La Aldea

Eterna campaña

El discurso de campaña y de permanente confrontación no ayuda a la unidad nacional; no contribuye a postular un proyecto de país.

El presidente López Obrador permanece en campaña, mantiene las técnicas de confrontación y división que lo caracterizaron en sus largos y esforzados intentos por llegar a la presidencia. La clave es contar con un enemigo, con un contrincante, con un sparring sobre el cual depositar golpes, errores, responsabilidades por el pasado y por el presente.

Al más puro estilo Trump, es necesario construir un adversario permanente en lo político, en lo económico, en lo social, en lo histórico, incluso.

La sonora rechifla del sábado en el nuevo y flamante estadio de los Diablos Rojos, le descompuso el aura intocable de popularidad perpetua. Tal vez desconocía la política consigna de "la prueba del estadio", donde, sin falta, han sido abucheados desde Gustavo Díaz Ordaz (1968), Miguel de la Madrid (1986) y el mismo Cuauhtémoc Cárdenas (1997) en la Plaza de Toros. Enfrentar un público deportivo es esencialmente distinto al acostumbrado de los seguidores y simpatizantes. Acá no hay vítores ni ovaciones. En el estadio se congrega una multitud mucho más amplia y diversa de la sociedad, donde lo que congrega es la afición a un deporte, jamás un mitin o mensaje político.

Andrés Manuel desestimó el foro y su audiencia, acostumbrado al popular "yo zapateo en cualquier tablao". No fue así.

Y desde el lunes ha sido un constante arremeter contra "los adversarios", que ya no son sólo los conservadores y fifís ahora a quienes califica de esa forma.

"La prensa conservadora, fifí, sabelotodo, fantoches, hipócritas, doble cara. ¡Fuera máscaras!" –pronunció el martes en su más sonora y adjetivada andanada contra los medios–. Remató, después de los cuestionamientos de algunos periodistas: "Sí, la prensa fifí, un día y el otro también, se dedica a cuestionar y a veces a calumniar, todos los días, como sistema… Dónde estaban cuando Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña vendían a la patria, a ellos no los criticaron…"

Esta línea de ataques y descalificaciones permite deducir que el pensamiento del presidente se sustenta en 'No apoyarme, es negarse al cambio'. Pero los medios y los periodistas no estamos para apoyar, sino para preguntar, para buscar explicaciones, para ofrecer al público información verídica y auténtica.

Al presidente que defiende el derecho a la libre expresión y el suyo propio –hoy cuestionado por múltiples juristas– a la réplica continua con base en su calidad moral –otra vez, un ser superior por encima de los demás–, no le gusta la crítica. A ningún político le gusta, pero unos son más tolerantes que otros. Andrés Manuel López Obrador está probando la acidez de la crítica en el ejercicio del poder, cuando por décadas la procesó y rebatió desde la oposición.

Se equivoca el presidente cuando afirma que a sus antecesores nos los criticaron. Tal vez olvide la resistencia de Peña al cero aplauso, o la de Calderón a la ridiculización de un "soldadito disfrazado" en un programa de televisión matutino; a Fox hasta a su vida personal se inmiscuyeron los medios, cuestionando su medicación y la inolvidable pareja presidencial.

Todos y todas han recibido su cuota de crítica con base en su ejercicio público, en sus responsabilidades, sus torpezas, excesos y sus decisiones. Seguramente se habrán registrado casos de señalamientos injustificados, pero la mayor parte de lo que los medios registran se sustenta en su desempeño como representantes del Estado mexicano.

El presidente López Obrador resultó electo por una extensa mayoría de votos, para ser el presidente de todos los mexicanos, no sólo de sus devotos seguidores y simpatizantes, sino también de aquellos a quienes despectiva y peyorativamente señala como conservadores y fifís, fantoches, hipócritas, doble cara.

El discurso de campaña y de permanente confrontación, no ayuda a la unidad nacional. No contribuye a postular un proyecto de país, sustentado en principios y valores de futuro, del México en el que nos queremos convertir.

Por el contrario, la obsesión con el pasado, con un revisionismo estéril y además parcial –los expresidentes, sus abusos de poder, el Pemex de Cárdenas, el perdón de España–, nos mantiene atados a una nostalgia improductiva.

Los debates que debiéramos sostener en México están en el siglo XXI, en el desafío de las nuevas fuentes de energía, en el combate a un crimen sofisticado que se extiende sin control, en la militarización de las policías, en la infraestructura, en proyectos productivos que reduzcan la brecha en salud, en educación, en desarrollo.

De nada sirve culpar a cinco expresidentes, o pedirle a España una disculpa absurda. Si la intención es reconciliar, el resultado es el contrario; si no hay ánimo de denostar a nadie, pues por qué no empezamos por dejar de hacerlo todas las mañanas.

Replicar el modelo Trump de gobernar por y para los míos, alejando a los contrarios, evadiendo los consensos, descalificando otras vías y formas de pensamiento, no fortalece la confianza, la inversión y un país con futuro.

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