La Aldea

Esto no es una democracia

Esto no es una democracia, pero lo fue, y estuvo en proceso de consolidarse en la cultura política mexicana. Incluso se podría afirmar que estábamos en la ruta de consolidar un Estado democrático.

Lo fue, y estuvo en proceso de consolidarse o de afianzarse en la cultura política mexicana. Incluso podría afirmar que estábamos en la ruta de consolidar un Estado democrático —ojo—, un aparato de Estado con pesos, contrapesos, mecanismos para cuidar y proteger los derechos de todos. Perdimos esa oportunidad histórica.

Ofrezco disculpas a las muchas personas que me tachan de fatalista, de agorero del fracaso y del oscurantismo tiránico.

Pero no dejo de sorprenderme cada día que avanza esta administración, replicando estilos, consignas, métodos, agravios idénticos al antecesor.

En estos días observamos a una Presidenta enojada defendiendo con celular en la mano que ella no se había enterado de algo. ¿De verdad? ¿La presidenta de México tiene el tiempo para dedicarle a una diatriba en redes sobre si sabía o no lo que la juez había dictaminado? Se trata de una opereta. Es como el antecesor poniendo canciones de Chico Che, porque mejor ‘llenar el tiempo’, que responder preguntas reales.

A esto sume usted la intolerancia de la supremacía senatorial.

El celebérrimo doctor en derecho Ricardo Monreal ahora legisla —escuche usted— para impedir un derecho esencial de los mexicanos: ampararse contra actos de autoridad.

La obsesión dictatorial de implementar una reforma judicial aprobada con los pies, con múltiples contradicciones, absurdos, calendarios inalcanzables, tribunales superiores para enjuiciar a los jueces cuyo criterio disguste al poder, los convierte en traidores a la ley.

¿Dónde estamos? ¿De qué se trata todo esto? ¿A dónde quieren llevar a México?

Se niegan al diálogo. Rechazan el debate en los órganos dispuestos por la ley para ese propósito: las cámaras del Congreso. Repiten con maniqueo el discurso de que los mexicanos votaron por esto.

¡Falso!, señora Presidenta. Esa es una trampa discursiva que utilizan con irresponsabilidad y cinismo.

Los mexicanos, en su mayoría, le otorgaron a usted la victoria para la presidencia de la República (60 por ciento).

Los mismos mexicanos le otorgaron la mayoría simple a Morena en diputados y senadores. Una mayoría del 54 por ciento en números redondos. No del 75 por ciento como ahora ostentan en las cámaras. Se autoentregaron una sobrerrepresentación por interpretaciones dudosas y debatibles en la ley.

Pero lo que es un hecho incontrovertible es que los mexicanos NO votaron por desaparecer al Poder Judicial de la Federación. Esa es una falacia que repiten incesantemente, mintiéndole al pueblo de México y construyendo la insustentable “verdad” de que eso querían los mexicanos. No es cierto. No se preguntó, no se sometió a votación, ni estuvo en ninguna boleta.

Es absolutamente incorrecto inferir que al votar por ustedes, se daba por sentado que se aprobaba sin conocimiento ni detalle la desaparición del Poder Judicial.

Ahora se ofenden porque somos el hazmerreír en Harvard. Y cómo no serlo, cuando la mentada reforma es una insensatez que dañará a México indefectiblemente.

Me preocupa gravemente que antes de cumplir un mes en el cargo, la nueva presidenta de México ya se pelea, se enfrenta y se confronta con todos aquellos que no piensan como ella.

Ya ‘peluseó' a los académicos de Harvard que evidentemente estallaron en carcajadas al conocer los detalles de la reforma.

Sheinbaum y Morena no quieren jueces autónomos, independientes, honestos, que fallen a favor del pueblo. ¡Vaya locura! Los jueces se deben a la ley, no al pueblo, principio básico de la Revolución Francesa que permite la convivencia pacífica de sociedades modernas, complejas, multiétnicas y llenas de grupos de interés.

El poder quiere someter a la justicia, al derecho y a los jueces. Quiere cerrar las filas para una revolución de Estado, para que nadie discrepe, para que nadie sea capaz de disentir, de oponerse a una mayoría que aplasta a los que piensan distinto.

Esto no es una democracia; es un aparato de gobierno que cierra los caminos para otras visiones. El Senado legislando para impedir que haya amparos contra la reforma. ¡Inaudito!

La mejor señal de la cerrazón, de la imposición política, de las bases de la tiranía, es aprobar una ley para impedir que la reforma arbitraria sea —ya no abolida, rechazada— solo revisada, corregida, arreglada.

En menos de un mes tenemos a una Presidenta en desacato en la ruptura de la Constitución que prometió “guardar y hacer guardar”, urgiendo a sus abyectos alfiles en las cámaras para cerrar el paso a toda disidencia, de forma o de fondo.

Y ahí se pueden ir sumando, como lo harán en las siguientes semanas otras instancias: el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación se rindió de forma abyecta ante el Senado e instruyó al INE continuar con la elección de jueces y magistrados.

No importa que la tal reforma tenga errores, no importa que fue aprobada en franca ruptura del proceso legislativo, no importa tampoco que un porcentaje significativo de la población rechaza la reforma.

No importa, aplastan, atropellan, humillan a jueces y ministros.

La soberbia morenista pasa factura vengativa. Hoy son mayoría y mandan.

Esta no es una democracia. Se está convirtiendo en un adefesio monopartidista y controlador.

COLUMNAS ANTERIORES

La sentencia a México
Señales políticas

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.