Desde que se aprobó en 2019, he cuestionado la figura de la consulta de revocación de mandato. No es desconfianza hacia la democracia participativa, sino la motivación política que yace detrás del presidente López Obrador para organizarse una fiesta ratificatoria de propaganda que causará más polarización y un enorme dispendio de recursos.
Esbozo nuevamente mis principales argumentos y respondo algunas críticas que he recibido, entre ellas que soy cobarde o que sirvo a los intereses de López Obrador. A las críticas que en ocasiones recibo de los partidarios del presidente, ahora sumo la de sus críticos más radicales.
Primera razón para abstenerse: el derecho constitucional para remover a un presidente por pérdida de confianza se ha convertido —en los hechos— en un acto propagandístico para aclamar al líder del pueblo. No vamos a un ejercicio para reflexionar las razones por las que hemos perdido la confianza en el presidente de la República, sino a una consulta promovida por Morena y los porristas del presidente para demostrar que AMLO sigue siendo adorado por su feligresía.
Es ingenuo pensar que si muchos votan en contra del presidente —aunque este gane al final— se dejará una huella que será escuchada. Falso. Más votos aumentan el melodrama de una confrontación que al final ganará el líder. No importa el marcador, sino el resultado. Los derrotados serán humillados y exhibidos como traidores.
Segunda razón: López Obrador sigue siendo un presidente popular y las encuestas muestran que la mayoría apoya que concluya su mandato. El gobierno tiene muchos críticos —igual que en el pasado— pero casi nadie promueve la remoción del Ejecutivo. Tampoco veo marchas y desplegados (salvo excepciones) exigiendo la renuncia del presidente. Participar en ese contexto solo sirve un propósito: inflar el simbolismo de la propaganda del gobierno.
Tercera razón: la figura de consulta revocatoria está mal diseñada y, por ende —en el eventual caso de que el presidente fuera removido— nada garantiza que se corrija el rumbo perdido; por el contrario, intuyo que la ruta de degradación política que ya vivimos se agudizaría.
“Si el pueblo pone, el pueblo quita” —así reza la máxima de López Obrador— por la cual justificó legislar la consulta de revocación. Pero si el pueblo quita, el pueblo debería poner al sustituto y eso no es así. Bajo la legislación de 2019, quien nombra al sucesor en caso de remoción es el Congreso. O sea, quita el pueblo, pero ponen las cúpulas de los partidos.
En el contexto actual —y basta ver las reacciones de Morena frente a las denuncias de conflicto de interés de José Ramón López Beltrán— eso significaría que el Congreso —dominado por Morena— nombraría a un sustituto para atacar a los ‘golpistas’, defender el legado de López Obrador y redoblar su cuarta trasformación. ¿Eso significa cambiar el rumbo?
Por ello, frente a un ejercicio deformado y propagandístico que —además— no cambiaría el rumbo político del país en el remoto caso que ganará el ‘SÍ’ revocatorio, la acción responsable desde un punto de vista democrático es la abstención. Una abstención fruto de la reflexión, no de la apatía. Dejar que el ídolo se envuelva en las flores de sus seguidores. Si AMLO gana la consulta con 99 por ciento de los votos, mejor aún: será más evidente la simulación.
López Obrador es un provocador. Busca abrir una grieta en el centro del espectro político para que todos tomen partido —con él o en contra de él—. Caer en ese juego es reforzar su narrativa populista (las élites en contra del pueblo). Para combatir al populismo nada mejor que ignorar sus bravuconerías, no entrar en su juego binario.
Yo no me uno a los llamados populistas para combatir al líder populista. Que López Obrador sea mal evaluado por segmentos de la población no es una razón democrática para pedir que se vaya. Fue electo por una amplia mayoría en 2018 y, aunque su aprobación va a la baja y los errores de su gobierno al alza, la mayoría de la población sigue dándole su apoyo político.
La apuesta debe ser que López Obrador termine y se vaya en 2024, con sus logros y fracasos al hombro, simple y llanamente.
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