La Aldea

El movimiento

Si bien Morena se define como una guía ideológica y operativa, puede convertirse en un pretexto de segregación y de rechazo a todos aquellos que trabajaron en administraciones anteriores.

La cercanía con la entrada en funciones del nuevo gobierno nos conduce a preguntar a diestra y siniestra decisiones y estrategias de actividades específicas. La toma de posesión, la residencia presidencial, el propio Estado Mayor Presidencial, las giras, los cuerpos de seguridad, y muchas otras cosas más.

El nuevo gobierno tiene –nos lo aseguran sus cercanos e integrantes– la firme convicción de sentar precedentes que marquen diferencias significativas con administraciones anteriores.

En el caso de la toma de posesión, la obligada asistencia del nuevo titular del Ejecutivo a la ceremonia y juramentación con la bandera nacional y el Congreso en pleno, están ultimando detalles, nos indican. Los viejos protocolos de las comisiones de recepción y despedida, hoy en su mayoría integradas por legisladores de su propio 'movimiento', podrán ser 'aderezadas' con integrantes de bancadas de minoría. El discurso, el Himno, los dignatarios invitados, todo eso parece estar dentro de los márgenes del protocolo acostumbrado. Con todo, el equipo de transición busca, a toda costa, resquicios y espacios no reglamentados para innovar y modificar fórmulas. Más que comprensible, por tratarse del primer gobierno extraído de la izquierda a nivel federal.

El protocolo dentro del recinto, el Himno, el posicionamiento del Congreso, que tocará al venerable Porfirio Muñoz Ledo, está casi perfectamente planchado. Gran problema, el que la calidad y profundidad del discurso del presidente de la Cámara de Diputados pueda superar o ensombrecer al mensaje del propio presidente constitucional. No es difícil, considerando que uno es un tribuno, campeón de oratoria, con larga prosapia en las lides parlamentarias, mientras que el otro, es un campeón, pero de la plaza pública, del discurso improvisado, del verbo ardiente del corazón. Sin duda será un buen duelo.

Lo que aún está por definirse con ajustes repetidos y continuos cambios, es el programa posterior a la ceremonia en el Congreso. El presidente tiene la intención de dirigirse a Palacio Nacional, y ahí –ohh, nostalgia de otros tiempos– recibir la salutación de partidos, fuerzas militares, organizaciones civiles y el pueblo todo. Con respeto a los organizadores, pero más bien suena a una visión retrospectiva en el tiempo, aquella de coches descubiertos, lluvia de confeti y el pueblo vivo saludando al nuevo tlatoani.

Una vez en Palacio, ¿qué sucede? ¿Recibe dignatarios? ¿Saldrá al balcón a saludar a la gente reunida –y seguramente acarreada por Morena– para lanzar vítores y hurras al nuevo presidente? ¿Saldrá sólo? ¿Con su familia?

Hacemos votos porque no tenga el mal gusto de aparecer ahí con el impresentable de Nicolás Maduro, porque causará profunda deshonra al pueblo de México. O de Daniel Ortega o Evo Morales. ¿Cabrá la sensatez? Ya invitarlos fue suficiente desatino.

Por todos lados me informan que estaba previsto un concierto sinfónico en una plaza pública, pero era indispensable la participación de un director "del movimiento". Para las posiciones de gobierno se buscan "simpatizantes, seguidores, activistas del movimiento".

México corre el grave riesgo de desechar a una clase gobernante, me refiero más a la técnica que a la política, los funcionarios del Banco de México –200 retiros voluntarios por adelantado–, de la Secretaría de Economía, de Relaciones Exteriores –cónsules, embajadores y expertos en temas internacionales–, de Energía, de telecomunicaciones, para substituirlos con "la gente del movimiento".

Es decir, aquellos fieles simpatizantes de AMLO y de Morena, perredistas en un momento de su historia, de izquierda casi todos. Estoy seguro de que habrá gente talentosa y preparada, pero me preocupa que esta premisa de contratación funja como sentencia y como condena.

Nos ha costado casi 30 años capacitar, entrenar y formar a mexicanos profesionales en el servicio público, financieros y diplomáticos, ingenieros y expertos en muy diversas áreas, que ahora serán retirados por una baja substancial de salario, además de no pertenecer "al movimiento".

¿Qué es el movimiento?, pregunto, y responden orgullosos que es la base de la cuarta transformación, el movimiento auténticamente social –dicen que nutre y alimenta al nuevo gobierno–. Suena bonito, pero otras voces hablan más de un amasijo informe, de corrientes políticas, ideológicas, radicales, sindicalistas que pretenden aprovechar la coyuntura para ocupar algún espacio de poder.

"El movimiento", ese que defienden como guía ideológica y operativa, bien puede convertirse en un pretexto de segregación y de rechazo social a todos aquellos que hayan colaborado o trabajado con administraciones anteriores.

Me recuerda a los kirchneristas en Argentina, o con mayor gravedad, a los chavistas de Venezuela. "Si usted no es –me los confió una venezolana a la que después de dos años le otorgaron un pasaporte– lo suficientemente chavista, aquí, no tiene cabida".

Esperemos que "el movimiento" no se convierta en instrumento de rechazo, marginación, venganza social, porque entonces la cuarta, no alcanzaría ni la tercera.

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