Internacionalista de la Universidad Iberoamericana

Morena, ¿continuidad del PRI?

Detractores de Morena, en especial de la derecha y ultraderecha, han mencionado que el partido de López Obrador es la continuidad del PRI como en su cuarta época.

Una de las señales de una democracia débil es la fractura del debate. Mucho se ha escrito sobre los retos de México y en consecuencia, de la incapacidad de actores políticos y sociales para identificar un punto en común más allá de las legítimas divisiones de un genuino pluralismo. La agenda nacional y global se ha trasladado a un laberinto del que es un reto salir a partir de verdades a medias, prejuicios, odios biológicos e ignorancia histórica. ¿Qué podemos esperar? Algo peor que castillos de arena, tal cuál es la debilidad de las instituciones democráticas.

Detractores de Morena, en especial de la geometría de la derecha y ultraderecha, han mencionado que el partido del presidente de la República es la continuidad del PRI como su cuarta época. La simpleza del debate ilustra el tamaño real de quien abandera dicha falacia. El traslape del viejo corporativismo del PRI a uno nuevo sin intermediaciones que privilegia al culto al Presidente y la creación de un nuevo clientelismo, no basta para construir semejante argumento. El patrimonialismo de uno y de otro, más que una vuelta al pasado, es el fango que frena un porvenir en una democracia madura.

Primera diferencia. El PRI y sus antecesores PNR y PRM nacieron del poder para el poder, caso contrario a un partido que en la lógica del libreto original nace de la sociedad para buscar el poder mediante el sufragio. Muchas críticas se pueden hacer al viejo régimen y a la expropiación de la Revolución que hizo su propia ‘familia política’, pero una realidad histórica es que existió por primera vez desde que México se hizo Estado la añorada posibilidad de que en la pacificación del país estuviera encarrilada con el progreso económico y la creación de infraestructura. La transición del México rural al urbano y la emergencia de una clase media posibilitó un clímax que el propio régimen no supo encauzar y dio al traste con la peor salida que fue 1968. La institucionalización del conflicto y aislar la pólvora para asonadas militares de caudillos, ha sido uno de los hechos que pocos reconocen.

Segunda diferencia. La familia revolucionaria, cuya mayoría no era de Academia militar sino por grados conferidos desde la lucha guerrillera, supo la necesidad de profesionalizar a las Fuerzas Armadas y en ese objetivo el pacto de poder civil-militar fue garante de la envidia latinoamericana, donde juntas militares y el totalitarismo pisoteo varias naciones. Toda posición política tendría que buscarse con el uniforme colgando y no con el medallero castrense en el pecho. El Ejército en el cuartel fue un logró que se desvaneció incongruentemente en las últimas administraciones priistas cuando la crisis de la seguridad pública postergó o no creó decisiones eficientes desde el mando civil. Se pasó a un reto de seguridad nacional y la tropa salió como apagafuegos en una misión de la que no está entrenada.

Tercera diferencia. El PRI consolidó una unidad política formidable en cada peldaño de su presencia territorial y de los diversos órganos de gobierno. La lealtad hasta los ochenta tuvo un apremio dado que en el PRI cabían todas las corrientes internas. La Corriente Democrática de la escisión del partido de Insurgentes Norte en los 80, de donde salió AMLO, inició la progresiva salida de liderazgos del tricolor, principalmente al PRD y salvo casos casi personalísimos a Acción Nacional. La tecnocracia y sus claroscuros empezó a aniquilar desde los cimientos orgánicos del priismo.

Cuarta diferencia. El PRI fue capaz de atender más que el aparato electoral, una administración pública federal. La mística por el servicio público y una retribución digna fueron la puerta para que miles de jóvenes profesionistas hicieran carrera en el sector público sin tener militancia de partido. Incluso el juego de la cooptación, hábil maestro el PRI en esas artes, posibilitó que otrora guerrilleros u opositores se integrarán al aparato público, más que como canonjía (que se hacía) para probar su contribución al país como funcionarios. La edificación de instituciones claves que fueron amalgamando presencia de Estado en diversos ámbitos ha sido una de las contribuciones a la institucionalidad del México moderno. En la postguerra instituciones como el IMSS, ISSSTE, Infonavit, Conacyt, INBA, INEA son parte del conjunto que ha dado propósito para resolver problemas definidos en determinada área, misión de toda institución.

Quinta diferencia. El PRI posibilitó tres amortiguadores al autoritarismo del ‘partido de Estado’, la labor cultural, la política exterior y la necesidad de alternar con opositores reales que refrescaran al sistema por más críticos que fueran. En la cultura se consolidó ‘un poder suave’ de un país milenario. En la diplomacia un distinguido servicio exterior mexicano (que sigue rigiéndose por una ley orgánica emitida en la era del PRI además de que su último aumento salarial real lo hizo la entonces canciller Rosario Green) fue valorado en el mundo por su profesionalidad y por las pautas de política exterior que recibió desde el poder. La necesidad de cohabitación perfiló el reconocimiento y fortalecimiento de contrincantes serios como el PAN que nació en la era cardenista. El último ideólogo del PRI, Jesús Reyes Heroles, lo dijo con claridad meridiana: “lo que resiste, apoya” cuando promovió la primer reforma político-electoral para dar la apertura de compuertas al pluralismo político mexicano, pero también para entender el mensaje de Octavio Paz, que señaló: “Si el PRI quiere seguir en el poder, debe aprender a compartir el poder”. En La casa de la contradicción, Jesús Silva-Herzog Márquez, nos recuerda que “No se trataba realmente de democratizar el poder, de abrirlo a la competencia, sino de distender la política, ampliar la plataforma de legitimidad, desactivar el radicalismo con una invitación a formar parte de la minoría. Pero con esa ambición se echó a andar un proceso que terminaría por desatar el nudo electoral del autoritarismo”.

Sexta diferencia. El PRI mantuvo en los gabinetes, tanto legal y ampliado, figuras ajenas a sus rituales o filas partidistas. Abrió espacios a mexicanos eminentes como Jaime Torres Bodet, Guillermo Soberón, Jorge Castañeda Álvarez de la Rosa, Jesús Kumate, Fernando Solana Morales, entre muchos otros. La intención era brindar puentes con el conocimiento y obtener el respaldo de otros sectores de la sociedad. El gabinete de la 4T con el freno del Palacio ve lejanas figuras de esa talla, hasta ahora.

Séptima diferencia. El partido histórico heredó la tradición liberal y la firmeza por un Estado laico. En los últimos años hubo intentonas de fragilidad, pero fueron contenidas. Eso permitió no abrir flancos innecesarios para la confrontación. Aún con la reforma que posibilitó el restablecimiento de relaciones diplomáticas con la Santa Sede en el salinismo, se vulneró alterar una base de respeto y convivencia claves para la gobernabilidad social y democrática de México.

Ni búsqueda de nostalgias que no volverán ni ejercicio de un mea culpa ajeno al que sólo deben responder los priistas por sus omisiones, excesos y traiciones a su militancia y ciudadanía, sólo retratar las estelas que cruzaron con claroscuros una verdad histórica de buena parte del siglo XX mexicano. Es un despropósito tratar de comparar a Morena con el PRI a partir de las siete diferencias referidas. Hoy se implora más que unidad al interior de Morena, orden en un instituto político incapaz de organizar a los suyos en su estructura orgánica. Si el PRI tuvo la candidez del péndulo ideológico en sus diversas etapas, tampoco el nacionalismo revolucionario que pretende reeditar López Obrador es la nostalgia oportuna para un escenario global diametralmente distinto al que corrió esas décadas.

La militarización como mecanismo que desnaturaliza al Ejército sin fecha para regresarlos a los cuarteles y el riesgo de darles cuerda como actores políticos, aceleró el declive del pacto civil-militar que empezó a ver moros con tranchetes desde el auge del narcotráfico, la delincuencia organizada y el riesgo de salidas de violencia política no del todo apagadas hoy en día. Una herencia negra del PRI, pero insuficiente para mandar todas las culpas al pasado cuando la 4T rebasó la mitad del mandato presidencial. El propio López Obrador dijo “si por mí fuera, desaparecería al Ejército y declaraba que México es un país pacifista” (La Jornada, 30 junio, 2019). El Estado presa del voluntarismo de un sólo hombre y la facilidad del decreto de un pacifismo en un país con más bajas civiles y abusos a los derechos humanos que países abiertamente en guerra.

La austeridad como dogma y el castigo a servidores públicos en un éxodo de técnicos que ni siquiera hizo el ‘tiempo neoliberal’ y la sensible baja de salarios disfrazada de austeridad republicana, son un retroceso de Estado para el presente y el futuro a mediano plazo. Sin profesionales en la cosa pública o mal pagados, la corrupción y la ineficiencia harán agua al buque en el que navegamos todos los mexicanos. Suponer un quebranto a la cultura de un gobierno que supuestamente llegó al poder desde la izquierda, es una dura realidad de comprender que ha provocado una decepción de creadores y artistas, pero también una preocupación para el resguardo de bienes culturales de la nación.

El ‘suma cero’ al contrincante político que se le endosó la etiqueta de enemigo, en nada asemeja que Morena sea la cuarta época histórica del PRI. Las mayorías parlamentarias no son eternas, como lo vio Morena en la elección intermedia. Incendiar el diálogo con los opositores y romper puentes con ‘los de siempre’ es una injustificada lectura democrática para los partidos, que aún golpeados por la elección de 2018 y por sus propios errores, sumaron casi 25 millones de votos. Con respecto a las religiones, hablar evocando a Jesucristo desde la investidura presidencial es un riesgo al igual que tener de aliados políticos a miembros de una formación abiertamente confesional. Además de la polarización política, ahora una cruzada de credos desde el balcón del Palacio.

Los priistas que queden decidirán si al PRI le corresponde una nueva etapa, de la que debió ingresar desde su primera derrota, o bien como confesó un respetado militante, darle “republicana sepultura”. Iniciar algo nuevo desde los escombros del pasado del PRI sin remontar y releer el presente, sería un riesgo o podría alargar la agonía con nueva casaca. Mientras tanto, es una exageración seguir con la cantaleta que Morena es la cuarta época de un partido moribundo de un México que ya no es.

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