Lourdes Aranda

El G-20 frente al nacionalismo económico

Lourdes Aranda escribe que la prioridad de la presidencia argentina del G-20 debería de ser abrir las puertas al diálogo para evitar una guerra comercial y financiera.

El fracaso de la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) es una mala señal para el Grupo de los Veinte (G-20), que se reunirá mañana y el sábado 1 de diciembre en Buenos Aires. Por primera vez en treinta años desde su fundación, los 21 países miembros del APEC fueron incapaces de llegar a una declaración final de mandatarios en el encuentro de líderes en Papúa, Nueva Guinea. La razón principal es el enfrentamiento comercial entre sus dos miembros más influyentes, Estados Unidos y China, que han impuesto aranceles a sus respectivos productos.

Argentina es el segundo país latinoamericano en presidir el G-20, después de México. El gobierno actual de Mauricio Macri es un entusiasta de la globalización, en un claro desfase con otros países que se inclinan cada vez más por el nacionalismo económico. La presidencia pro tempore argentina ha establecido tres prioridades para la cumbre de este año: el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo y un futuro alimentario sostenible. Desafortunadamente el gobierno argentino se encuentra en un momento de debilidad para poder conducir las negociaciones como anfitrión, debido a una fuerte crisis económica y cambiaria, así como numerosas movilizaciones sociales.

La semana pasada se filtró un borrador del comunicado conjunto de líderes, que negocian actualmente los sherpas. Este documento fue más significativo por los temas que no podrá incluir, que por los acuerdos a los que llegue. Debido a la reticencia de Estados Unidos, se prevé que la declaración final de la cumbre omita condenar el proteccionismo, las guerras comerciales y el abandono de EU del Acuerdo de París sobre cambio climático. Cabe señalar que sobre este último tema, la declaración del año pasado sí mencionó la falta de consenso. Es significativo también que el borrador del comunicado incluya un tema muy controvertido: el fortalecimiento del Fondo Monetario Internacional (FMI) y la nueva fórmula para el cálculo de las cuotas, en especial de las economías emergentes. Hasta ahora ha sido imposible pactar un compromiso entre todos los actores involucrados.

Como resultado de la parálisis que provoca Estados Unidos, las reuniones bilaterales que se realizan durante el encuentro son cada vez más importantes que la cumbre en sí misma. El año pasado destacó el encuentro entre los presidentes de Estados Unidos y Rusia, Donald Trump y Vladimir Putin; éste año provoca las mismas expectativas la reunión bilateral entre Estados Unidos y China. Solucionar de manera integral todos los temas en donde hay querellas –además de discrepancias comerciales, hay pleitos sobre tecnología, propiedad intelectual e incluso seguridad– parece improbable, pero no se descarta que Trump y el mandatario chino, Xi Jinping, alcancen un mínimo acuerdo de cooperación. Un gesto amistoso entre las dos principales potencias económicas serviría para disipar la incertidumbre actual que frena a los mercados y a los inversionistas y que siembra nubarrones en el crecimiento económico global.

Otro encuentro bilateral esperado será el de Putin y Mohamed bin Salman (MSB), el príncipe heredero de Arabia Saudita, que representan a los dos mayores exportadores de petróleo. La reunión en Buenos Aires servirá para fijar una política común entre ambos sobre el crudo y anticipará los acuerdos que se adoptarán durante la próxima cumbre de la OPEP, el próximo 6 de diciembre. Los precios bajos del petróleo podrían aumentar en el futuro cercano para satisfacer las necesidades internas de rusos y sobre todo de saudíes.

Desde la cumbre de Hamburgo del año pasado, la ausencia del liderazgo estadounidense y los desacuerdos entre ese país y el resto han provocado que el grupo empiece a desdibujarse y a perder relevancia política. Los líderes de los Estados miembros han decidido dejar de lado algunos de los asuntos más importantes que discutieron en el pasado, como el libre comercio y la lucha contra el cambio climático, para evitar que el presidente de Estados Unidos decida de manera unilateral salirse del mecanismo. Para ellos, es mejor un mal acuerdo que un buen pleito.

La guerra comercial entre Estados Unidos y China –que pueden replicar a otra escala otros países–, el aumento de las tasas de interés y las tensiones políticas complican el panorama económico global. Pese a sus limitaciones internas y externas, la prioridad de la presidencia argentina del G-20, más allá de lograr un comunicado de "mínimos comunes denominadores", debería de ser abrir las puertas al diálogo entre las principales economías mundiales que evite una guerra comercial y financiera que pueda llevarnos a una crisis como la de 2008.

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