Segundo piso

La deriva democrática (I)

En Occidente, cada país tiene la mejor democracia posible en cada momento histórico, a partir de la correlación prevaleciente de fuerzas políticas que luchan por el poder.

La democracia está en tensión permanente, es su naturaleza. ¿Estados Unidos es una democracia realmente representativa, cuando la elección es indirecta y un candidato o candidata a la presidencia se lleva todos los votos de un estado con mayoría simple? ¿Hay mayor sobrerrepresentación que la estadounidense para elegir presidente? ¿Son las monarquías parlamentarias más o menos democráticas, cuando la jefatura de gobierno o la primera magistratura se elige indirectamente, en un Parlamento (con distintas fórmulas de sobrerrepresentación), y cuando la jefatura de Estado es hereditaria? ¿Son las instituciones contramayoritarias garantía u obstáculo para el ejercicio democrático? ¿Se puede llegar al poder por la vía democrática y, desde allí, desmontarla? ¿Solo una República, con división de poderes, puede ser democrática? ¿Si un país no es federalista, está impedido de ser una democracia? ¿Solo la descentralización es democrática o hay países centralistas con democracia?

En Occidente, cada país tiene la mejor democracia posible en cada momento histórico, a partir de la correlación prevaleciente de fuerzas políticas que luchan por el poder; de la fortaleza de sus sociedades y de sus formas de participación colectiva; de sus valores socioculturales imperantes (más o menos reflejados en sus normas); y de la visión de la coalición de sus élites hegemónicas.

En Estados Unidos se privilegió la cohesión de la Unión, antes que los derechos colectivos e individuales logrados paulatinamente, a partir de movimientos sociales, y solo después de que se integró la Catorce Enmienda en su Constitución durante la posguerra. Desde entonces, los derechos han tenido una tendencia hacia la igualdad y la inclusión, a trompicones y con el diferente ritmo que su federalismo ha permitido, hasta el triunfo de Trump. Ahora, con su segundo mandato, están en riesgo derechos y libertades. Designará jueces vitalicios en su Corte Suprema y tendrá control en las dos cámaras. ¿Murió la democracia en nuestro principal socio comercial o se construye una nueva hegemonía con la democracia que tienen?

En la mayoría de los países europeos se combinan las más rancias tradiciones no democráticas con instituciones modernas, representativas, estables, confiables, con amplio consenso. Algunos mantienen la jefatura de Estado en un monarca, en otros prevalecen instituciones heredadas del socialismo oriental o que derivaron de las revoluciones Industrial o francesa. Hay sistemas de representación insuficientemente plurales, con sobrerrepresentación territorial o de minorías. Conviven valores culturales democráticos, arraigados durante generaciones, con formas de elección y renovación de autoridades a través de procesos electorales consolidados. La Unión Europea incide en procesos democráticos de sus integrantes y aliados, incluido México como socio comercial, desde los últimos minutos del siglo XX, cuando firmó el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea (ALCUEM) con cláusula democrática.

En América Latina la democracia es joven y su ritmo ha sido agitado. En el aún cercano siglo pasado, iban y venían golpes de Estado. En la transición chilena hacia la democracia, se instituyeron pesos contramayoritarios como condición de Augusto Pinochet para aceptar el plebiscito nacional que decidió interrumpir su continuidad en 1988. En 2011, las tensiones acumuladas que no resolvían los gobiernos de la transición provocaron una movilización estudiantil que, tras diez años de lucha, se volvió gobierno, con Gabriel Boric como presidente y Camila Vallejo (¿la recuerdan?) como secretaria general de gobierno. Boric impulsó una nueva constitución ‘maximalista’ y ‘radical’ que no logró el consenso con dos constituyentes y en dos plebiscitos (2022 y 2023). Las resistencias a los cambios profundos triunfaron.

México tuvo la mejor política exterior para blindar de intervenciones extranjeras su autoritaria política interior. Movimientos sociales y políticos importantes (estudiantil en 68 y 86, navismo, cardenismo…), y uno armado (el EZLN) generaron la energía social suficiente para catalizar la apertura política, con una élite académica institucionalista como vanguardia, por voluntad de gobiernos priistas y panistas, que así resolvían su déficit de legitimidad.

Ahora, vivimos un proceso de cambio político profundo, pero menos ambicioso que el chileno, con nuevas mayorías, con un esquema institucional que incorpora otras formas de distribución del poder. Nos dirimimos entre la defensa del statu quo y el diseño de la democracia del futuro.

Lectura sugerida: La dictadura de la minoría. Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (Ariel).

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