La Aldea

Gas a la oposición

Suponemos que la instrucción de 'gasear' a los alcaldes fue ordenada por un funcionario menor, torpe, insensible, incapaz de entender la responsabilidad de sus acciones.

Cada semana que avanza en esta administración, se presentan hechos que hubieran parecido inverosímiles en el pasado. No sólo en el gobierno anterior, sino en los últimos tres o cuatro.

Martes 5:30 am, Zócalo capitalino. Cerca de 300 alcaldes de México, en su mayoría panistas, pero más de una docena de perredistas, priistas y un par de morenistas despistados –los van a sancionar en esa organización ejemplo de la democracia– se forman como frente en protesta, manta al frente con la leyenda "salvemos los municipios de México" y arremeten contra la puerta central (puerta Mariana) de Palacio Nacional. Lo hacen con las manos, tocan, empujan, hacen ruido. No traen vigas metálicas ni palos, ni cohetones, ni instrumentos para dañar al inmueble. Su pretensión, una audiencia con el Presidente para pedir que no le quieten presupuesto a los municipios.

Logran abrir la puerta, entran a trompicones, se empujan, los reciben con gas lacrimógeno. Salen de Palacio y un funcionario de la Secretaría de Gobernación les indica, amablemente –después del gas–, que se dirijan a la Cámara porque ahí serán atendidos por las comisiones que revisan y autorizan el Presupuesto.

¡Increíble! Funcionarios electos expulsados de Palacio Nacional con gas. ¡Los gasearon!

El argumento, en un posterior comunicado de risa, indica "dosis moderadas de gas" para proteger la vida de trabajadores de remodelación. Curioso, no había según los testimonios, ningún trabajador en andamio a las 5:40 de la mañana.

Si referimos los hechos multicitados, comentados y analizados de Culiacán, subsisten sobre la mesa, a casi una semana de los acontecimientos, más preguntas y dudas que información clara y transparente por parte del gobierno.

Imagine usted cualquiera de estos hechos, o los de Michoacán con los policías emboscados y acribillados, o los de Guerrero con los civiles muertos a manos de un operativo militar, en el sexenio anterior, o el anterior, o el anterior. ¿Podemos dimensionar las voces enérgicas de la oposición pidiendo explicaciones, exigiendo cabezas, señalando los excesos y abusos del poder?

Suponemos que la instrucción de 'gasear' a los munícipes fue ordenada por un funcionario menor, torpe, insensible, incapaz de entender la responsabilidad de sus acciones. Escudado bajo el "estaban muy enjundiosos" o la explicación del presidente ayer del "no eran formas adecuadas". Vergonzoso. Especialmente porque hace muy pocas semanas, en dos marchas complicadas en la Ciudad de México (la del aniversario de Ayotzinapa y la del 2 de octubre) los anarcos encapuchados llegaron a pintar, golpear y dañar la fachada del mismo Palacio Nacional. Nadie los tocó, ni con el pétalo de un extintor, ya no digamos con gas lacrimógeno.

Este gobierno necesita su AMLO en la oposición: una figura emblemática, ferozmente crítica, capaz de señalar con pertinencia y agudeza las incompetencias del gobierno. Ese líder que desde las filas de la oposición, posea la capacidad política, la altura moral, para exhibir las torpezas, los excesos, las absurdas respuestas y las infantiles explicaciones: "no estaba enterado del operativo". ¿De verdad?, ¿eso sucede sin que el comandante en jefe esté al tanto? Por eso delega, y por eso sale como el país y el mundo pudieron atestiguar. Su secretario de Seguridad, "de mucha confianza", anda escondido, por cierto, sin dar la cara ni responder a las mil preguntas que la sociedad espera conocer.

Hoy resulta, como la historia y los hechos comprueban –esa aplastante realidad que destruye cualquier sueño y promesa– que gobernar no era tan simple como se afirmó; que tomar decisiones resulta mucho más complejo, especialmente, si el equipo no está a la altura. Más de uno debieran haber presentado su renuncia el viernes pasado, si acaso este país fuera serio.

Pero vivimos un rosario de incompetencias, de sinsentidos, de explicaciones absurdas destinadas a confundir, a distraer, a alimentar a engañabobos. Y, por si fuera poco, se desató el aparato de reproducción de mensajes en redes (#amloestamoscontigo y otros varios).

Tenemos a un presidente incapaz de corregir, de evaluar con objetividad sobre los hechos y medir la eficiencia de sus colaboradores. No se trata de una confianza ciega (como la que le dispensa a Bartlett, que no se sostiene a la luz de sus no pocas propiedades y empresas; o la de Durazo después de los hechos conocidos; o la de otros varios integrantes del gabinete). Se trata de su efectividad y de su eficiencia. Varios presidentes en el pasado, ponderaron la lealtad por encima de la competencia y los resultados están a la vista.

A pesar de su tozuda insistencia en diferenciarse, AMLO en eso, se parece mucho a sus antecesores.

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