Está claro a estas alturas que Claudia Sheinbaum ‘va con todo’ con la reforma judicial, como ha declarado insistentemente los últimos días.
Es decir, para aquellos ilusos —me incluyo— que consideraban la lejana posibilidad de un matiz al legado legislativo de AMLO, donde por ejemplo, la próxima presidenta estableciera un período prudencial para arrancar el sexenio sin sobresaltos, o evaluar a fondo la eliminación del Poder Judicial de la Federación como lo conocemos, está más que asentado que la reforma se impondrá, con todo el peso de sus nuevas mayorías.
Sin duda, subyacen los argumentos jurídicos en torno a la necesidad de reformar el aparato de justicia, su transparencia, su cuestionada agilidad en la resolución de casos, el nepotismo inocultable entre jueces, magistrados y demás funcionarios.
Pero por encima de ese debate, necesario y urgente en la vida nacional, se impone la razón política de AMLO y su venganza contra una Corte que fungió, en pleno ejercicio de su deber constitucional, como un dique y un contrapeso al Ejecutivo.
Andrés Manuel los va a borrar por completo. Ya se revisarán sus condiciones de retiro, pensiones y los detalles administrativos. Pero es un hecho que los y las ministras que actuaron con independencia al presidente y a la ola atropellante de su movimiento, se quedarán sin empleo.
¿Qué surgirá de esta ola revanchista? ¿Qué nueva Corte sumisa y sometida a Morena y su presidenta aparecerán? Aún está por verse.
Pero lo relevante es la actitud consecuente y continuista de la doctora Sheinbaum. Ni una coma —escuche usted con atención— se moverá a la iniciativa con todo y foros de consulta y el teatral Parlamento abierto.
No hay engaños. Por parte de nadie, ni del Presidente ni de sus legisladores ni de su sucesora.
Las ilusiones nos las hacemos usted y yo, que quisiéramos ver a una presidenta con fuero propio, con un talante democrático que ofreciera contención al torbellino que arrasa con todas las instituciones restantes de un régimen democrático en construcción.
Es tan relevante el impacto futuro de la reforma judicial, que nadie ha vuelto a hablar de la del INE, o de los órganos autónomos, o de la reconformación del Congreso.
Si todas estas pasan como están diseñadas, se sentarán las bases para un régimen de 30 años, justo como han pensado y soñado los morenistas y su guardia pretoriana.
Con esas bases arrancará Claudia Sheinbaum, un sexenio que le otorga todos los controles y los poderes. El del Legislativo, sometido y subyugado a la voluntad presidencial, y el Judicial, seleccionado a tono con la mal llamada transformación.
Y subrayo, para evitar confusiones, transformar no significa destruir. Se puede construir sobre lo existente, mejorarlo, depurarlo, perfeccionarlo. No hace falta la dinamita en toda la institución, para crear una nueva, de acuerdo a los designios supremos del caudillo.
¿Recuerdan aquello de “al diablo con las instituciones”? Pues se hizo realidad al 5 para las 12.
Todo esfuerzo por apaciguar a los mercados, por enviar mensajes de tranquilidad y de estabilidad por una eventual transición tersa, fracasarán al aprobarse dichas reformas.
Empresarios e inversionistas considerarán, con ojo crítico y decepcionado, la posibilidad de aumentar y diversificar sus inversiones en México.
Y no es que no haya interés, cientos de proyectos de inversión aguardan el beneplácito de la Secretaría de Economía, próximamente en manos de Marcelo Ebrard.
Veremos después del voto en el Congreso durante el mes de septiembre, cuáles de esos permanecen y se concretan. Hoy son solo una vana esperanza.
La semana pasada la candidata victoriosa se reunió con empresarios del Consejo Mexicano de Negocios y del Consejo Coordinador Empresarial. Nuevamente, mensajes tranquilizadores, inversión asegurada, déficit a la baja —nadie le cree un 3.5 por ciento para el 2024— en fin.
Pero la nota relevante fue el desaire a Don Claudio X. González en las filtradas y penosas fotografías de La Jornada. El líder empresarial por décadas esperó en un salón adjunto la posibilidad de una audiencia privada, que después de una espera le fue denegada en voz de Juan Ramón de la Fuente.
El mensaje es inequívoco: aquí no hay canales especiales ni diálogo privilegiado ni acuerdos en lo oscurito. Querían exhibir al empresario desairado en la sala de espera, con actitud derrotista y lo consiguieron. Otra vez, “aquí mando yo”.
Las esperanzas de mantener un Estado democrático sin superpoderes ni sobrerrepresentaciones se desvanecen.
López Obrador impondrá su sello definitivo, a costa incluso, de empedrarle el inicio de su sexenio a Claudia.