Cuando concluya el proceso electoral, con el último fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, comenzará una nueva etapa en la vida política nacional. En septiembre, se instalará el Congreso con una legislatura en la que Morena y sus aliados tendrán una mayoría suficiente para iniciar un cambio de régimen. Unas semanas después, tomará posesión Claudia Sheinbaum como presidenta de la República, será el banderazo de salida al llamado segundo piso de la cuarta transformación.
Las causas por las que Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones en 2018 siguieron presentes en 2024 en el imaginario de las mayorías. Nadie en la oposición ni en la élite desplazada se hizo cargo de su responsabilidad. Algunas de las reformas más importantes propuestas por López Obrador fueron topadas en la última trinchera que la oposición y los intereses afectados construyeron, mediante litigios, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El tribunal supremo fue el alambre de púas que la resistencia al cambio, con o sin razón, instaló cuando su acción política fracasó.
En 2024, una mayoría más amplia aún votó por Claudia Sheinbaum porque ella logró abanderar las mismas causas y seguir representando el cambio.
Para 2018, la economía había fallado. La globalización económica y la internacionalización de los mercados financieros, con sus crisis, tuvieron efectos locales, restringiendo la acción e intervención del Estado y reduciendo a mínimos la esfera de lo público. La pobreza y la desigualdad en México crecieron en los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Gerardo Esquivel nos refiere cómo en esos doce años aumentó el número de habitantes en situación de pobreza de 46.5 a 61.8 millones de personas (Coneval) a una tasa de más de cien mil pobres nuevos por mes. Si a los niveles de desigualdad le añadimos la exclusión y discriminación; la visibilidad enorme de los privilegios (genuinos, extralegales o ilegales); y la corrupción sistémica ostensible, tenemos la ecuación completa por la que, con el triunfo de López Obrador, todas y todos tuvimos nuestro merecido, por acción o por omisión. Él merecía ganar, los perdedores merecían perder, y las mayorías pudieron expresarse en las urnas.
La democracia funcionó. El fantasma de la indignación y la ira sociales (Martha Nussbaum) recorría el mundo. En otras latitudes, al cambio le precedieron o prosiguieron disturbios, insurrecciones, violencia social y represión institucional. Aquí, la democracia electoral funcionó eficientemente. La tercera alternancia del siglo significó un cambio más profundo del que alcanzamos a observar, pero también quedaron subsumidas resistencias y tentaciones no democráticas que el régimen catalogó como ‘golpistas’.
Para 2024, disminuyó la pobreza en una tasa similar a la que aumentó los dos sexenios anteriores; se incrementaron los salarios sensiblemente; se recuperó el empleo perdido estrepitosamente durante el confinamiento pandémico y las ayudas sociales llegaron a millones de beneficiarios. La deuda pública no creció como en las grandes economías de Occidente, tras la pandemia, para rescatar a las empresas, sino en el último año, para garantizar la política social y darle un jalón final a las macroobras; la inversión pública se localizó de manera privilegiada en el sureste; creció la recaudación tributaria sin reforma fiscal y todo fue arropado con un discurso de nuevos derechos que se consignaron en la Constitución. En estas páginas, Enrique Quintana explicó cómo la situación económica no era propicia para la crítica opositora.
En síntesis, oposición y comentocracia intentaban implantar el dilema falaz democracia o autocracia, mientras la cuatroté proponía prosperidad compartida basada en el binomio: arriba o abajo. Los cimientos del segundo piso son los mismos que en 2018.
Lectura recomendada: Martha Nussbaum. La ira y el perdón. FCE.