El año inició con despedidas, algunas de la escena política, otras de cargos y responsabilidades, y unas más de la vida entera.
El más fuerte campanazo del adiós fue el anuncio ayer de Justin Trudeau, primer ministro de Canadá; deja el liderazgo de su partido y, por ende, la jefatura del gobierno en lo que se designa un nuevo líder partidista.
Trudeau venía enfrentando a lo largo de todo 2024 una serie de crisis internas en el Partido Liberal, que lo sometió no solo a enorme presión doméstica, sino a rebeldía entre sus propios ministros en el gobierno.
Ayer declaró en su anuncio frente a los medios que claramente no era ya la persona indicada para encabezar al gobierno después de tantos ataques, señalamientos y acusaciones entre sus propias filas.
La partida de Trudeau entrega nuevo y potente capital político a Trump a tan solo dos semanas de su toma de posesión como próximo presidente de Estados Unidos. Entre la insensatez de Trump, ha venido afirmando la anexión de Canadá como una estrella más de la Unión Americana y, de paso, a México también como un estado más.
Trudeau se había distanciado de su habitual línea de apoyo incondicional y respaldo a México dentro del TMEC. En su desesperación por acallar las críticas internas, adoptó una línea dura —trumpista— al señalar en semanas recientes que México no era necesario en el TMEC.
Un nuevo líder partidista y premier llegará al gobierno canadiense que, presumiblemente, buscará una alianza estrecha, armónica en lo posible, y cercana a Washington.
Lo cual puede significar para México la pérdida de un buen aliado al interior del Tratado. Estará por verse. Chrystia Freeland, la ministra de comercio que negoció el TMEC y después se convirtió en viceprimera ministra, es una de las fuertes candidatas a suceder a Justin Trudeau. La estrella liberal canadiense se apagó y se sumarán tiempos complejos para Norteamérica en su conjunto.
Otra partida, previsible por el cambio de gobierno y el cierre de ciclo, es la de Ken Salazar como embajador de Estados Unidos en México durante el gobierno de López Obrador.
Se trató de un embajador polémico, por momentos cómico y de caricatura, el gran amigo del presidente mexicano de izquierda, que terminó distanciado y crítico del ahora expresidente.
Muchas voces en Washington, empresarios, académicos, senadores, levantaron su voz ante el Departamento de Estado y la Casa Blanca para remover a Salazar. En opinión de muchos, se convirtió en un defensor y propagandista del gobierno mexicano, antes que defender los derechos e intereses de empresas americanas afectadas por la política energética de la 4T.
Pero Biden lo mantuvo, a mi juicio, con prudencia y mesura ante un presidente mexicano enormemente popular y que desafió y desairó a su contraparte americana más de una vez. Tal vez el presidente Biden, que también se despedirá en dos semanas, cuidó evitar una confrontación más áspera con López Obrador y provocar un desplazamiento hacia una izquierda más radical. En los hechos funcionó, aunque Ken Salazar se pusiera ‘de tapete’ frente a López y ofendiera seriamente a muchos de sus compatriotas.
Ken se va entre la polémica y la controversia. No acabó bien de un lado ni del otro.
Por último, el fallecimiento de Jimmy Carter (1924-2024), presidente de Estados Unidos entre 1976 y 1980. Un presidente deslucido en su momento, sin gran apoyo por parte del Congreso y muy criticado, perdió frente al carismático Ronald Reagan en 1980, que se convertiría en la estrella rutilante de los republicanos a finales del siglo XX.
Carter se transformó entonces en lo que auténticamente era: un activista por la paz, un negociador internacional de muy elevada factura, un defensor de los derechos humanos y de la igualdad racial. Carter se elevó a la cúspide de su carrera política como expresidente, aunque ya en la Casa Blanca había conseguido la primera firma de paz entre Israel y Palestina.
En más de una ocasión, los presidentes que lo sucedieron le pidieron su intervención como negociador especial y enviado por la paz en crisis internacionales como Haití, Trinidad y Tobago, Nicaragua, Medio Oriente y muchas otras.
Jimmy Carter no tuvo el lustre ni el brillo durante sus años en la Casa Blanca; tal vez su origen sureño —Georgia— y su completo desconocimiento de los pasillos y la poderosa burocracia de Washington impidieron que el tamaño de estadista y negociador se desarrollara a plena capacidad. Lo hizo después, desde el Centro Carter en Atlanta, y su legado para el mundo y para Estados Unidos es de gran trascendencia.