Segundo piso

Sheinbaum, legitimidad y dictadura

Claudia Sheinbaum, independientemente de observaciones válidas e inválidas sobre la equidad de la contienda, obtuvo un triunfo inobjetable.

En política, la única verdad absoluta es que todo es relativo. No existe un asunto público o un problema político que pueda ser explicado por una sola variable. Desde una perspectiva analítica de la política, existen variables previsibles e imprevisibles; controlables e incontrolables; causales, secuenciales o consecuenciales; complementarias o contradictorias… Podríamos preguntarle a Joe Biden, por ejemplo, sobre las variables imprevistas, no controladas y causales de su decisión de no aceptar la nominación presidencial del Partido Demócrata.

Nicolás Maquiavelo, al analizar al poder, sostenía la conveniencia de explicar lo que sucede y no lo que queremos que suceda. Incluso, podemos añadir que para crear condiciones favorables para que ocurra lo que queremos, para diseñar una estrategia con el mayor grado de eficacia posible, tenemos que basarnos en conocer lo mejor posible la situación prevaleciente, sus antecedentes, los escenarios posibles (y los imposibles), los intereses y los miedos en juego…

Además de analizar las variables para la obtención del conocimiento, en todas las disciplinas se recurre a un conjunto de conceptos precisos que, en sí mismos, son una síntesis de conocimientos previos, necesarios para conocer más, para divulgar ideas y argumentos, para darle sentido y orientación a la acción discursiva y política.

Lo anterior viene a cuento porque, con una frecuencia mayor que en la reciente campaña electoral, aparecen artículos de opinión en los que se estiran, distorsionan o despojan de contenido a conceptos clave como legitimidad, dictadura, autocracia, democracia…

Unas de las tesis expuestas señalan que el próximo gobierno carece de legitimidad y nos llevará a una dictadura. El uso así de ambos conceptos hace agua más, probablemente, por un afán de los autores de jalar hacia su causa, que por ignorancia.

La legitimidad consiste en la aceptación generalizada y consensual de la mayoría de la sociedad a partir de consideraciones deliberativas, valorativas, normativas y culturales (Habermas). A mayor legitimidad, menor necesidad de la coacción para el ejercicio del poder. Las fuentes de la legitimidad pueden ser de origen, por la eficacia de la gestión, por la fuerza ideológica, por reconocimiento internacional o por una combinación de variables.

Carlos Salinas de Gortari, por ejemplo, fue un presidente con ilegitimidad de origen derivada de la caída del sistema electoral. La obtuvo a la mitad de su administración por la combinación reformas-resultados y la perdió, contundentemente, por el alzamiento zapatista, los homicidios de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, el error de diciembre y, como cereza del pastel: su huelga de hambre en Agualeguas. Para Felipe Calderón fue vital el rápido, y quizá prematuro, reconocimiento internacional a su triunfo electoral (gestionado con habilidad por el excanciller Jorge G. Castañeda).

Claudia Sheinbaum, independientemente de observaciones válidas e inválidas sobre la equidad de la contienda, obtuvo un triunfo inobjetable, con 5 millones más de votos que López Obrador, seis años antes; y a casi 20 millones de distancia de Xóchitl Gálvez. Cuenta con mayor aceptación social y consenso (legitimidad de origen), que varios de sus antecesores.

La dictadura, en cambio, es una forma de ejercicio del poder caracterizada por la supresión de derechos y libertades (expresión, reunión, prensa), el uso de la fuerza para el control social (Bobbio y Pasquino), destrucción de la oposición y la disidencia con control de la economía, la cultura y los pensamientos individuales (Arendt), perpetuación del gobernante, con sumisión social al régimen por miedo y valoración del orden (Linz).

Cuestionar la legitimidad y vaticinar la dictadura, como la canción de Chabuca Granda, es “Arar en el mar”.

Lectura recomendada: Hannah Arendt, “Los orígenes del totalitarismo”.

COLUMNAS ANTERIORES

¿Es más peligroso Trump para México o para Europa?
La deriva democrática (I)

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.