La ominosa aprobación en la madrugada de este miércoles 11 de septiembre, de la reforma constitucional al Poder Judicial federal, representa la más grave regresión al proceso democrático mexicano de las últimas tres décadas.
Muchas horas y vidas, esfuerzos legislativos, bloques partidistas, incluso de los que hoy, orondos desmemoriados, se sientan en las deshonradas curules de diputados y escaños del Senado. Muchas horas y años para impulsar la consolidación de un proceso de transición democrática, para acotar los poderes omnímodos del presidencialismo mexicano, para abrir rutas y canales a la transición pacífica del poder entre fuerzas políticas distintas, producto y resultado de contiendas electorales auténticas.
Todo eso y mucho más se pisoteó y se hizo a un lado al aprobar esta reforma constitucional.
Hubo épocas en el mundo, vergonzosas para la humanidad, en que se quemaron libros y leyes escupiendo sobre el pensamiento humano, imponiendo por la fuerza y con el borroso efecto de ‘la mayoría’, visiones unívocas de la realidad.
México vive hoy, para desgracia de nuestra historia, ese momento autoritario en que la visión y el discurso de un solo hombre doblegan las voluntades y someten la opinión de muchos.
Se cometieron mil abusos, atropellos a la ley, al proceso legislativo, con el sobado argumento de un falso mandato popular. No escucharon a los otros, no aceptaron modificaciones ni rectificaciones, así lo había decretado el caudillo. Ni siquiera designaron una comisión para escuchar los ruegos de los manifestantes que irrumpieron en la sede de avenida Reforma.
Nada. La imposición, la voluntad vertical de un solo hombre, que arrasa con un poder constitucional idéntico al Legislativo y al Ejecutivo, como columnas esenciales de la República.
Miente Andrés cuando dice que habrá una mejor, más expedita y honesta impartición de justicia; miente Claudia cuando se convierte en la vaga extensión de su antecesor; miente Monreal cuando pisotea su doctorado en derecho para aprobar una aberración legislativa; mienten Adán Augusto y Fernández Noroña, y todos los paleros esbirros de AMLO que permitieron este atentado a la democracia mexicana.
La etapa de la transición democrática que arrancó en los años 90 con la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en el entonces Distrito Federal, con el primer Congreso sin mayorías en 1997, con las múltiples transiciones pacíficas de poder en estados, municipios y presidencias.
Se acabó. Esa etapa ha concluido y el enterrador es este personaje que se autodefine como un demócrata… ¡Vaya contrasentido! ¡Vaya engaño y manipulación!
¿Cómo un auténtico demócrata realiza acciones que minan y desmoronan los cimientes democráticos? No cuadra.
Claudia Sheinbaum se convertirá, en pocos días, en la primera mujer presidenta de México con más poderes políticos que ninguno de sus antecesores en más de un siglo. ¿Y qué va a hacer con eso? ¿Acatar al caudillo que ha demolido los fundamentos de la República?
Se acabó la independencia de poderes, como establece la Constitución.
Se acabó la interacción democrática entre partidos y fuerzas políticas, hoy todas subyugadas al ‘cártel Morena’.
Esa fue su conducta durante este mes para someter, controlar, extorsionar a todos quienes pudieran representar una amenaza a sus intenciones. Así hundieron en el fango de la deshonra traidora a los Yunes. Así amarraron al senador Barreda de MC, quien nunca apareció en la histórica sesión del martes.
El ‘cártel Morena’ representa la peor expresión del sistema político mexicano. No razona, no dialoga, no hace uso de la política como herramienta de entendimiento y resolución de conflictos: impone, grita, parlotea, moviliza a sus bases, manipula, amenaza y extorsiona.
Su eje es la fuerza, no la razón. Su guía es la venganza y el resentimiento, no el bienestar comunitario, como pregona falsamente. Todo para nosotros, porque fue para ustedes por muchos años. Esa es la distorsionada idea final.
Se acabó esta etapa en el México de la transición democrática. Vendrá un peligroso régimen impositivo, con visos autoritarios, militaristas y autocráticos.
100 años después de la Revolución, y estos que hoy componen Morena, le dicen al pueblo de México que ellos son la encarnación revolucionaria.
Es un falso debate de clases sociales y de resentimientos retrógradas.
Ganó la ilegalidad. Se impuso la venganza, el resentimiento, el revanchismo que lo arrasa todo, para averiguar luego si servirá o no.
Los verdaderos traidores a la democracia que se sepulta en estos días, con la apresurada aprobación exprés en congresos locales de la reforma judicial, sin lectura ni reflexión, son los del ‘cártel Morena’ que servilmente entregarán a su fundador y patrón el obsequio final de despedida.
Envuelta en la deshonra de la patria, una reforma que aniquila a un poder autónomo, desmorona el edificio liberal mexicano, y lo encajona todo en la voluntad del caudillo.
Ni a Porfirio Díaz le hicieron tantas genuflexiones.
Se acabó. A partir de ahora todo es juego nuevo, con las empresas sin certidumbre jurídica, con las inversiones sin marco legal, con los ciudadanos a merced del poder popular.