La oposición enfrenta tres desafíos: I) concluir su proceso interno para elegir su candidatura a la presidencia de una forma ordenada, transparente y legal; II) lograr que la candidatura elegida, probablemente Xóchitl Gálvez, sea arropada e interiorizada por los partidos políticos; y III) que este mecanismo exitoso que se está llevando a cabo, el Frente Amplio por México a nivel nacional, sea replicable para elegir candidaturas de gobernador y representantes al Congreso de la Unión.
Que termine bien el proceso de la oposición implica que se respeten las reglas, que se transparenten los resultados de cada fase y que la noche del 3 de septiembre —el día de la elección primaria— las personas perdedoras alcen la mano de la ganadora y se sumen a su causa, sea quien sea.
No es un ejercicio fácil. Apenas la semana pasada tres personas inscritas en el proceso se quejaron. Uno, Jorge Luis Preciado, denunció una conspiración e incluso renunció a su militancia al PAN (por cierto, un candidato sin mensaje y sin atractivo). Dos contendientes del PRD, Silvano Aureoles y Miguel Ángel Mancera, cuestionaron el proceso tras no alcanzar el número de firmas para seguir en la contienda.
Por su parte Morena enfrenta tres desafíos: I) que su proceso interno fortalezca a la persona que resulte candidata, seguramente ella; II) que los ‘perdedores’ se sumen sinceramente a la ganadora; y III) que la persona candidata pueda construir una personalidad propia más allá del libreto obradorista.
Es difícil que el proceso interno del oficialismo detone entusiasmo porque está hecho para legitimar una preselección hecha por López Obrador, no para alentar a las bases del obradorismo para que escojan a su nuevo liderazgo. Por eso, salvo Marcelo Ebrard, el resto replican esquemas tradicionales de mítines sin que haya un mensaje novedoso.
Los contendientes tienen dos objetivos: convencer a López Obrador y ganar una encuesta, no detonar entusiasmo popular.
No obstante, la persona candidata del oficialismo nacerá con el aura que le dará la figura presidencial y tendrá a su disposición una estructura clientelar y territorial muy potente de Morena. Nacerá con al menos 30 puntos de intención del voto. Sin embargo, para ganar, deberá construir una imagen propia que le dé personalidad y atractivo entre nuevos votantes (algo muy difícil por el protagonismo del presidente quien actuará, en los hechos, como el vocero de la campaña).
Mientras en Morena la persona candidata contará de forma automática con el apoyo de la estructura del partido y de sus gobernadores, la de oposición, sobre todo si es Gálvez, deberá negociar con los partidos del Frente para contar con su apoyo: una cosa es levantarle la mano el 3 de septiembre y otra que los partidos le den los recursos financieros y humanos para que sea competitiva.
Al iniciar septiembre, no solo da comienzo el proceso electoral, sino que inicia un nuevo juego. La figura de López Obrador empezará, de forma gradual, a apagarse mientras que la candidatura opositora crecerá en las encuestas y es probable que cerrará brecha para ubicarse a un dígito de diferencia de la candidata oficial en los siguientes meses.
La elección se tornará competitiva en el primer trimestre de 2024.
Sigue siendo más probable que Morena retenga la presidencia de la República, pero lejos estamos de que se repita el tsunami de 2018.