Este martes es importante. Es lo que podemos denominar, desde una perspectiva de análisis político, una coyuntura: el momento espacial y temporal en el que se reúnen las condiciones para generar un cambio, para modificar las tendencias inerciales. Si se oprime el botón de detonación, se modifica el futuro. La transformación puede ser leve o drástica. Con consecuencias de mediano o largo plazo. Depende del comportamiento de los actores involucrados.
En realidad, se trata de una doble coyuntura en la que se comparte momento temporal, pero ocurre en dos espacios geográficos distintos: las elecciones en Estados Unidos y el arranque formal del proceso de elección de juzgadores en México, simultáneo a la discusión sobre su constitucionalidad, a partir del proyecto del ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá (¿por qué hay tanto apellido compuesto entre magistrados y ministros?).
En las elecciones gringas se define el futuro planetario. Donald Trump prometió abandonar la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que se ha convertido en el esponjoso muro de contención de la invasión de Rusia a Europa (cambio profundo). Kamala Harris prometió buscar un acuerdo de paz en Medio Oriente (inercia). En cualquier caso, el riesgo de una guerra que se extienda en ambas regiones es alto (ya hay soldados norcoreanos en Ucrania, ya atacó Israel Líbano e Irán) y el dilema es a quién le dan los electores el mando del otro botón de detonación, el nuclear. En este campo de conflicto no tenemos mucho que hacer, salvo en el terreno de las ideas y con actuación diplomática en organismos multilaterales.
Con Trump habrá una regresión en derechos humanos, conquistas sociales y, paradójicamente, libertades. Con Harris, avanzarán derechos y libertades de mujeres y minorías, ya no tan minoritarias. Para México, con ambos tendríamos la misma agenda, la misma dureza-presión-cooperación, con modos distintos, pero como la forma es fondo, nos conviene el triunfo demócrata. En esta cancha, sí somos jugadores.
En la Corte Suprema mexicana se moverá ficha. Los actores (gobierno, legisladores, juzgadores) participan en una variante del juego de estrategia chino Go, en el que se compite por controlar el territorio a partir de quitarle libertades de movimiento al oponente y capturar sus fichas (piedras). Desde la Corte, última trinchera de la resistencia al cambio, se busca atrofiar la transformación y provocar al adversario a que cometa un error grave. Desde el gobierno se quiere completar la partida y cumplir el objetivo. Desde la resistencia se quiere patear el tablero, pero que lo tire el jugador de enfrente.
En ninguna de las coyunturas se definirá el fin del mundo, ni de la democracia, pero ambos procesos nos deberían llevar a reflexionar y deliberar y debatir acerca de la democracia del futuro. La pregunta no es ¿cuál es el futuro de la democracia? Sino, ¿cuál debe ser la democracia del futuro? La diferencia no es solo de matiz, implica tomar decisiones estratégicas a partir de que los consensos sobre el modelo económico neoliberal y sobre el liberalismo político presentan síntomas de agotamiento.
En democracia, la lucha política no se reduce a los procesos electorales. Se compite en todos los ámbitos por llevar a cabo un proyecto de nación, un modelo de desarrollo o, al menos, se disputa la dirección y conducción del aparato administrativo público y la gestión de los recursos públicos. Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo fueron portadores de un proyecto antitético respecto del de Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum.
La democracia representativa mexicana, con sus límites y deficiencias, ha sido el campo de lucha para que un movimiento subalterno que movilizó a amplios sectores sociales pudiera organizarse y desafiar al status quo hegemónico. Ahora vivimos el proceso de tensión que deriva de la creación de nuevas formas de consenso social y político. La nueva élite política le disputa la dirección moral e intelectual a la élite dominante que desplaza. Por eso hay tanto ruido en los medios.
La hegemonía no es la dominación de un partido, sino la capacidad de un grupo social para ejercer liderazgo a través de un nuevo consenso cultural e ideológico de la sociedad, lo mismo en Estados Unidos que en México.
Lectura sugerida: Política para indiferentes. Juan Carlos Monedero. FCE