La Aldea

Símbolos

Tenemos un gobierno que invierte enorme energía en la construcción de símbolos, muchos etéreos e intrascendentes.

Tenemos un presidente de símbolos. Es mucho más importante la construcción de un concepto colectivo, la permanente alimentación de creencias 'justicieras', que la realidad comprobable.

Se rifó un avión presidencial, que el hoy titular del Ejecutivo convirtió, de forma muy rentable electoralmente, en un símbolo de los dispendios y excesos del pasado. En los hechos, el avión no se rifó, nadie se lo lleva en premio, sigue sin venderse –promesa incumplida de campaña- y hay costos no revelados por los intentos de venta, su traslado a california, el pago de mantenimiento y de hangar en la base que lo recibió. Calcule usted el tiempo, las horas, la energía invertida por la presidencia de la República en una campaña inútil, intrascendente, sólo para convencer a la ciudadanía de que el presidente 'hacía justicia'.

En suma, tal vez algún día nos digan cuánto ha costado, pero todo indica que ha salido más caro el caldo que las albóndigas. Es irrelevante, porque frente a la base electoral de apoyo a AMLO, ha cumplido cabalmente su promesa de 'deshacerse' del avión. Se gastó en la rifa, se gastó de más al pagar el propio gobierno 500 millones de pesos en 'cachitos' que repartieron en hospitales y escuelas. Todo para la construcción de un símbolo justiciero que, por cierto, sigue hoy en el hangar presidencial.

La insistente campaña anticorrupción sobre la que este gobierno ha construido su discurso transformador, carece de hechos sólidos y contundentes. El mayor criminal confeso, exfuncionario corrupto comprobado, denuncia desde su domicilio a una serie de personajes sin aportar mayores pruebas ni evidencias. El presidente creyó o al fiscal lo timaron, que alcanzar un acuerdo con el mentado Lozoya iba a aportar tal cantidad de evidencias, que acabarían de un tajo con toda una generación de corruptos en la pasada administración. Gran y portentoso símbolo nacional, acabar, neutralizar, combatir la corrupción galopante en la clase política. En los hechos, se diluye entre los dedos los casos y expedientes sólidos que permitan fincar acusaciones y vincular a proceso. Nada.

Mucha retórica, promesa, mérito logrado al combatirla y pretender acabarla, pero en los hechos, tampoco se sostiene. Otro símbolo rebosante en significados, pero carente de sustento.

La iniciativa presidencial presentada ante el Senado para solicitar formalmente la inclusión de un sondeo nacional para llevar a juicio a los expresidentes, va en el mismo sentido. Otro símbolo de AMLO dirigido a su base electoral, que con mucha probabilidad fracasará ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Perseguir delitos y presentar ante la justicia a delincuentes –de cualquier talla o fuero- no puede ser sometido a consulta pública. La ley no puede ser cumplida o no según los deseos de la ciudadanía; para eso las construyen los legisladores, las hacen vigentes y el Poder Judicial vigila su cumplimiento.

La ocurrencia de la encuesta es sólo otro distractor de problemas graves y serios, y un elemento más para la construcción del símbolo anticorrupción.

Resulta incomprensible que López Obrador declare que él personalmente votaría en contra, pero debe consultarlo a la ciudadanía. Otro símbolo que no se sostiene: el presidente es un demócrata, que defiende por encima de cualquier politiquería barata, la opinión y el mandato popular. Si fuera esto un hecho incontrovertible, no se hubiera convertido a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en un mercado de acusaciones mutuas y de derechos atropellados, para que la líder –amiga cercana y de confianza del presidente- declare que sigue comiendo frijoles. ¿A quién le importa la muy generalizada dieta de la Presidenta de la CNDH? Está ahí para realizar un trabajo, serio, profesional, con probidad, con apego a derecho que, según las denuncias de las madres y grupos de mujeres que ahí se apostaron, ha ignorado con humillante cinismo.

Hay todavía símbolos de esta administración que serán derrumbados en los hechos. Como por ejemplo la subrayada austeridad de la administración, y no porque se gaste en exceso, de forma superflua o banal –como ellos señalan, gastaban sus predecesores-, sino porque gastar mal el dinero público, administrarlo con torpeza, con ignorancia, con irresponsabilidad, no sólo es un delito, sino que representa un insulto tan grave como robarlo. El sistema nacional de salud es un desastre, fue prácticamente desmantelado en los hechos con un Insabi que no funciona, una cobertura que se debilita cada día, y un servicio y atención criminal. México ocupa el primer lugar del mundo en decesos entre personal médico, resultado transparente de la errática y fallida estrategia contra el Covid-19. La gente se muere, por decenas de miles, pero aquí se festejan rifas.

Tenemos hoy un gobierno que invierte enorme energía, tiempo, campañas, mensajes en la construcción de símbolos, muchos etéreos e intrascendentes. Santa Lucía frente a Texcoco, como si uno fuera el buen aeropuerto y el otro el mal aeropuerto. Cuando en realidad debieran evaluarse a la luz de su eficiencia, servicios, capacidad de operación.

El símbolo por encima de los hechos, de la ciencia, de los datos. El símbolo por encima de la realidad.

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