Llegó el esperado reporte acerca de las fiestas, los tragos y la ruptura de protocolos de seguridad y distanciamiento durante la pandemia en la sede del gobierno de Gran Bretaña.
La empleada de gobierno Sue Gray presentó un amplio reporte acerca de las fechas en que tuvieron lugar los encuentros sociales en la residencia oficial del primer ministro de Gran Bretaña, el número 10 de Downing Street, a una cuadra y media del Parlamento.
El reporte señala graves fallas de procedimientos y protocolos, pero además bosqueja una imagen de primer ministro muy alejada del tradicional orgullo británico para el ‘líder político de la nación’. Un total de 12 páginas con descriptivos párrafos acerca de las reuniones están respaldadas por –lea usted– 300 fotografías y un adicional paquete de 500 páginas de interrogatorios policíacos. Conclusión: devastador políticamente para Mr. Johnson.
Boris el parrandero, el bebedor, el que flirtea con empleadas y funcionarias, el risueño y boquiflojo salió a relucir. Muchos adivinaban el auténtico temperamento de Boris Johnson, las historias de sus parejas, hijos con diferentes mujeres y un estilo de vida más bien relajado, que eligió la política por su carisma juvenil y despeinado frente al electorado.
La información aporta evidencias de 12 eventos en 16 días distintos, de los cuales cuatro son el centro de la investigación policíaca, informa la BBC. El tema es que no sólo se rompieron los protocolos, sino que, en opinión de Sue Gray, “el excesivo consumo de bebidas alcohólicas es inapropiado para el espacio profesional de trabajo”.
Boris montó un congal, dicen algunos tabloides londinenses, llevando la clásica ironía británica al extremo, pero en el fondo, mientras el país entero se resguardaba por políticas restrictivas por COVID decretadas por el gobierno y apoyadas por el Parlamento, el mismo gobierno en su oficina máxima –la Jefatura de Gobierno– rompía las reglas y organizaba fiestas.
Johnson ha ofrecido ya múltiples disculpas a sus colegas parlamentarios y al público en general, incluso a la reina por el periodo de luto –también desatendido– a causa de la muerte del príncipe consorte, Felipe de Edimburgo, en abril de 2021.
Este lunes, en el Palacio de Westminster, sede del Parlamento, Johnson fue severamente cuestionado, acusado, señalado y, ya de plano, vapuleado por representantes de ambos partidos mayoritarios. Su propia compañera de partido y además antecesora en el cargo, Theresa May, fue especialmente ruda al argumentar que o “no había leído las reglas o no entendió su significado o pensó que esas reglas no aplicaban a la oficina del primer ministro”. Otros miembros del Partido Conservador le retiraron explícitamente su respaldo en la sesión de ayer.
Lo único que falta para su democión es un voto de no confianza o de desconfianza en el procedimiento parlamentario británico. No sería la primera vez que suceda; de hecho, es el mecanismo mediante el cual los torys terminaron con los 11 años de gobierno de Margaret Thatcher (1990) y eligieron a un sucesor para continuar con un gobierno conservador, John Major por siete años más. Y también la propia Theresa May antes de Johnson y otros más.
La clave consiste en que un grupo de parlamentarios de su partido integre un equipo para tomar el control y liderazgo, contar votos a favor, someterlo al pleno y retirar a Boris como jefe del Gobierno y del partido.
Después de la sesión de ayer, parece muy difícil que Johnson pueda permanecer en el cargo.
El tema es que el Brexit está causando los daños a la economía que muchos habían anticipado, al grado de que hoy el Reino Unido busca una renegociación con la Unión Europea. Nadie quiere enfrentar esa crisis, en buena medida provocada por el populismo irresponsable de Boris Johnson y varios de sus colegas.
El escándalo conocido como partygate sucede cuando la tensión por el conflicto de Ucrania y Rusia demanda total atención y respaldo ciudadano, en vez de la fractura diaria de un gobierno dominado por la frivolidad y el devaneo.