Democracia Eficaz

PRI 90 años, el riesgo de la extinción

A México le conviene un PRI vigoroso, de la misma manera que fue muy saludable que una izquierda emergente se plantara frente al PRI en los años ochenta y noventa.

El PRI cuenta hoy con 12 gobernadores, 14 senadores, 47 diputados federales, 550 presidentes municipales, un alcalde de la Ciudad de México y 184 diputados locales. Por sus números es una fuerza regional relevante, pero pronto puede ser historia. Es el partido con más gobernadores, pero en 2021 podría perder ocho que se compiten ese año. En 2022 podría perder Oaxaca e Hidalgo y después –en 2023– incluso el Estado de México y Coahuila.

No sólo es un asunto de aritmética, sino de ambición. El PRI basó su hegemonía de varias décadas en su enorme atractivo como el canal más eficaz de acceso al poder político. Por eso la mayoría de los políticos eran del PRI, incluido López Obrador en sus años mozos. La fortaleza del PRI era autogenerada: como era el único camino seguro de acceso al poder, todos querían estar ahí adentro. Cuando se abrieron otros cauces, como fue el caso del PAN a partir de 2000, la fortaleza del partido empezó a resquebrajarse en algunas regiones, pero mantuvo su appeal en muchas otras y logró recapturar la presidencia de nueva cuenta en 2012.

Pero hoy las cosas son diferentes. En 2000 había perdido la presidencia, pero mantenía 20 gubernaturas, la mayoría legislativa en ambas cámaras del Congreso y una aceitada maquinaria en todas las regiones del país. No controlaban Los Pinos, pero sí amplias franjas del poder político y seguían siendo un canal de acceso a gubernaturas, alcaldías y diputaciones.

Hoy perdieron la presidencia, son la tercera fuerza en ambas cámaras del Congreso, sólo son la primera fuerza en dos congresos locales, y la enorme popularidad del presidente López Obrador y de Morena presagian que podrían perder buena parte de los cargos electivos en los próximos años.

No es exagerado decir que la fase de extinción del PRI inicie después de 2021, cuando el partido pueda perder buena parte de los cargos en su poder y quedar con sólo cuatro gobernadores, un puñado de diputados federales, no más de trescientos presidentes municipales y sólo un centenar de diputados locales. Tal declive se acentuaría después de la elección presidencial de 2024 –si nuevamente se impone la coalición de López Obrador. Si la hegemonía morenista se autoreproduce, el declive del PRI se aceleraría porque todos quieren saltar del barco antes de que se hunda.

México requiere una oposición articulada, moderna y sólida que genere moderación, reflexión y contrapeso. A México le conviene un PRI vigoroso (como también un PAN fuerte y otros partidos alternativos al hegemónico); de la misma manera que fue muy saludable que una izquierda emergente se plantara frente al PRI en los años ochenta y noventa.

Desafortunadamente, muchos gobernadores del PRI han iniciado un proceso de acomodamiento con el nuevo gobierno y han optado por la cercanía en lugar de ser el cemento de un partido cohesionado y opositor. Asimismo, la dirigencia actual carece de una voz firme y visionaria. Claudia Ruiz Massieu, presidenta del partido, publicó ayer un artículo en Reforma con un mensaje vacuo, burocrático y temeroso, lleno de lugares comunes. Ninguna crítica precisa ni de fondo; ningún deslinde respecto al pasado inmediato.

Hay dos señales de esperanza, sin embargo. Por una parte, el papel opositor que jugaron legisladores del PRI en las últimas semanas y que contribuyó a que se modificara en el Senado la minuta de creación de la Guardia Nacional. Por otra, la convocatoria para elegir al nuevo presidente del partido mediante votación directa de la base militante. Si de ese proceso se elige a una persona con talento, ideas propias, autocrítica y valentía –mucha valentía y creatividad– para enfrentar y cooperar con el gobierno, según sea el caso, el partido podría iniciar un proceso de salvación.

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