El Globo

Para alimentar la esperanza

Todas las encuestas señalan a Trump como perdedor a 96 días de los comicios. Es una buena señal, esperanzadora, aún no garantizada.

Urgidos como estamos de buenas noticias, o por lo menos de leer y escuchar historias que nos permitan imaginar un futuro mejor, converso con varios analistas políticos de Estados Unidos, quienes, sin cantar victoria alguna, se permiten alimentar una pequeña luz de esperanza. ¿En qué consiste, en qué radica y cómo se sustenta?

Esencialmente en la derrota de Donald Trump este noviembre. Y permítame desarrollar esta narrativa completamente especulativa, hipotética, aunque basada en encuestas y predicciones estadísticas.

Trump ha sido un desastre para Estados Unidos –vaya novedad–, ha minado instituciones democráticas, ha construido y profundizado una atmósfera divisoria de confrontación social, con un discurso –usted lo ha escuchado– racista, machista, bélico y amenazante.

No es un político, es un empresario fracasado con innumerables quiebras, cuya receta para el éxito podría ser "¡Aparenta y todos te creerán!". ¿Cómo puede ser que este charlatán de baja ralea se haya convertido en presidente de Estados Unidos? Por un momento coyuntural en la historia, donde el discurso y la retórica nacionalista, antiinmigrante, antiminorías, antiglobalización, antialianzas internacionales floreció en un importante segmento de la sociedad estadounidense.

El resultado ha sido nefasto para ese país que hoy ve incendiadas viejas premisas que nunca habían sido plenamente procesadas. Ha impulsado un profundo viraje conservador en el aparato de justicia, al remover y reasignar a jueces conservadores en múltiples distritos. Dos décadas de efecto pernicioso tomará remontar esta grave consecuencia.

Pero déjeme decirle que a nivel mundial también su efecto y presencia han sido dañinos. En primer lugar, para la ecología y la creciente cultura ambientalista a la que se suman los países nórdicos, Francia y Japón. Cambiar las energías que consumimos, desechar las fósiles y contaminantes, por energías limpias como medida única y emergente para salvar el planeta para las futuras generaciones.

Rompió el avance diplomático de Washington con Irán y destruyó el acuerdo nuclear con ese país; es el primer acercamiento negociado y acordado con el sector más radical del mundo árabe (chiíta) enemigo jurado de Estados Unidos desde 1979. Cualquier equilibrio –hoy inimaginable– en el Medio Oriente, pasa por lograr acuerdos con los diversos sectores de los países árabes.

Distanció, provocó asperezas, choques, enfrentamientos con sus aliados europeos; puso en jaque a la OTAN; maltrató a Francia y a Alemania; minó la cohesión –ya en problemas– de la Unión Europea. Todo por ponerse al inexplicable servicio del tirano de Rusia.

Tal vez la historia nos permita saber la abnegación admirativa que Trump profesa por Vladimir Putin y los servicios que se han prometido o prestado de forma secreta. Pero lo cierto es que Europa marcó distancia con Rusia desde su invasión a Ucrania y la apropiación de territorio en pleno siglo XXI. Obama y Clinton sabían muy bien que Rusia representa, bajo el mandato de Putin, una creciente amenaza para la estabilidad y la paz mundial. Trump no sólo desoyó y despreció tales versiones de su aparato de inteligencia –al que humilló en más de una ocasión–, sino que decidió convertirlo en el amigo preferido de su administración. Corea del Norte, gobernada por otro líder desequilibrado, fue motivo de su coqueteo y acercamiento. Todo mal, todo al revés.

Por último, China, el gigante invasor del comercio, las marcas, los combustibles y la locomotora económica del mundo, que venía construyendo relaciones entendibles y de negociación con Estados Unidos, todas muy complejas, decidió convertirlo en el blanco de todos sus ataques.

Hoy tenemos un mundo mucho más inestable, amenazado por desequilibrios regionales, comercio global en riesgo –palanca esencial del desarrollo los últimos 25 años– destrucción ambiental del planeta, ruptura de avances diplomáticos, de acuerdos regionales, etcétera.

¿Trump es culpable sólo de todo este caótico escenario? No lo es, pero sí fungió como su acelerador y no como su contrapeso.

La esperanza, amables lectores, es que la eventual y altamente probable derrota de Trump en las elecciones de noviembre, puede permitir una pausa y reflexión en la ruta del desastre. Recuperar un gobierno y potencia global dialogante, a favor de los acuerdos, de la negociación, de saber quién es una auténtica amenaza a la democracia internacional y tratarlo como tal.

Todas las encuestas señalan a Trump como perdedor a 96 días de los comicios. Es una buena señal, esperanzadora, aún no garantizada.

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