La vida de países ha dependido de las luchas de provincias en diversos episodios históricos. No le falta razón al senador Germán Martínez cuando declaró que si no se salva Veracruz, no se salva México.
Veracruz, si tuvo la oscuridad del “Seductor de la patria”, como lo nombró Enrique Serna a Santa Anna, presidente nueve ocasiones, logró destacar con Lerdo de Tejada que participó en la generación liberal que más contribuyó al Estado mexicano. El movimiento revolucionario dio hombres como Cándido Aguilar y Heriberto Jara, constitucionalistas de 1917.
Frente a la demolición de las estructuras democráticas, legales y no escritas, que se lleva desde el vértice del poder socavando lo logrado en la era de reformas político-electorales y en vista del origen veracruzano del último ideólogo del PRI, Jesús Reyes Heroles, cuya frase “la formas es fondo”, es menester no caer en la pusilanimidad ni en el error de pretender que el desastre veracruzano inició con el actual gobierno estatal.
El pulso de la crisis veracruzana inició en el mal ejemplo de creer que las dinastías lo pueden todo. El gobierno del hijo del primer presidente civil de México, Miguel Alemán, fue el de un gobernador que no conocía al Estado y se fue sin conocerlo. No hubo la transformación deseada y la deuda y diversos rezagos empeoraron.
Después del oropel alemanista, el pulso de Fidel Herrera como sucesor, si bien venía de las estructuras del PRI, tuvo el ingenio político para fortalecer a la facción, no al partido que lo hizo. Su sucesor fue el legado más atroz fruto de una falsa renovación generacional que presumía el priismo nacional. El lodazal de violencia, ineficiencia gubernamental y el error de una minigubernatura para empatar el calendario electoral estatal al de la Federación, fue tiempo perdido y meta lograda para un expriista vestido de azul, Miguel Ángel Yunes, creador de su propia dinastía. En ese transcurso que prueba que en política no quedan los mejores, sino los que mejor caben en la circunstancia, Cuitláhuac García, hijo de un miembro fundador del PRD, improvisó como diputado federal y con la ola pro-AMLO llegó al poder. La solvencia moral de la política y de la rebeldía con propuesta que encabezó Heberto Castillo, naufragó para que la vulgarización del poder enclavada en la “transformación” de la 4T, diera forma al peor gobierno veracruzano.
Entre la transición de clientelismos políticos que vulneran al ejercicio de ciudadanía, Dante Delgado es el político más influyente de origen veracruzano en la política nacional. Con un partido que nació en el Golfo de México, pero que salvó el voto de Jalisco, Nuevo León y un cúmulo de votos en Campeche, el rumbo que decida Movimiento Ciudadano será clave en su paso por Veracruz.
Frente a los ataques del gobernador veracruzano a la prensa, con el deshonor de ser Veracruz el estado con más periodistas asesinados y frente a la crisis de eficiencia en la tarea de gobernar que hace que Veracruz sea cabús en indicadores como competitividad, gobernabilidad, respeto al Estado de derecho, entre otros, es preocupante que el Ejecutivo federal defienda a ultranza a un gobernador mimado y sin conciencia de la cosa pública.
Veracruz no puede permitir que el alarde de la grilla parroquial piense en posiciones para el próximo gobierno. Debe encabezar una sacudida de reconstrucción política, productiva, social y económica. Seguir en la vanagloria de su riqueza natural sin transformarla, es caer en espejismos. El café, la piña, la vainilla, entre otros productos le hablan a Veracruz de su crisis frente a otros competidores globales. La matriz energética, el corredor de Tehuantepec, el desafío de despartidizar cacicazgos locales y el poder desafiante del narco en la autoridad, son retos que convocan a los veracruzanos que quieren salvar a su estado para ayudar a salvar a México. Veracruz se juega más que una elección. ¿Volverá a escribir la historia?