La Aldea

Diatriba matutina

México necesita un presidente de todos los mexicanos, no de 'los buenos y bien portados' porque le aplauden; de todos porque el país es destino y el destino es patria.

Es el ritual de cada mañana. La aparición esperada del presidente, acompañado o no, para sostener un encuentro con los medios. No se trata técnicamente de una conferencia de prensa, porque si bien existen –algunas– preguntas y respuestas puntuales, la mayor parte del promedio de dos horas diarias se dedica a otros mecanismos o ejercicios de comunicación.

Por ejemplo, la cátedra. El presidente dicta cátedra sobre temas diversos, que van desde su concepción del conservadurismo del siglo XIX y sus sangrientas y criminales expresiones en el XX, hasta su incuestionable autoridad moral para señalar, acusar o descalificar.

El presidente no informa, promete, anuncia, pregona. El presidente no perfila su estrategia de gobierno en materias de seguridad, energía, educación, salud; sólo descalifica todas las acciones de los gobiernos anteriores. El presidente no sustenta sus afirmaciones en datos y cifras avalados por reconocidas instituciones especializadas: Inegi, Banco de México, Hacienda, Coneval, etcétera, él siempre tiene sus propias cifras, de su oficina particular, con datos surgidos de nadie sabe dónde ni con qué metodología.

El presidente acusa –casi todos los días–, señala, descalifica, fustiga a los que llama sus adversarios, a los fifís, los conservadores, los que simplemente no piensan como él. Dedica un tiempo considerable al ejercicio del dedo flamígero en contra de quienes los critican... lo criticamos.

Afirma que promueve el debate, que es amigo de la discusión y la confrontación de ideas, pero en automático degrada a quienes esgrimen argumentos contrarios. Eran la mafia del poder –argumento caduco hoy en día porque quien ejerce el poder (todo) es él mismo– por eso hoy son "mis adversarios, los fifís, hipócritas, doble cara".

Ha llegado al extremo de señalar a periodistas y analistas políticos por su nombre y medio, como una flecha directa de advertencia. Menciona cada dos de tres días, a diarios y publicaciones cuya línea editorial le disgusta, le incomodan sus publicaciones.

Es un presidente instalado en el altar del denuesto, en el púlpito de la descalificación. La voz que cuenta, la que debe ser escuchada, a quien debemos conceder credibilidad ciega, es la suya. La hipotética disposición al diálogo, es sólo el disfraz de un demócrata que se desvanece con cada memorándum y cada llamado a pasar por encima la ley. Porque "la justicia –ha dicho– debe estar siempre por encima de la ley".

Varios de los asistentes son pseudoperiodistas al servicio del aparato de propaganda. Representantes de medios inexistentes, de páginas con tres seguidores, a quienes se las ha concedido la acreditación presidencial. Roban tiempo a periodistas serios con preguntas serias, y profieren halagos, piropos y comentarios zalameros para la complacencia del poderoso.

La 'conferencia matutina', eje de comunicación ultrapersonal del mandatario, se ha convertido en diatriba cotidiana, donde se agrede, se agravia, se insulta bajo el vago argumento de la 'autoridad moral'. Concediendo dicha autoridad, por demás discutible en un personaje que ha vivido por más de dos décadas de presupuestos partidistas, ¿eso otorga el derecho al insulto y la descalificación? ¿Eso provee la garantía al denuesto y al agravio público? Difícilmente. Aún más allá, ¿esta estrategia de comunicación construye unidad entre los mexicanos? ¿Fortalece el tejido social? ¿Profundiza los valores democráticos de la tolerancia y el respeto? Mucho me temo que no.

El presidente de la República utiliza la plataforma de su alta investidura para acusar a medios, para señalar a periodistas y columnistas, para responsabilizar de todos los males nacionales al pasado y sus presidentes.

No se trata de un jefe de Estado abordando temas de delicada importancia para la nación, por si nos faltaran. Se trata de un jefe de partido, de un líder social y de movimiento que afianza el respaldo de quienes considera 'los suyos' mediante el ataque sistemático a esos 'otros' que no son suyos.

México necesita un presidente de todos los mexicanos, no de 'los buenos y bien portados' porque le aplauden, sino de todos porque el país es destino y el destino es patria. México es de todos, no sólo de los 30 millones de ventaja electoral.

Sería mucho más valioso el tiempo que el presidente emplea en fustigar a medios y periodistas, si fuera dedicado a la crisis de salud pública que está en llamas; o de educación, que está a punto de retroceder unos años; o de energía, porque las pipas no resuelven el problema del huachicol, y ya para no hablar de la inseguridad desbordante, o del desempleo creciente.

COLUMNAS ANTERIORES

El vergonzoso caso Zaldívar
Pactar para llegar

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.