Tan pronto se supo del intento de asesinato de Donald Trump, comenzaron los llamados a dejar atrás la polarización. No faltaron demócratas que afirmaran que el atentado era consecuencia de la retórica violenta de Trump, ni republicanos que argumentaran que todo se debía a la “demonización” del expresidente. Sin embargo, el mensaje general de ambas campañas fue que había que reducir la virulencia de los ataques mutuos y buscar la unidad nacional.
El presidente Joe Biden conversó con Trump después del atentado y, en un mensaje desde la Casa Blanca, dijo que había que “bajarle la temperatura a la política”. Inmediatamente, su campaña puso en pausa los anuncios negativos que acababan de poner al aire y dio instrucciones para que nadie dentro del equipo emitiera comentarios.
Trump, por su parte, le dijo al New York Post que había descartado el discurso que tenía planeado pronunciar en la Convención Nacional Republicana (CNR), en el que iba con todo contra Biden. Después del atentado, comentó que buscaría dar un mensaje de unidad nacional. Al momento de escribir estas líneas, todavía no ha pronunciado ese discurso, pero su campaña ha insistido en que ese será el sentido de su pronunciamiento.
La realidad es que este ánimo no va a durar mucho. En una elección donde una parte importante del electorado tendrá que decidir entre lo que perciba como el menor de dos males, es inevitable que los ataques continúen siendo feroces. Biden y su campaña insistirán en que una victoria de Trump significaría el fin de la democracia y del orden mundial tal como lo conocemos. Los republicanos, por su parte, seguirán argumentando que Biden es una amenaza existencial para Estados Unidos, pues no está en sintonía con los valores esenciales de los estadounidenses y ha puesto en riesgo la identidad nacional.
Si bien los ataques vendrán de ambos lados, Trump es el genio de la polarización. La idea de la unidad nacional parece más un cálculo estratégico de sus asesores que un interés genuino del expresidente. En cuestión de días lo veremos de nuevo como lo conocemos, sobre todo si siente que tiene la elección ganada. Con el Partido Republicano reconstruido a su imagen y semejanza, con un equipo en el que solo caben leales e incondicionales, y sin la perspectiva de una posible reelección, si gana la elección no habrá nada que lo contenga.
La dinámica entre Trump, el Partido Republicano, la base social que lo sustenta y los medios de derecha genera una espiral de polarización de la que parece imposible escapar. A pesar de las señales de moderación enviadas por la campaña de Trump, en la CNR varios oradores, incluyendo al primogénito del presidente y JD Vance, candidato a la vicepresidencia, mantuvieron el discurso incendiario del expresidente, atacando agresivamente al gobierno de Biden y a los medios de comunicación, y adoptando posiciones extremas en temas como la migración. Destaca el radicalismo de los discursos de los aspirantes a cargos legislativos, lo que refleja su convicción de que esos mensajes son los que conectan con sus electores.
La base social sobre la que se asienta el trumpismo se siente agraviada por la desindustrialización de Estados Unidos, el olvido de la clase política, la meritocracia y el pretendido igualitarismo de los demócratas. Además, se siente amenazada por el descontrol de las fronteras y la entrada masiva de migrantes. Para ellos, la política se ha convertido en una cuestión de reivindicación social, reafirmación cultural e incluso de supervivencia. Esto hace imposible que moderen sus expectativas sobre el discurso y los posicionamientos de Trump y, por ende, que el expresidente también lo haga.
Medios como Fox News cierran la pinza al alimentar los agravios y miedos del electorado republicano, animando al expresidente a mantener el discurso que lo conecta con su base social y que gusta a sus audiencias. CNN suavizó su línea editorial después del atentado, mientras que MSNBC, la contraparte de Fox News, incluso sacó del aire su programa matutino por un día para evitar opiniones inapropiadas. Nada similar sucedió con los medios de derecha, que insistieron en que todo había sido culpa de los demócratas y las mentiras de otros medios. Lejos de reducir los ataques, los intensificaron. Lo mismo sucedió en el ámbito de las redes sociales, donde además proliferaron teorías de la conspiración.
A pesar del atentado contra el expresidente, no hay nada en el contexto de la elección ni en la personalidad de Trump que apunte hacia una moderación, mucho menos a la reunificación del país. Una vez que la política se vuelve un juego de suma cero y la victoria del contrario apunta al abismo, “bajarle la temperatura a la política” se vuelve prácticamente imposible. Lamentablemente, apagar el fuego de la polarización va a requerir mucho más que una sacudida como la del sábado pasado.