En la jerga coloquial, cuando una decisión es tan obvia que ni siquiera requiere pensarse, se le considera como un “no-brainer”. Desafortunadamente, para los países al igual que para las personas, las decisiones obvias a veces no lo son. Nuestro gobierno se encuentra ante una encrucijada que definirá el tipo de país que tendremos durante los próximos veinte o treinta años. Se trata de dos caminos, diametralmente opuestos, y ante un análisis racional debería ser muy claro cuál de las dos rutas deberíamos escoger.
El primer camino implica aceptar la propuesta que puso sobre la mesa el secretario de Estado de EU durante su visita a México a mediados de septiembre, y en donde invitó a México a colaborar, junto con Canadá, en la creación de una plataforma de producción y de atracción de inversión que le permita a la región de Norteamérica disminuir la dependencia de Asia para la proveeduría de insumos esenciales para la manufactura avanzada. Estamos hablando de la posibilidad de atraer cientos de miles de millones de dólares de inversión extranjera a México, y crear millones de empleos bien remunerados en los próximos veinticinco años. La clave aquí es que para crear dicha plataforma se requiere que los tres países miembros del T-MEC alineen sus políticas energéticas y se comprometan a avanzar hacia una transición a favor de las energías renovables. Solamente así, y de la mano de políticas de desarrollo industrial apoyadas con presupuesto, será posible atraer a México a las industrias de semiconductores, baterías de litio, y equipo médico de alta tecnología, por mencionar solamente a algunos sectores del futuro.
Adicionalmente, al aceptar la oferta de Estados Unidos, México desactivaría la disputa en materia de energía con EU. Esto a su vez fortalecería la certidumbre jurídica y haría a nuestro país aún más atractivo como destino de inversión.
¿Tiene sentido? Por supuesto. Pero existe un segundo camino, el cual implica mantener los ojos pegados al retrovisor, y seguir insistiendo en la implementación de una política energética basada en cederle el control de los sectores de electricidad, gas y petróleo a los monopolios estatales. Es una estrategia que ya intentamos a lo largo del siglo pasado y que fracasó estrepitosamente. Es decir, se trata de una película que ya vimos, y que termina muy mal, y no solamente por el desastre que implicaría para la competitividad de todos los sectores productivos del país que sufrirían los estragos de una energía cada vez más escasa, más sucia, y más cara, sino porque este camino nos llevaría a un litigio comercial con EU de una magnitud nunca antes vista. Lo más probable es que perdamos dicho caso ante un panel arbitral del T-MEC, y eso le daría luz verde a EU para tomar represalias comerciales en contra de los principales sectores exportadores de México, por montos que rebasarían los 10 mil millones de dólares. Si le añadimos al caso energético otro posible caso en contra de México por bloquearle a EU el acceso de sus exportaciones de productos de la biotecnología agrícola (maíz, soya, semilla de algodón), estaríamos enfrentando la tormenta perfecta, en detrimento de la competitividad de México, así como de su seguridad energética y alimentaria.
La decisión debería ser obvia. Un “no-brainer”. Desafortunadamente no es así, porque nuestro gobierno está dando señales en materia de energía como en agricultura, de que su política comercial se radicalizará, en un momento en el que el entorno económico internacional se sigue deteriorando. Ante la incertidumbre que todo esto genera, no puedo más que preguntar, ¿en qué estamos pensando?
Estamos ante una oportunidad única para que México meta el acelerador en materia de su desarrollo económico y le apueste a la integración económica de América del Norte. Por primera vez en la historia, orillado por el difícil entorno político internacional, Estados Unidos voltea a ver a Canadá y a México para construir un perímetro de producción y competitividad conjunta. Ningún gobierno racional puede darse el lujo de dejar pasar esta oportunidad. Y es justamente por eso que estoy sumamente preocupado.
El autor es socio de Agon Economía |Derecho|Estrategia y fue jefe de la negociación técnica del T-MEC