Los derechos humanos están cada vez más lejos de ser prioridad para los líderes mundiales. La libertad de prensa, que es el pilar mismo de la protección de las garantías individuales, está cada vez más amenazada por numerosos gobiernos. No sorprende entonces que la revista Time nombrara esta semana como Persona del Año 2018 a un grupo de periodistas de distintas nacionalidades: "Los Guardianes", Jamal Khashoggi, el periódico Capital Gazette, Maria Ressa, Wa Lone y Kyaw Soe Oo.
La distinción ocurrió un día después de la conmemoración del 70° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ese documento de la Organización de las Naciones Unidas se adoptó después de los horrores de la Segunda Guerra Mundial. En él, se proclamó que los derechos son inherentes a todos los seres humanos con independencia del género, raza, religión u otra condición. Fue un parteaguas.
Hoy el panorama no es alentador en la mayoría de los países del mundo, pero lo es menos en aquellos países que se han inclinado por liderazgos autoritarios. Organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales dan cuenta de lo anterior por medio de informes detallados. Amnistía Internacional y Human Rights Watch (HRW), por citar algunas, han denunciado los abusos recurrentes en muchos Estados.
Arabia Saudita ha sido en los últimos meses el más claro ejemplo de violación a la libertad de prensa y de realizar ejecuciones extrajudiciales. El príncipe heredero de ese país, Mohammed bin Salman (MBN), está aparentemente implicado en el asesinato de Khashoggi en Estambul, del periodista del Washington Post. La CIA ha atribuido la autoría intelectual del asesinato a Bin Salman, aunque el presidente Trump ha hecho caso omiso de los informes. Trump defiende incondicionalmente al príncipe, por la importancia de tenerlo como aliado por la producción petrolera de su país, la cantidad de armamento que compran a EU y la influencia de su familia en los países del Medio Oriente y África.
Por su parte, la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, ha señalado que es necesario esclarecer el crimen de Khashoggi por medio de una investigación internacional. De manera sorprendente, Bachelet ha encontrado un aliado inesperado en el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, quien ha aprovechado el asunto para ostentarse como defensor de los periodistas. Ha sido particularmente enfático en respaldar una indagación internacional, sobre todo después de que las autoridades saudíes rechazaron extraditar a dos funcionarios que trabajaban en la embajada saudí en Ankara. Pese a su confrontación actual, Erdogan comparte con Bin Salman su desprecio a los derechos humanos.
Al presidente turco, se le critica con dureza en la Unión Europea por medidas antiterroristas controvertidas, que han llevado a la cárcel a cientos de periodistas, muchos de ellos sin acusaciones formales. El presidente turco critica ferozmente la doble moral de la prensa. A su parecer, ésta permanece callada frente a lo que ocurre en otros países que se ostentan de respetuosos de los derechos humanos. El ejemplo más claro se lo ha ofrecido en estos días el gobierno francés de Macron, que ha tenido poca habilidad para manejar las protestas del movimiento de los "chalecos amarillos".
En Rusia, no están mucho mejor las cosas. Según el informe de HRW de este año, el presidente ruso, Vladimir Putin, quien ha permanecido en el poder desde hace casi dos decenios, ha endurecido las medidas contra sus opositores y detractores. El Kremlin ha sido responsable de reprimir manifestaciones políticas, limitar las libertades de expresión en las redes sociales, proscribir la actividad proselitista de la oposición durante las elecciones presidenciales de este año, y socavar la libertad de asociación al prohibir "organizaciones indeseables", bajo los supuestos de que son agentes extranjeros.
A setenta años de la suscripción de la Declaración Universal, el respeto efectivo de los derechos humanos es todavía un fin deseable, más que una realidad cotidiana. Como lo muestran países como Arabia Saudita, Rusia y Turquía, la represión parece ser el signo de los tiempos. Corresponde entonces a todos nosotros, a los organismos internacionales y a las ONGs defender la libertad de prensa en todo el mundo. En estos tiempos resulta valioso que un semanario influyente como Time haga su labor y adopte como propia la causa de los periodistas independientes perseguidos.