"O somos conservadores, o somos liberales, no hay medias tintas […] O se está por la transformación del país o se está en contra de la transformación del país; se está por la honestidad y por limpiar a México de la corrupción o se apuesta a que se mantengan los privilegios de unos cuantos a costa del sometimiento y empobrecimiento de la mayoría de los mexicanos".
Con ese maniqueísmo simplista y provocador inauguró López Obrador la temporada electoral. Lo hizo el fin de semana, justo a un año de la elección de 2021.
AMLO plantea un falso dilema por varias razones.
Primero, porque hay muchos que están a favor del cambio, que detestan la corrupción y que votaron por López Obrador en 2018, pero que reprueban sus políticas públicas, su estilo polarizante y sus pobres resultados en materia de seguridad, medio ambiente y empleo.
Segundo, porque la sociedad mexicana es plural y diversa. Entre aquellos que quieren el cambio y rechazan la corrupción del pasado hay desde marxistas-leninistas hasta feministas, ambientalistas, luchadores de derechos humanos, estudiantes, amas de casa, trabajadores, empresarios y un largo etcétera. Pero el populismo de López Obrador quiere encapsularnos en dos bandos: el pueblo ultrajado que requiere ser liberado y el resto de la sociedad donde están los opresores y los enemigos de la historia.
Tercero, el falso dilema se basa en una analogía histórica distorsionada. En su mundo fantasioso del siglo XIX, López Obrador piensa que la historia de México se define por una lucha permanente entre liberales y conservadores: Benito Juárez como el héroe nacional liberal en contra de Santa Ana y Lucas Alamán.
Esa lectura simplista de libro de texto de secundaria quiere imponerla como su visión de la marcha de la historia del siglo XXI.
Pero López Obrador se pone la cachucha equivocada, una que no le pertenece. AMLO es un político conservador y unos de los más anti liberales de la era moderna. El presidente se autodefine como liberal, pero un liberal cree –primero que todo– en la libertad individual y desconfía de forma permanente de la intromisión del Estado en la economía, la vida social y cultural. Para un liberal, el Estado debe ser tan chico como sea posible porque es una amenaza latente a la libertad. Los liberales también creen en la igualdad de oportunidades, en la supremacía de la ley, en la meritocracia y en el funcionamiento de los mercados. Un liberal no cree en colectividades aglutinadas y homogéneas como el pueblo obradorista.
Los conservadores –por definición– quieren mantener el statu quo y, con frecuencia, regresar a un mundo previo más feliz que no había sido contaminado por la modernidad o por el pecado. López Obrador, por ejemplo, ha reiterado su intento de hacer de Pemex la palanca del desarrollo como lo fue en el siglo XX; quiere restaurar el papel predominante del Estado en la economía; quiere que el gobierno sea el promotor principal del bienestar social a partir de mecanismos de compensación social.
En términos culturales y sociales, el presidente tiene una orientación cristiana: está en contra de posturas progresistas en materia de igualdad de género, diversidad sexual y grupos minoritarios. Cree en la familia como la principal institución de seguridad social en México. ¿Alguien podría etiquetar a tal credo como liberal?
El falso dilema que planteó López Obrador es típico de los líderes populistas: asumen que el pueblo es un monolito que ellos representan y se paran sobre él para ascender en la historia frente a la derrota de sus adversarios. Por ello la necesidad de inventar enemigos ficticios para alimentar su narrativa y mantener el histrionismo y el drama.
Frente a las elecciones de 2021, el presidente y Morena querrán partir al electorado en dos. Se constituirán comités de defensa de la 4T que recorrerán el país para advertir de los presuntos intentos de desestabilización de la "derecha" y de los riesgos de que los neoliberales vuelvan al poder.
El mayor reto de los electores es ejercer su voto de forma libre y rechazar cualquier intento aglutinador y totalizante como los que hace la historia simplista de López Obrador. A pesar de que el PRI está en una situación de debilidad, sigue siendo un partido de centro en un sistema de tres fuerzas, siendo las otras dos el PAN y Morena.