Kamala Harris superó con creces a Donald Trump en el debate de hace diez días. De acuerdo con la más reciente encuesta de The New York Times/Siena, el 67 por ciento de los votantes probables consideró que Harris tuvo un buen desempeño, en comparación con solo el 40 por ciento que opinó lo mismo sobre Trump. Sin embargo, este estudio, como otros, indica que esto no se tradujo en un incremento de apoyo para la candidata demócrata, quien sigue prácticamente empatada a nivel nacional con su rival.
Esta paradoja demuestra cómo un político populista como Trump se aprovecha de la polarización, la desconfianza y la construcción de realidades alternativas. En este entorno, nada parece sorprender, de modo que afirmaciones que en otras circunstancias serían inadmisibles ahora resultan irrelevantes o incluso contribuyen a consolidar una base de apoyo. Así, Trump ha transformado algunas de sus afirmaciones más escandalosas en el debate en banderas de campaña. Lejos de admitir algún error, redobló la apuesta y siguió adelante.
Ciertamente, hay factores que no favorecen a la candidata Harris. Por ejemplo, muchos votantes consideran que Harris es demasiado liberal y otros dicen que todavía no se conoce lo suficiente sobre ella. Sin embargo, quizá lo que más pesa es que las percepciones sobre la economía y la seguridad en la frontera no son positivas y eso beneficia a Trump.
Por supuesto que Trump tampoco las trae todas consigo. De hecho, genera un amplio rechazo entre los electores que no les gusta ni su personalidad, ni lo que hizo o propone. Pero lo que sorprende no es ese rechazo, sino que casi la mitad de los votantes probables le perdone todo y lo apoye incondicionalmente. Para quien sigue las noticias en los medios tradicionales de Estados Unidos, la única conclusión que uno podría sacar después de ver o leer las noticias sobre el expresidente es que no tendría ni una posibilidad de ser reelecto. Nada más lejano de la realidad.
El mejor ejemplo, volviendo al debate, es cómo ha evolucionado la discusión en torno a la afirmación, sin fundamento alguno, de Trump en el sentido de que en Springfield, Ohio, los haitianos están comiéndose a los perros y gatos. Los moderadores del debate aclararon en tiempo real que no había evidencia de ello y Harris señaló que ese comentario demostraba el extremismo de su oponente y justificaba el apoyo que ella había recibido de muchos líderes del antiguo Partido Republicano.
Todos los programas de opinión, excepto los medios de derecha, se escandalizaron de inmediato con esa declaración. Las redes sociales se llenaron rápidamente de memes que evidenciaban tal disparate. En el mundo de la política pre-Trump, eso habría significado el fin de una candidatura. Pero ese mundo, evidentemente, ya no existe.
Por eso, Trump ha insistido en su afirmación, respaldado por su compañero de fórmula, JD Vance. Ambos se han sumado al ‘juego’ de los memes y Trump anunció que visitará Springfield. Todo esto seguramente ha energizado aún más a su base porque refuerza el miedo y el rechazo a los inmigrantes.
¿Por qué algo así no afectó a Trump? Porque vivimos en una era donde la desconfianza hacia las instituciones y la fragmentación mediática han convertido a la verdad en una opción más dentro de un menú de posibilidades. La gente se refugia en silos informativos que refuerzan sus prejuicios, y todo lo que desafía las normas establecidas se percibe como un acto de valentía, más que como una distorsión peligrosa. En este contexto, las figuras políticas se han vuelto casi inmunes al escrutinio. Así, lo que antes habría sido un escándalo fatal, hoy se normaliza como parte de un juego donde el extremismo no solo se tolera, sino que se celebra.
Y esa es justamente la apuesta de los populistas: que la verdad se desdibuje o se reinvente, que una parte de la ciudadanía se vuelva insensible frente a lo escandaloso, que no haya necesidad de reconocer el error, que la crítica de los opositores y de la prensa no haga mella entre los fieles, que valga más el dicho del líder que todos los datos juntos apuntando en una dirección distinta, que las vinculaciones afectivas se desvinculen del resultado del ejercicio del poder. Que todo se valga, en fin, siempre y cuando apoye la narrativa del líder. Lo demás es falso, perverso, contrario a los intereses de la gente, y por ello, digno de ser condenado y perseguido.
Eso no le garantiza el triunfo a Trump, por supuesto. Al final, la elección se decidirá por pequeños márgenes, lo que hace que cualquier variación en las encuestas pueda resultar decisiva al momento de traducir los votos en escaños del Colegio Electoral. Es imposible saber si las ganancias marginales que ha tenido Harris hasta el momento la colocan en ese escenario. Pero lo que es un hecho es que el golpe en las preferencias electorales a Trump no parece haber sido tan grande como el que le propinó Harris en el debate.