Anoche arrancó la Convención del Partido Demócrata, cuyo propósito central es nominar formalmente a su candidato a la presidencia de Estados Unidos. Un momento especialmente delicado en la vida política de la Unión Americana, por la pandemia en primer lugar, y por el riesgo que representa el presidente Trump al sistema jurídico electoral de Estados Unidos.
Por primera vez en más de un siglo, la legalidad del sistema, la transparencia en el conteo de votos y los mecanismos mediante los cuales puede votar un ciudadano estadounidense están en el centro del debate. La causa se centra en la amenaza directa de Trump de no reconocer los resultados, de desacreditar las votaciones y de utilizar todas las herramientas a su alcance –según analistas y expertos– para permanecer en el cargo a toda costa.
Pero hay más razones por las que esta convención hará historia: es virtual, a distancia, sin las numerosas hordas de miles de simpatizantes que llenan estadios y gritan desenfrenadamente en apoyo a sus líderes y candidatos.
Para cualquiera que haya presenciado o atendido una convención partidista en Estados Unidos, es una experiencia singular. Es una fiesta, un carnaval de estados y simpatizantes, que se disputan el derecho a postular a su candidato. La de 2008 fue especialmente complicada porque estaba muy dividida entre los seguidores de Hillary Clinton y Barack Obama. La convención es el espacio de encuentro de los electores de uno y otro bando, donde según los reglamentos de la convención, hay diferentes métodos y negociaciones para designar al candidato. Nada de eso sucederá ahora, puesto que Biden no sólo es el gran favorito, sino el que salió vencedor en las primarias, que tienen como objetivo decantar a los aspirantes para que llegue un favorito, o dos punteros.
No habrá tal disputa, choque, confrontación entre delegaciones; no habrá fiesta, gritos, globos, efervescencia política que es adrenalina pura para la campaña final. No serán miles de simpatizantes inyectando energía al candidato y a su equipo de campaña.
Pero sí habrán discursos a la distancia, mensajes que esperamos sean potentes y vigorosos para recordar a los americanos los valores de una democracia amenazada, golpeada y deteriorada por, ni más ni menos, que su propio líder en la Casa Blanca.
Para el cierre de esta edición, habrán hablado ya Bernie Sanders, en un valioso esfuerzo de operación cicatriz, para evitar que todas sus potentes y extendidas bases de seguidores jóvenes se vayan del partido y opten por la abstención; y de forma notable, la demócrata con mayor cartel en este momento, la ex primera dama Michelle Obama.
Un detalle adicional, no menor, que hará singular a esta convención: un exgobernador republicano será uno de los oradores. Se trata de John Kasich, de Ohio, él mismo exaspirante presidencial, es parte del testimonio de republicanos decepcionados y ofendidos por su presidente.
Ya analizaremos el impacto de esta convención y el arranque de una campaña en su recta final, que se antoja competida, llena de sobresaltos y de esfuerzos ilegales por descarrilarla.
Viene la gran batalla por el voto postal, su defensa, respeto y resguardo. Trump y su pandilla de hampones pretende bloquear el derecho estadounidense a no asistir física y presencialmente a las casillas, sino hacerlo por correo postal, que no electrónico. Todos los estudios indican que a mayor participación de electores, victoria garantizada para Biden. En 2016, Hillary derrotó a Trump en el voto popular (3 millones de votos a su favor) pero perdió el voto electoral por el peso de cada estado. Si más votan, Trump pierde, de ahí su urgencia por desactivar el voto por correo.
Vendrá la batalla por los conteos y la transparencia. Biden ha dicho que para asegurar una victoria irrefutable, debe ser por amplia ventaja: paliza diríamos en México.
A partir de anoche se empezó a escribir la historia de si esta fórmula demócrata Biden-Harris será capaz de aplastar electoralmente al más tramposo, mentiroso, manipulador y delincuente presidente que Estados Unidos hayan tenido jamás.