El pasado lunes 31 de agosto presenté una demanda contra Emilio Lozoya por daño moral.
El 19 de agosto de 2020 fue filtrada a la opinión pública la denuncia de hechos presentada por Lozoya ante la Fiscalía General de la República, en la cual me señala personalmente. Hasta el día de hoy, no cuento con copia certificada de la denuncia hecha por Lozoya.
Todo lo declarado por Emilio Lozoya sobre mi persona es falso, insulta y me desprestigia, provocando con ello un daño significativo en mi nombre, decoro, honor, reputación, vida privada, pública, profesional, familiar y consideración que de mí tienen los demás.
Por mí y por mi hija, no puedo permitir que la calumnia, la maledicencia, enturbien mi reputación y honorabilidad, dañándonos a ambas irremisiblemente.
Periodista de oficio como soy, me debo a mis lectores y escuchas, y he tratado siempre de ser una voz creíble para la sociedad a la cual represento.
Sé perfectamente que mi trabajo es duro, tanto como lo es la vida, y no ignoro las dificultades que conlleva su cotidiano ejercicio. Es decir, conozco perfectamente los riesgos del oficio que ejerzo desde hace más de veinte años.
Emilio Lozoya, hombre de crítica fácil, destructiva, falaz, ha optado por acusarme de corrupción sin fundamento ni verdad, de un modo vil, amparado por un esquema oportunista que lo beneficia sólo a él, haciendo gala de su inmoralidad. Hacerlo así, con una historia que no sucedió más allá de su imaginación, significa mentir, desinformar, confundir o manipular.
Frente a la calumnia es difícil defenderse, el calumniador goza de todas las ventajas, incluidas premeditación y la alevosía, mientras que el calumniado sólo cuenta con su nombre, reputación y el reconocimiento y afecto de aquellos quienes le conocen.
Su falso testimonio significa también dañar esas zonas impenetrables que nos erosionan la confianza, la seguridad, la certeza y terminan por desbaratarnos. Lozoya posibilitó que se ejerciera sobre mi persona una crítica devastadora, sin sustento, sin respeto, sin responsabilidad, lejos de la investigación y el análisis a los que tengo derecho, causándome daño moral.
Sin darme por vencida, con los únicos medios de que dispongo, con la fuerza de mis palabras, sin cerrar ninguna puerta ni desesperarme, me pongo en manos de la autoridad judicial, cierta de que hago lo correcto, lo mejor, lo más coherente, lo más sensato, lo único posible.
Me resisto a las declaraciones abstractas sobre la justicia, quiero verla aplicada en mi caso; no pretendo venganza ni desquite. Tampoco busco confrontación.
Pretendo limpiar mi nombre, pretendo mostrar que lo dicho por Lozoya es calumnia y que sólo lo hace para aminorar su castigo. Pretendo que la voz de un inocente valga más que la de un culpable confeso y supuestamente detenido. Pretendo que no se usen políticamente los dichos sin sustento de alguien que está a la mitad de una averiguación y que en México no se acuse por conveniencia y exista como valor universal, la presunción de inocencia.
Aclarado lo anterior, esta es la primera y la última vez que hablaré del tema, fuera del juzgado.