La izquierda mexicana, por muchos años perseguida y clandestina, señaló al aparato del poder como responsable de espionaje y hostigamiento perpetuo.
En los lejanos años 60 y el movimiento del 68, con la poderosa Secretaría de Gobernación a manos del maquiavélico Luis Echeverría, y el oficioso departamento de espionaje bajo el mando de Fernando Gutiérrez Barrios (Dirección Federal de Seguridad) se orquestó un aparato complejo, extendido, con amplio despliegue de agentes y de infiltrados en movimientos sindicales y universitarios.
Hoy sabemos que Echeverría utilizó esa información para construirle una imagen de México al presidente Díaz Ordaz al borde de un golpe comunista. Nunca sucedió ni había sustento sólido para pensar en la infiltración cubana o soviética mediante células revolucionarias.
Gutiérrez Barrios lo sabía bien por su estrecha, colaborativa y larga amistad con el propio Fidel Castro.
Pero Echeverría construyó los peldaños de su candidatura presidencial, y fue favorecido con el dedazo supremo.
Lo demás, es historia.
Cuando Vicente Fox ganó la Presidencia (2000) conocí y entrevisté a muchos nuevos funcionarios flamantes en sus cargos de ministros y secretarios, urgidos de tener acceso a su “expediente” .
El Cisen (Centro de Información y Seguridad Nacional) fundado por Salinas de Gortari en los 90, dio forma institucional a un aparato de inteligencia e información sistemática, que cuidaba la seguridad nacional sin que el Ejército estuviera en control.
En términos reales los aparatos de inteligencia, vigilancia y espionaje de la Sedena han seguido operando por décadas, en paralelo a lo que fue el Cisen, hoy prácticamente desmantelado por la 4T.
El Ejército, la Sedena y el general secretario son los depositarios de miles de informes, minuciosos y detallados de actividades y temas de seguridad nacional, como corresponde a su función.
El tema delicado llega cuando se trata de espionaje político, vigilancia a los opositores, a los partidos políticos, a los líderes o intelectuales críticos o contrarios al gobierno en turno.
Críticos no significa disidentes, que tristemente es como algunos gobiernos o militares, etiquetan a los opositores.
AMLO se llenó la boca de maledicencias en contra de Salinas, y todos los que lo sucedieron por espiarlo, a él, a sus giras, a su movimiento. Dijo que no tenía nada qué esconder y que desperdiciaban recursos en espiarlo y vigilarlo.
Prometió que eso terminaría cuando ganara y llegara al poder.
Hoy sabemos que no cumplió, como en tantas otras cosas.
Que el Ejército realice actividades de espionaje político, no es nuevo. Forma parte de la historia de México, de las etapas más oscuras de las Fuerzas Armadas, cuando militaban a favor de un partido o de un gobernante.
Esos tiempos han vuelto.
El Ejército es de la 4T. Hasta al general secretario lo vimos en un acto de proselitismo político en el norte del país con Adán Augusto.
No podría ser de otra forma. El presidente se ha encargado de bañarlos en oro, sacarlos de sus funciones naturales, convertirlos en empresarios, constructores, aduaneros, ingenieros aéreos y hasta ferroviarios. Lamentable.
El Ejército Mexicano, orgullo nacional en otro tiempo por su institucionalidad, su apego a los valores nacionales, su doloroso y triste aprendizaje –me lo dijeron generales y hasta secretarios– con el 68 y después con el 71 (El Halconazo), parece haber olvidado las lecciones.
Los militares no participan –o no debieran hacerlo– en proyecto político alguno. Porque entonces su función natural se pervierte, se corrompe, se mancha.
Ese Ejército de hoy es el que realiza –según revelaciones del New York Times y del Washington Post– actividades de espionaje político mediante el uso del programa cibernético y de telecomunicaciones conocido como Pegasus.
Fue un escándalo en el gobierno de Peña cuando se adquirió y se dijo que era ilegal y era para espiar a la oposición. AMLO mismo los acusó de espías.
Pues ahora los que sacan jugo de Pegasus son la Sedena y su aparato de inteligencia.
¿De qué tamaño será la lista de personajes monitoreados, vigilados, intervenidos en sus teléfonos, correos, WhatsApp y demás vías de comunicación? Gigantesca debe ser esa lista.
Según revelaciones de los diarios estadounidenses, los mismos miembros del gabinete de López Obrador son espiados, hasta los integrantes de su familia: Rocío Nahle, Antonio Esquer, Jesús Ramírez, Gabriel García, Julio Scherer, Manuel Bartlett, Alfonso Romo, Beatriz Gutiérrez Müller (¡su esposa!), sus tres hijos mayores.
Marrullero, rencoroso y desconfiado como es Andrés Manuel, a lo mejor duda de la lealtad de estos personajes, o de que no mantengan lazos y vínculos con “los enemigos” a sus espaldas. A saber.
Lo que resulta un hecho es que es inverosímil que esto suceda sin la autorización del supremo. La pregunta es ¿le entregarán reportes de sus comunicaciones? ¿Sabrá qué hablan a sus espaldas?