Colombia ofreció al mundo una lección electoral de pulcritud y transparencia el pasado domingo: una jornada sin incidentes, sin alteración del orden ni rompimiento del proceso electoral. Esto resulta especialmente valioso y trascendente, porque es un país profundamente dividido.
El mapa electoral del domingo muestra “el cinturón de la paz y la pobreza”, en palabras de analistas locales, versus un centro poderoso, industrializado, blanco y clasemediero que se inclinó a favor del candidato de derecha Rodolfo Hernández.
Esta división geográfica, económica y racial coincide con el plebiscito de 2016 acerca del proceso de paz. Quienes votaron por el No –que entonces resultó victorioso– son las mismas regiones donde este domingo triunfó Hernández.
En contraste, el cinturón –los departamentos fronterizos de Colombia, al sur, al norte, el oeste, etcétera– se manifestó a favor de Gustavo Petro, candidato de izquierda, exalcalde de Bogotá, exlegislador y también exguerrillero (FARC).
La zona más deprimida económicamente es la que votó por la paz en 2016 y la que le otorgó la victoria a Petro. ¿Qué significa? Hay varias lecturas que se irán deshilando en las siguientes semanas y meses:
1. Ese cinturón de marginación y pobreza es el territorio más afectado por la guerra interna a lo largo de 30 años. Fueron los pobres –para variar– quienes padecieron la presencia de la guerrilla y también la de los grupos paramilitares al servicio del poder económico, político y, después, autónomo e independiente.
2. Como en otros países de la región y del mundo, las democracias partidarias han resultado incapaces, ineficientes e incluso insuficientes para ofrecer respuestas de bienestar, igualdad y reducción de brechas (salud, educación, acceso al empleo y la remuneración, etcétera) a la población. Nacer en esas regiones de nuestro continente implica, tácitamente, la condena eterna a la pobreza.
3. De ahí que el triunfo de partidos emergentes, de ruptura, que no son una extensión o representación de los partidos tradicionales, ocupen el espacio central de la política y el debate.
4. Petro carga todas las experiencias y llagas de la herida sociedad colombiana: la guerrilla, la marginación, la gradual incorporación política, el fracaso de los programas, la inacabable lucha por alternativas. Este fue su tercer intento en alcanzar la Presidencia de la República, y lo logró.
5. Colombia enfrentó dos narrativas populistas, dos candidatos –uno serio y profesional, Petro, y otro ocurrente, dicharachero y locuaz, Hernández– que chocaron con las mismas herramientas: el llamado al pueblo, la defensa auténtica de los derechos ciudadanos, la representación única de los intereses de la gente. Pero en dos polos opuestos del espectro político.
Por ahora, Petro anuncia la reconstrucción de relaciones bilaterales con Estados Unidos, un punto clave para el principal aliado de Washington en el cono sur.
Llama a cubrir la deuda de los estudiantes, a otorgar robustos programas sociales, a combatir la pobreza y la corrupción.
Todos estos puntos, conocidos y experimentados ya en México con el actual mandatario, quien, por cierto, festejó “muy contento” la victoria de Petro. Acá, todas estas premisas no han funcionado, porque no tenemos menos pobreza, ni más salud, ni más educación y, tristemente, tampoco menos corrupción.
Es decir, a pesar del lucidor e impactante discurso de defender y apoyar al pueblo, en los hechos todos los indicadores arrojan un saldo negativo para AMLO en México.
Petro en Colombia deberá buscar mejores y más eficientes fórmulas para combatir los mismos fenómenos.
Desde aquí, y con absoluta humildad –cada realidad es distinta–, con base en tres años y medio de dislates y ocurrencias, arrojan los siguientes aprendizajes:
-La corrupción se combate con instituciones, fiscalías, investigadores y procesos sólidos, no con la moralista voluntad de un presidente.
-La inclusión, la construcción de espacios sociales más igualitarios y equitativos, se construye con muchos instrumentos, entre ellos piezas legislativas, gabinetes y líderes de todos los colores y grupos raciales –que sean profesionales y hagan un buen trabajo– no por cuota, sino por capacidad.
-La pobreza se combate, esencialmente, con empleo, sólido, sostenido, protegido por prestaciones y por marcos jurídicos. Los programas sociales son sólo paliativos que disfrazan la realidad, pero no la corrigen.
Éxito total al nuevo presidente Petro, y a su vicepresidenta Francia Márquez, la primera afrodescendiente que ocupa un cargo de esa relevancia en Colombia. Ahora tendrá que impulsar una nueva cultura de la inclusión.