Cuando David Cameron decidió convocar a un referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (UE) no imaginó el problema mayúsculo en el que metería a su país. El entonces primer ministro no veía ningún riesgo en la votación. Pensaba en cambio que le serviría para reforzar su popularidad en su partido y que le restaría votos al Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), entonces en ascenso. Craso error.
El lunes 21 pasado, el Parlamento británico rechazó el acuerdo de retirada que presentó la primera ministra, Theresa May. La mayoría en contra fue abrumadora: 432 votos en contra (118 de su propio partido, el Conservador) y 202 a favor. El líder de la oposición, el laborista Jeremy Corbyn, ha exigido que el gobierno se comprometa a que no habrá Brexit sin acuerdo. La dirigente británica también enfrenta la resistencia en su partido. Hay tories insatisfechos con su manera de conducir las negociaciones.
El asunto más controvertido del acuerdo es el backstop entre la República de Irlanda y el Reino de Unido. El backstop es una garantía provisional en caso de que Londres fracase en proponer una solución permanente a la frontera entre los dos estados en la isla (y entre la UE y un país no miembro). Dado el conflicto sangriento en Irlanda en el siglo pasado, se pensó en esta opción de emergencia para mantener el tránsito libre de personas y bienes en la isla.
Sin embargo, para lograrlo, el Reino Unido tendría que permitir que Irlanda del Norte se mantuviera en el mercado común y la unión aduanera de la UE. Para la mayoría parlamentaria esto sería inaceptable porque establece una frontera interna. Al mismo tiempo, May está atada de manos hacia afuera: la UE rechaza eliminar el backstop e Irlanda se niega a negociar el asunto de manera bilateral. Por lo tanto, ha debido incluir el tema en su "plan B", que la Cámara de los Comunes votará el próximo martes 29 de enero.
En su nueva propuesta la primera ministra se compromete a dar mayor peso a la opinión de los diputados, así como a la de otros actores relevantes como las cámaras empresariales y los sindicatos. En esta ocasión, los parlamentarios tendrán derecho a presentar contrapropuestas y enmiendas. Después de la derrota de los días pasados, May necesita refrendo a sus decisiones –una precondición para pedir a la UE renegociar–, pero al hacerlo abre también la puerta a que Westminster tome el control del Brexit.
Esto podría ser aún más inconveniente. Como se ha mostrado en los últimos dos años, no hay consenso en el Parlamento sobre el futuro del Reino Unido fuera de la UE.
Un grupo de diputados –el conservador Nick Boles y las diputadas laboristas Yvette Cooper y Hilary Benn– pretenden incluir una cláusula al "plan B", que obligue al gobierno a pedir una extensión del plazo de salida de la UE durante nueve meses más. De esta manera, el Reino Unido alargaría su permanencia en el mercado común y la unión aduanera hasta diciembre de 2020 hasta su ingreso a la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA, en inglés), que integran cuatro países europeos no miembros de la UE (Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein). Según Boles, así el Reino Unido se mantendría en el Espacio Económico Europeo.
Hay además otras propuestas. Corbyn, algunos partidos opositores, exprimeros ministros y grupos cada vez más numerosas de la opinión pública ven oportuno convocar a un segundo referéndum. May rechaza esta idea porque tendría implicaciones negativas sobre la figura del plebiscito. Ignorar el resultado de la consulta anterior pondría en riesgo el valor de este instrumento democrático en el futuro.
Aunque Bruselas se resiste, si May consigue el respaldo parlamentario a su "plan B", podría convenir en que lo mejor es darle una prórroga para que el Brexit se dé en los mejores términos (o en los menos malos). Sería lo más sensato. May se encuentra muy debilitada, pero ha superado las mociones de censura en su contra. Corbyn no ofrece una alternativa viable a su liderazgo. El panorama en Europa y en el mundo tampoco ayuda a disipar la incertidumbre económica derivada del mal cálculo de un líder político ambicioso y torpe.
* Me resulta muy triste informar que este será mi último artículo en El Financiero. Agradezco la generosidad de Enrique Quintana, quien me invitó a colaborar en este gran diario, así como a Manuel Arroyo. Confío en que seguirán siendo el espacio informativo de referencia en temas económicos y políticos. Mucha suerte a ambos.