Anoche empezó la veda. La ley electoral, para algunos anticuada y urgida de renovación, señala este periodo de tres días para que todo ciudadano medite y reflexione de forma consciente acerca de su voto.
La pregunta clave sería ¿y eso qué significa? ¿En qué consiste una reflexión profunda del voto, más allá de las pasiones, la militancia y las preferencias?
Difícil separar unas de otras.
Las encuestas demuestran que el mayor respaldo a Claudia Sheinbaum proviene de los amplios sectores beneficiarios de programas sociales. La base de la pirámide que se vio respaldada y apoyada por entregas de dinero mensual para “mejorar su condición o calidad de vida”. Bajos niveles educativos; altos y medios niveles de pobreza se inclinan por el respaldo a Morena y su candidata.
Por el contrario, a mayor nivel educativo manifiestan —en encuestas, repito— un respaldo mayoritario a Xóchitl Gálvez. Es decir, las clases medias educadas con acceso a bachillerato, licenciatura y más, expresan simpatía o inclinación por la candidata de oposición.
¿Se trata de una batalla entre niveles de educación y ‘reflexión consciente’?
¿O es más bien una disputa entre quien reparte dinero vía programas sociales y quien no, es decir, entre el gobierno que controla el presupuesto y la oposición?
Me temo que es más complejo que eso.
El presidente ha planteado —el pasado lunes, en una de sus múltiples e ilegales intervenciones en el proceso electoral— que se trata de un referéndum, una elección plebiscitaria, donde se elige el rumbo de la nación, el proyecto de país.
No le falta razón al presidente en términos de la disyuntiva para el electorado.
Un proyecto propone una economía dominada por el Estado, con segmentos acotados de libre mercado —no el petróleo, tampoco la energía eléctrica, ni los servicios como el agua— con una centralización creciente en las funciones y facultades del gobierno.
Más intervención, mayor control, la disminución o franca desaparición de equilibrios al gobierno. La desaparición de los organismos autónomos, la sujeción del Poder Judicial, la Corte, el sometimiento del INE y por último, la reducción mañosa del Congreso para dominar con una mayoría gobiernista.
Ellos, los de Morena y el propio presidente, le llaman a eso democracia, aunque en los hechos, se parezca bastante más a una autocracia.
Por el otro lado, está un proyecto que pretendiera recuperar la ruta de fortalecimiento democrático iniciado en el año 2000 con la derrota del PRI como partido hegemónico.
Ya se habían fundado en los 90 la CNDH, el IFE, la autonomía garantizada del Banco de México, entre otras, que apuntaban a un Estado fuerte, de instituciones independientes para acotar, disminuir y limitar las tentaciones autoritarias del presidencialismo mexicano.
La llegada de AMLO y Morena significó, en los hechos, el grave retroceso a esa ruta de avance y consolidación democrática.
La desgracia de los partidos políticos, de su eterna ambición por el puesto y el presupuesto más allá del proyecto, torcieron esa ruta. Y en este diagnóstico, todos son responsables. Unos más, como el PRI por defraudar la enésima oportunidad que le dio el electorado (2012-2018); otros igualmente cómplices e incapaces de generar un cambio y democratizar al país, como el PAN (2000-2012), el PRD por sus venganzas ancestrales, sus tribus en eterna guerra, los repartos de cuotas, poder territorial, contratos y ganancias que produjeron el hartazgo de López Obrador para formar su propio partido, a su imagen y semejanza.
Y aún quedan los peores, la escoria, los mercachifles que se venden al postor de moda: el Verde, el PT y MC, para decepción de muchos mexicanos esperanzados con una tercera vía.
¿Qué va a pasar el próximo domingo?
Todo va a pasar. Las maquinarias de movilización, coerción y extorsión del voto, el recordatorio amenazante de que si no votas por estos, te quitamos los programas, y demás excesos vulgares de los poderosos.
A pesar de las encuestas, en las que no confío —no concibo sus cantadas ventajas de 25 y 30 puntos entre la oficialista y la de oposición—, pueden presentarse sorpresas luminosas.
No la victoria de quienes gobiernan, bastante cantada y adelantada por el propio caudillo.
Su sobrevivencia política, su herencia histórica y la libertad de sus muchos parientes implicados en contratos y negocios, descansará en el resultado del domingo.
La sorpresa la puede dar el electorado, la ciudadanía volcada en las urnas para rechazar el segundo piso del fracaso, de la demagogia, de la falsa democracia, de la destrucción del aparato gubernamental de contrapesos.
La esperanza, la verdadera esperanza, no está en un modelo o en otro, en un país de los míos contra los tuyos.
La esperanza radica en la libertad, en la no sumisión, en recuperar las autonomías, en fortalecer el Estado de derecho, en perseguir y encarcelar a los criminales, que hoy actúan como agentes del gobierno.
Ha pasado en otros países, puede pasar en México, aunque los números digan lo que las casas encuestadoras afirman.
Mi pronóstico personal se sustenta en voto diferenciado, en ciudadanos que sí reflexionaron a conciencia y eligieron no darle todo a los mismos. Unos puestos y cargos a unos, y otros a unos diferentes para que haya equilibrios y no aplanadoras de la democracia.
Última llamada: reflexione.