Con esa frase introductoria, el presidente López Obrador repitió ayer lo que ha dicho en cientos de discursos: acabar la corrupción y la impunidad es, en esencia, el propósito central de su gobierno. Magnífica noticia. Nunca un gobierno en la era moderna había colocado el combate de ambos problemas como la razón de ser del sexenio.
Dijo López Obrador en su Informe: "Todos los recursos que entrega el gobierno (…) llegan directamente a los beneficiarios, así se evita la intermediación, el clientelismo, el famoso moche y la corrupción". Un día antes, había anunciado que en los meses de su gobierno se han ahorrado ya 500 mil millones de pesos debido a que ya no se permite la corrupción, se gobierna sin lujos y se ha aplicado la austeridad republicana.
Nadie espera que un presidente de la República resuelva con éxito la principal promesa de su campaña en apenas nueve meses. La gente espera señales de compromiso y un plan de navegación. Sería magnífico que los dichos de AMLO fueran ciertos, pero es evidente que no es así y por eso resulta preocupante aseverar que en México ya hay un pleno Estado de derecho y se ha terminado la corrupción y la impunidad.
Los indicadores son alarmantes: ojo, son datos que no corresponden al periodo de gobierno de López Obrador pero que dan cuenta de la magnitud del problema y, por tanto, sugieren la simpleza de decir que esos problemas monumentales que apenas existían hace un año son ya cosa del pasado.
Según Impunidad Cero, la probabilidad de que un delito se denuncie y se resuelva es de apenas 1.14 por ciento, eso es, tenemos una impunidad mayor al 98 por ciento. Por su parte, el Índice Global de Impunidad 2018 elaborado por la Universidad de las Américas Puebla indica que México es el cuarto país con más impunidad en el mundo y el número uno en el continente americano. De acuerdo con World Justice Project, México ocupa el puesto 99 de 126 países evaluados.
En corrupción no estamos mejor: De acuerdo con el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional, México tiene una calificación de 28 sobre 100 que lo sitúa en el lugar 138 de 180 países evaluados.
Decir que ya no hay corrupción en México es fruto de la concepción moral y voluntarista de la política que tiene AMLO. Si se quería hacer un guiño retórico de esperanza y de avance, bastaba decir que la corrupción se está desterrando en el gobierno federal y que ahora van por el resto del país.
Es cierto que esta administración ha dado señales positivas en la materia. La Fiscalía General de la República, con el apoyo de la Unidad de Inteligencia Financiera del gobierno federal, investiga los casos de corrupción de Odebrecht y de la 'estafa maestra'. Se han girado órdenes de aprehensión en contra del exdirector de Pemex y del dueño de Altos Hornos de México por presuntos actos de corrupción y lavado de dinero. De la misma forma, Rosario Robles, extitular de Sedesol, está vinculada a proceso penal por ejercicio indebido del servicio público. Nada de esto había ocurrido en décadas y debe celebrarse.
Pero también es cierto que la captura de algunos 'peces gordos' o el inicio de carpetas de investigación es apenas el inicio de una larga travesía. Y también es cierto que lo punitivo es solo uno de los instrumentos para combatir la impunidad y la corrupción. Hacen falta muchas cosas más.
En materia de impunidad un sistema moderno de procuración de justicia y un nuevo modelo de cárceles y centros de readaptación social. En materia de combate a la corrupción políticas preventivas. Se han consolidado las compras gubernamentales, pero sin la planeación adecuada y con muchos errores en la implementación. El Presidente afirma que en su gobierno no hay moches, pero las adjudicaciones directas que son la norma, más que la excepción, conducen inevitablemente al cohecho.
Crear realidades virtuales a partir de las palabras conduce a la frustración. Si López Obrador quiere hacer una cuarta transformación de la vida pública, debe tener mayor respeto por la veracidad de sus dichos. Todos queremos que México se transforme, pero no sólo en la imaginación del Presidente.