Desde el otro lado

La nueva normalidad del populismo

La oposición debe trabajar en las raíces para darle legitimidad, fuerza y conexión a un discurso democrático, liberal y moderno que pueda hacer frente a la 4T y su narrativa populista.

Los primeros 100 días del gobierno de Claudia Sheinbaum han sido objeto de todo tipo de evaluaciones. Mucho es lo que se ha dicho y escrito sobre sus aciertos y errores, su manejo político e incluso su estilo personal de gobernar. En contraste, muy poco es lo que ha hablado sobre la oposición. Y es que, en realidad, es poco lo que la oposición importa en este momento.

Las encuestas reflejan un amplio respaldo a la Presidenta y mejoras en las evaluaciones en casi todos los ámbitos de la política pública. Según el Latinobarómetro, México tiene la segunda percepción más alta de la región sobre un gobierno que actúa para el pueblo. Además, la satisfacción con la democracia en 2024 alcanzó su nivel más alto desde 1995. Datos positivos para el gobierno y malas noticias para una oposición que no ha logrado ni siquiera que sus advertencias sobre el retroceso democrático calen ampliamente entre los ciudadanos.

El proceso electoral dejó en evidencia la desconexión entre los partidos de oposición y el electorado. Xóchitl Gálvez, probablemente su mejor carta presidencial, no logró articular un discurso convincente ni ofrecer una alternativa atractiva frente a la 4T. Durante las campañas, y de manera destacada en los debates, quedó patente la ausencia de una narrativa coherente que ofreciera una visión de futuro.

Tras la derrota, la oposición luce aún más desorientada. A pesar de una gestión deficiente en áreas críticas como la salud y la educación, y la ofensiva frontal contra la democracia representativa, el electorado optó por la continuidad de la 4T. Las críticas ventiladas en los medios de comunicación al gobierno saliente y las múltiples advertencias sobre los riesgos de la continuidad tuvieron un impacto marginal en la decisión de los votantes.

Este desenlace electoral también dejó al descubierto una desconexión entre los analistas, intelectuales y medios críticos, y los millones de electores que apoyaron a Sheinbaum. En ese mundo, las evidencias y reflexiones apuntaban a que Sheinbaum no podría igualar la victoria de López Obrador. Todavía ahora, algunos insisten en que esto solo fue posible debido a una elección de Estado. En los extremos, se argumenta que no falló el análisis, sino que la elección fue robada.

Es innegable que, en la elección, el presidente operó descaradamente a favor de la candidata oficial, dejando un piso notablemente disparejo. Sin embargo, reducir el análisis a este hecho pasa por alto la falta de discurso y la incapacidad de la oposición para conectar con un electorado que ha adoptado el relato de la 4T. Sin ese reconocimiento, es imposible imaginar una oposición fuerte que pueda desafiar a Morena.

Nos encontramos en una nueva normalidad en la que el discurso populista se ha vuelto hegemónico. Este privilegia la polarización, la exaltación de un líder que supuestamente encarna la voluntad popular y el antinstitucionalismo. Lo primero en ser rechazado fue el discurso tecnocrático —y sus representantes— que ponía énfasis en el mérito, el conocimiento especializado, la libre competencia y los mercados. Pero también ha perdido fuerza el discurso sobre las libertades, el Estado de derecho, la pluralidad y los pesos y contrapesos que sostienen la democracia representativa. En parte, esto se debe al desprestigio de los gobiernos del PAN y el PRI, pero también a cambios culturales que van más allá de México.

Basta ver lo que sucede en Estados Unidos con Trump. Lo que parecía imposible —su victoria, pese a las múltiples acusaciones judiciales en su contra— no lo fue. Más aún, lo que antes habría causado escándalo o generado resistencia, hoy ya no tiene el mismo impacto. Trump ya no es visto solo como una anomalía en la historia política de Estados Unidos, sino como el símbolo de una nueva era.

Por eso, en un extraordinario comentario de la semana pasada en The.Ink, el crítico Anand Giridharadas se pregunta cómo vivir bajo un Trump 2.0 y decía que tal vez hay que “estar menos enfocados en Trump y más en el fracaso de un movimiento prodemocrático para ganarse la confianza y estar en sintonía con la mayoría de las personas”. En sus palabras, más que operar en ramas, hay que nutrir las raíces.

Lo mismo sucede en México. La oposición debe trabajar en las raíces para darle legitimidad, fuerza y capacidad de conexión a un discurso democrático, liberal y moderno que pueda hacer frente a la 4T y su narrativa populista. Construir una alternativa democrática que rescate la tradición liberal y mire hacia el futuro exige que ese discurso resuene y entusiasme, no solo entre quienes opinan en los medios, sino también en la base de la pirámide social, tal como López Obrador logró enraizar su narrativa populista. Mientras eso no ocurra, seguiremos hablando mucho de la 4T y poco o nada de la oposición.

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