Segundo piso

En busca del paradigma perdido

No hay un solo camino hacia el crecimiento y menos para que la prosperidad sea compartida.

Para Jaime Ros, en memoria.

El Premio Nobel de Economía 2024 fue otorgado a Acemoglu, Johnson y Robinson, economistas que investigan la relación entre las instituciones y el desarrollo económico.

En su obra Por qué fracasan las naciones sostienen que el desarrollo económico se fundamenta no solo en factores como el capital o la geografía, sino determinantemente en el tipo de instituciones que los países tienen. Para ellos, las mejores instituciones inclusivas son las que garantizan los derechos de propiedad (no expropiaciones) y la menor distorsión política posible (poder político ampliamente distribuido, élites que jueguen limpio…).

Representantes del neoinstitucionalismo, los galardonados son contestados por voces que demuestran que su hipótesis no puede generalizarse. No funcionan en realidades como la mexicana, según Jaime Ros o Mariana Mazzucato, o son incompatibles con la posibilidad de resolver los problemas del cambio climático, como sostiene el controvertido Kōhei Saitō.

Un ejemplo claro para sustentar los argumentos de los Nobel es la comparación entre Corea del Sur y Corea del Norte (misma geografía, distintas instituciones), aunque su determinismo hace aguas si comparamos, como sugieren sus críticos, Nuevo León con Oaxaca (mismas instituciones) o Nogales, Arizona, con Nogales, Sonora, donde la geografía se impone en beneficio de la Nogales mexicana.

El galardón sueco se concede cuando parece terminar el consenso político básico que ha existido en torno al modelo de desarrollo económico neoliberal, imperante al menos durante cuatro décadas. La globalización financiera y comercial fracasó en la promesa de que habría crecimiento y desarrollo económicos hacia el infinito y más allá. No fue así. Las desigualdades se profundizaron, la pobreza aumentó y las tasas de crecimiento, salvo excepciones (1995, 2008, 2020), se mantuvieron estables en números mediocres.

El modelo sostenía tabúes desmontados en distintos momentos. Se afirmaba que la mejor política industrial era no tener una política industrial. La función del papel del Estado, reducida al absurdo. O el caso del tope a los incrementos salariales, por miedo al fantasma de la inflación. Y no hablemos del proteccionismo comercial derribado en economías emergentes y reinstalado en Europa o Estados Unidos…

Jaime Ros ofrece una perspectiva crítica hacia algunas ideas de Acemoglu, Johnson y Robinson, que tienden a sobreenfatizar el papel de las instituciones formales a expensas de otros factores, como la cultura empresarial, la infraestructura y el contexto histórico de cada país. Las instituciones no actúan en un vacío y su efectividad está condicionada por el contexto sociocultural. El Estado debe desempeñar un papel proactivo como regulador y como impulsor de la innovación a través de inversiones estratégicas, con políticas que integren elementos de redistribución y apoyo a sectores clave que apoyen el crecimiento.

Ros sostiene que las instituciones no son suficientes para asegurar el crecimiento. Existen países con instituciones inclusivas que aún enfrentan estancamiento. La calidad de la política industrial y las dinámicas del sector privado también son cruciales. Además, se requiere, en países como México, que el sistema impositivo sea progresivo y redistribuya ingresos. “Para crear un Estado de bienestar se necesita de un Estado grande que distribuya los ingresos de los más ricos a los más pobres. Educación, salud, no se logran sin un aumento en los recursos públicos…”.

En el gobierno anterior, el crecimiento fue menor a lo prometido y al promedio de sus antecesores. Sin embargo, la pobreza disminuyó y el ingreso familiar aumentó. No hubo más riqueza en términos del PIB, pero sí hubo mejor distribución entre clases y regiones, aunque insuficiente y desigual. El aumento a los salarios no detonó la inflación y se conjuntaron medidas de política laboral, fiscal y social en un contexto que hizo clic (virtud y fortuna). Ahora, no es claro un modelo de desarrollo alternativo, sino una combinación de políticas que tuvieron éxito en un momento histórico.

Diferentes modelos de desarrollo pueden ser efectivos en distintos contextos. No hay un solo camino hacia el crecimiento y menos para que la prosperidad sea compartida. Ese puede ser el nuevo paradigma.

Lecturas sugeridas: La riqueza de las naciones en el siglo XXI, Jaime Ros (FCE); Misión economía. Guía para cambiar el capitalismo. Mariana Mazzucato (Taurus). Slow Down. The Degrowth Manifesto. Kōhei Saitō (Astra House)

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