. Sin importar su filiación política, sus ideas de ese entonces o las actuales, todos estuvieron arriesgando el pellejo ese día, según cuentan ellos mismos.
Salvo los que pensaban que los muchachos estaban infiltrados por el comunismo o que el movimiento se les había salido de las manos a los estudiantes, pero que estuvieron contra la represión, todos los demás resultaron aguerridos estudiantes de indomable espíritu libertario. De haber ido todos los que juran haber estado ese día no hubieran cabido ni en el Azteca. Un tipo algún día me contó que él iba a sacar su pasaporte a Relaciones Exteriores que estaba allí en Tlatelolco. Vio las famosas bengalas y corrió a refugiarse junto con otros estudiantes en una casa de una señora que nunca volvió a ver porque un día que fue, como cinco años después, para agradecer, la señora ya no vivía allí. Nunca le creí porque otro día lo oí decir que estaba en el edificio Chihuahua. Hubo otro que en una reunión nos juró que fue y cuando le dijimos, no mames tenías año y medio, nos contestó que sus papás lo llevaron en carriola. Y es que resulta que todos vieron las bengalas, oyeron los disparos, vieron militares con una guante blanco en la mano y la gran mayoría conocía a Regina, la edecán de las olimpiadas que murió como resultado de la balacera gubernamental.
A parte de ser una tragedia, el dos de octubre de 1968 ha sido en este país el gran pretexto para la mentira de una generación que se escuda todavía en ese día para esconder sus fracasos y la renuncia a sus propios ideales. De los que estuvieron, una gran mayoría terminó sirviendo en gobiernos del peor priismo. Se convirtieron en priistas, los compraron y se callaron. Es una generación que llegó al poder y no hizo nada, más que seguir recordando ese día. Armaron una comisión de la verdad que también terminó en fracaso. Llegaron a todos los medios de comunicación como símbolo de apertura y terminaron sirviendo al sistema. Es una generación que se pelea hasta la propia memoria de ese día por lo que no faltan las demandas por plagio y falsedad (como es el caso de Poniatowska). A los que quieren hacer un balance de ese día y de la generación, los linchan los propios que se dicen del movimiento y hasta sus hijos que rondan los cuarenta se dicen herederos de aquellas banderas.
Algunos que eran jóvenes en ese entonces siguen en la vida pública de protagonistas. Uno de ellos –ya lo comenté hace poco en este espacio– es Porfirio Muñoz Ledo, quien no escatimó loas a Díaz Ordaz en 1969: "Como miembro del partido y como mexicano, nada me ha conmovido más hondamente en el texto del V Informe que el valor moral y la lucidez histórica con que el presidente de México reitera su confianza en la limpieza de ánimo y en la pasión de justicia de los jóvenes mexicanos". Y nuestro presidente electo, que ahora fustiga a las Fuerzas Armadas y culpa al Estado Mayor Presidencial de haber participado en la matanza, él seguramente estaba bajo una palmera comiéndose un coco. Tanto le impactó la represión gubernamental a los estudiantes que dos años después se inscribió al PRI. Ahora encabeza mítines del aniversario de la causa.