México convocó y reunió a una serie de países expulsores de migrantes, a una reunión regional el pasado domingo en Palenque, Chiapas.
Asistieron representantes y delegaciones de Belice, Colombia, Costa Rica, Cuba, El Salvador, Haití, Honduras, México y Venezuela.
La sola iniciativa de la reunión y la discusión del tema es positiva y valiosa, puesto que es un fenómeno que llegó de forma extendida para quedarse en las siguientes décadas.
Llama la atención la torpeza de no invitar a Estados Unidos, principal destino y receptor de inmigrantes latinoamericanos y de otras regiones.
Parece ocioso discutir un tema vital, que señala con precisión las causas estructurales de la inmigración, hace señalamientos y solicitudes a los países receptores, pero no invita al principal. ¿Con quién es el diálogo entonces?
Firmaron un documento, acordaron atender y atacar las causas estructurales, como pobreza, desigualdad, inseguridad y cambio climático, además de pedirle a los países receptores que cambien su política y establezcan mecanismos y rutas seguras para una migración humanitaria.
Suena más a una declaración de buenas intenciones que a una lista de compromisos.
Si los países expulsores no hacen esfuerzos inauditos por corregir las causas detonantes de la migración masiva, será muy difícil que alguien más lo haga.
Estados Unidos seguirá, como ha hecho hasta ahora, endureciendo sus instrumentos de control, contención y expulsión de decenas de miles que cruzan su frontera de forma ilegal. Especialmente durante el siguiente año por la sensible temporada de elecciones.
México enfrenta el mayor reto y complejidad del fenómeno.
Porque decenas de miles se quedan en nuestro territorio sin oficio, protección, empleo o programa gubernamental para atender a masas crecientes de inmigrantes. Ahí está la queja insistente de la gobernadora de Chihuahua de que ha sido “abandonada con el problema”. Estados Unidos regresa a México 30 mil migrantes al mes, en espera de la resolución de sus papeles, visados, permisos y asilos.
Somos, en los hechos, tercer país seguro, aunque nuestras autoridades lo nieguen.
Esta pasará a la historia como una de las grandes abyecciones serviles de AMLO y Ebrard frente al gobierno de Trump.
Este domingo tuvieron lugar elecciones generales en Argentina. Un proceso intenso recientemente por la aparición incendiaria de Javier Milei como figura de la oposición.
Los resultados consolidaron una auténtica sorpresa: Sergio Massa, candidato del oficialismo y la continuidad del kirchnerismo, se alzó como el gran ganador de la noche con 36.6 por ciento de los votos.
Javier Milei, candidato de la oposición, se cayó a segundo sitio –cuando muchas encuestas le auguraban la victoria– con 29.9 por ciento de los votos.
Estos dos candidatos irán a la segunda vuelta electoral el próximo 19 de noviembre.
La tercera candidata, también de oposición, Patricia Bullrich, alcanzó 23.8 por ciento de los votos contabilizados.
Muchos analistas pretenden explicar ahora la caída de Milei cuando se le daba como favorito. Una puede ser su narrativa frontal, de choque y con frecuencia disparatada en contra del kirchnerismo y el actual gobierno. Pero otros apuntan a su inexplicable embate contra el papa Francisco, de nacionalidad argentina, con quien dijo había que romper relaciones por su relación con el mal y otras ocurrencias.
Una más puede haber sido su llamado a romper relaciones con Brasil y China, los principales socios comerciales de Argentina.
Tal vez un sector del electorado, aunque crítico al actual gobierno y a los anteriores encabezados por los Kirchner, consideró a Milei una opción muy radical hacia la derecha.
Lo interesante vendrá ahora con los votos de la señora Bullrich, que se disputarán Massa y Milei.
En el Congreso la repartición de fuerzas quedó muy cerrada con bancadas muy parejas: Senado 33, 32, oposición y oficialismo, mientras que en Diputados quedan en 118 curules, empatadas cada una de estas fuerzas.
Vendrá la segunda vuelta en noviembre para definir la presidencia de la República.
De ganar Milei, pondría fin a 16 años del movimiento y fuerzas políticas aliadas a los Kirchner (a la expresión más moderna del peronismo argentino).
Las elecciones arrojan un escenario de enorme división política en la Argentina, con Congreso dividido y una segunda vuelta altamente competida al desaparecer la tercera candidata, la señora Bullrich, cuyo 23 por ciento de votos será ahora el botín a disputar.