El Globo

Brexit salvaje

Hoy prevalece el discurso nacionalista, aislacionista, insular que tristemente va a provocar la ruptura definitiva de lo que una vez el mundo conoció como el Imperio Británico.

Hacia ese destino se dirige la Gran Bretaña después de la llega al poder la semana pasada del nuevo primer ministro, Boris Johnson: la salida dura, sin acuerdo, sin negociación, provocando todas las rupturas y, muy probablemente, muchos daños.

Tal vez no todos los daños, porque esa sabiduría adelantada que parece definir a los mercados, los obliga a descontar, a dar pasos en previsión de lo que pueda pasar.

Pero hay daños que incluso, el descuento de los mercados, no podrá evitar.

A saber, según economistas expertos: caída inevitable del PIB en el Reino Unido y también en Irlanda, por el delicado tema del Backstop y el acuerdo fronterizo no resuelto.

Devaluación de la libra esterlina más allá del 20 por ciento ya registrado en los últimos tres años desde el referéndum (2016). Tal vez podríamos tener una libra de 1–1 con el dólar estadounidense, algo que no se ha visto en décadas.

Pérdida de empleos en industrias relacionadas con la exportación a países de la Unión Europea: agroalimentario, manufacturero, turismo, transporte –por todos los viajes que se suspenderían entre el continente y las islas- de forma muy señalada, el sector financiero, que ya ha trasladado algunos de sus cuarteles generales a París, a Frankfurt y a Dublín.

Cálculos laborales señalan que la pérdida de empleos oscila entre los 100 mil puestos de trabajo hasta los 500 mil, medio millón de plazas.

Una eventual recesión se experimentará en el Reino Unido ante la evidente desinversión de los europeos.

Ruptura total, el peor de los escenarios.

La Gran Bretaña debe a la Unión Europea cerca de 150 mil millones de euros, en cuotas de membresía y servicios que fue retrasando en su pago. La ahora ex primera ministra, Theresa May, había negociado el abono de 45 mil millones de euros de esa suma total, que obedece a proyectos de infraestructura comunitaria, pensiones y demás gastos. Ante la salida sin acuerdo altamente probable de Boris Johnson, esos pagos quedarán insolutos y la relación será aún peor.

Corren versiones en Londres de una hipotética maniobra política entre laboristas y conservadores (proeuropeos) para detener la salida sin acuerdo; utilizar la votación en el Parlamento de Westminister en el sentido de detener la ruptura con la UE.

Johnson vive en la 'luna de miel' del recién llegado y la amenaza retórica ultranacionalista, y dicen sus cercanos que podría adelantar la convocatoria a elecciones generales, aprovechando los 10 puntos de ventaja que su llegada a Downing Street le trajo a su partido.

Es, sin lugar a dudas, el mundo al revés. Quién hubiera imaginado este escenario hace 27 años, cuando se firmó el Tratado de Maastricht, la auténtica acta de nacimiento de la Europa Unida y comunitaria.

Hoy prevalece el discurso nacionalista, aislacionista, insular que tristemente va a provocar la ruptura definitiva de lo que una vez el mundo conoció como el Imperio Británico, hoy largamente desaparecido. Lo que la historia les dejó fue este amasijo de naciones (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte) integrados bajo la bandera británica, la economía compartida, y una democracia áspera, competitiva, pero ejemplar, donde ha defendido y establecido criterios de equidad e igualdad que son admirados en el mundo.

El Brexit 'salvaje' que pretende Boris reabrirá dos viejas heridas en la composición misma de la Bretaña unificada: la reintegración de Irlanda completa como una sola nación, es decir, el abandono de Irlanda del Norte del Reino Unido y, el referéndum escocés que conducirá, indefectiblemente, a su independencia y autonomía.

Sin los beneficios económicos, perdida la potencia financiera que Londres representó por décadas y tal vez por siglos, desaparecidos los derechos comunitarios como nación, con profundas divisiones políticas, es altamente probable que el Reino Unido se desintegre; Irlanda recupere más de 100 años después el norte de su isla que ha permanecido bajo dominio inglés desde finales del XIX y principios del XX; y por último que Escocia consiga su anhelada independencia.

Este mismo señor Johnson, orgulloso de su discurso, tendrá que ir a Buckingham a explicarle a su Majestad –quien quiera que sea- que el Reino se redujo significativamente producto de políticas separatistas, demagógicas y electoreras.

COLUMNAS ANTERIORES

Andrés y Cayetana
Sólida victoria para Trump

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.