El libro recientemente publicado por el exsecretario de Estado de Estados Unidos Mike Pompeo, exhibe sin sombras o tersuras diplomáticas, el acuerdo secreto construido con el gobierno de México.
La intención de Trump era detener la inmigración ilegal a Estados Unidos y para lograrlo, ejercería toda la presión necesaria para doblegar al gobierno mexicano.
Amenazaron con el muro –que parcialmente se construyó– y luego, más grave y delicado, la imposición de aranceles a productos mexicanos como una medida de “castigo” por las crecientes olas migratorias que pasaban por México y se internaban a Estados Unidos.
Más aún, había evidencias claras de que el nuevo gobierno encabezado por López Obrador, azuzaba a los centroamericanos para cruzar México rumbo a la Unión Americana.
Existen declaraciones y datos precisos de la entonces secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quien formuló invitaciones abiertas “a nuestros hermanos centroamericanos”, trato justo y humanitario, comida, agua, transporte y refugio para varias caravanas que fueron ofrecidos y proporcionados desde México.
Un auténtico despropósito producto de la ignorancia, la inexperiencia y la torpeza diplomática.
Trump apretó las tuercas y tensó la relación: o los detienen y se los quedan mientras Estados Unidos resuelve permisos, visas, asilo y demás aplicaciones migratorias, o cobraremos aranceles a productos mexicanos.
La amenaza estaba echada, la presión ejercida y el chantaje evidente.
Mike Pompeo narra en su libro el pasaje en que se lo comunicó al canciller mexicano, el azoro de éste y la petición expresa de no hacer público el acuerdo.
¿En qué consistía? En aceptar –sin condiciones a cambio– la permanencia de miles de migrantes en suelo mexicano en espera de su trámite migratorio.
En los hechos, un Tercer Estado Seguro, esa tipificación migratoria estadounidense, que define a otro país –no necesariamente el expulsor de la corriente migratoria, ni tampoco al receptor, es decir, Estados Unidos– para que resguarde, asile y ofrezca cobijo a los migrantes, mientras la burocracia americana decide sobre cada ser humano que pretende cruzar su frontera y permanecer en suelo estadounidense.
Marcelo Ebrard regresó a México feliz y encantado asegurando que se había evitado una crisis, no habían aceptado los aranceles y que tampoco teníamos la condición de Tercer Estado Seguro.
Mentira escandalosa. Ahora sabemos por Pompeo, que México aceptó resguardar a los migrantes, pero con la petición de no hacerlo público.
Es decir, ocultarlo a la ciudadanía mexicana, al Senado y a la propia embajadora en Washington.
En estos días de agrestes intercambios entre la embajadora eminente Martha Bárcena y el canciller Marcelo Ebrard, ha quedado más que evidente la gigantesca mentira que el gobierno de López Obrador construyó y autorizó en la persona de su secretario de exteriores, para engañar a los mexicanos.
Sí, hubo acuerdo, fue en lo oscurito y a espaldas de Martha Bárcena, quien, el propio Pompeo señala, se negaba al tema. Después fue marginada de la negociación.
Marcelo Ebrard y el presidente López Obrador se doblaron literalmente frente ante Donald Trump, aunque en casa cantaron desvergonzadamente la defensa de la soberanía.
Sostuvieron un acuerdo –vigente aún– con un gobierno extranjero a espaldas de los mexicanos y sin el conocimiento ni aprobación del Senado de la República, violando de paso, una disposición constitucional.
¿No se llama a eso traición? ¿No se encuentra incluso tipificada en la propia Constitución?
Ebrard llamó a Martha Bárcena “traidora”, “rencorosa” para usar el lenguaje del presidente. Pero más aún, reconoció que le informó, acordó y –se deduce– obtuvo la autorización del presidente para aceptar las condiciones.
Al canciller y al presidente los cubre el enorme oprobio y la desvergüenza de haber mentido, engañado, timado y escondido a los ojos de la nación, un acuerdo con Estados Unidos para “resolver” el tema migratorio y servir a los intereses domésticos de Trump y de los republicanos.
En llano mexicano, se pusieron de tapete, se bajaron los chones para que Pompeo y Trump presumieran de la fuerza que ejercieron frente a nuestras autoridades.
Este presidente que se autodefine como el más patriota y nacionalista en los últimos 100 años –desde Madero, y de paso atropella a Cárdenas por la ambición del altar de la historia– resultó ser un vendepatrias. Un sumiso, agachado, servidor del imperio.
Tal vez por ello, y para rehabilitarse frente a sí mismo y frente a la historia, observamos ahora tantos desplantes frente a Biden y a Washington.
Ahí tiene usted los desencuentros en materia energética, ahora el nuevo y nuclear choque en materia del maíz transgénico –que desembocará sin duda en un panel de controversia comercial– y la absurda, nostálgica e inútil cercanía y condecoración a Cuba en días recientes.
No hay una política exterior mexicana que fortalezca y beneficie a México en el mundo. Estamos gobernados por mentirosos y traidores.