La Estrategia de Seguridad Nacional (ESN) publicada por Donald Trump en noviembre es un manifiesto ideológico de la nueva política exterior de Estados Unidos que rompe con el consenso liberal que la había guiado desde el fin de la Guerra Fría.
Se presenta en clave triunfalista con ocho conflictos resueltos en ocho meses —de Camboya y Tailandia a Kosovo y Serbia, del Congo y Ruanda a Pakistán e India, de Israel e Irán al fin de la guerra en Gaza, pasando por Egipto y Etiopía, y Armenia y Azerbaiyán— como muestra de la eficacia del liderazgo de Trump, que le mereció el premio de la paz de la FIFA, a falta del Nobel.
La ESN representa un cambio profundo del modo en que Washington entiende su papel en el sistema internacional bajo tres principios: paz a través de la fuerza, realismo flexible y respeto a la soberanía.
Parte de un ajuste de cuentas con el pasado: las élites de Washington perseguían una “dominación global permanente”, imposible de sostener y contraproducente. Trataban de financiar un estado de bienestar interno expansivo y un costoso aparato militar y diplomático, una ecuación insostenible.
A ello añade una crítica a la globalización y a la versión del libre comercio que dominó la agenda: tratados multilaterales, deslocalización industrial, apertura asimétrica de mercados. Políticas que vaciaron el corazón productivo de EU, erosionaron a la clase media y socavaron las bases materiales de la primacía estadounidense. Washington permitió que sus aliados “descargaran el costo de su defensa” sobre el contribuyente estadounidense.
Así se justifican las medidas trumpianas: aranceles, presión extrema sobre aliados, recentrado hemisférico, redefinición del papel de Europa y reconfiguración del vínculo con China y Rusia.
El relato del pasado era la “expansión del orden liberal”; el de Trump, hoy, es la “corrección inevitable” de una deriva autodestructiva de sus antecesores.
La nueva estrategia diluye la línea entre política doméstica y política exterior: reconversión industrial, política energética y control de fronteras son elevados a la categoría de pilares del poder nacional, con cinco ejes de seguridad económica: comercio equilibrado, reindustrialización, revitalización de la base industrial de defensa, dominio energético y el sector financiero como palanca de poder global.
La visión del mundo de Trump es una mezcla de realismo clásico, nacionalismo económico y un enfoque abiertamente transaccional de las relaciones exteriores. Los estados siguen siendo actores centrales; las instituciones multilaterales, prescindibles.
El concepto “reparto de cargas” se transforma en un mandato inflexible, lo mismo en Europa que en Medio Oriente. Ningún aliado podrá seguir “viajando gratis” bajo el paraguas de seguridad de EU.
En el continente americano, el corolario de Trump a la Doctrina Monroe deriva en una política mucho más intrusiva hacia América Latina con la combinación de lucha frontal contra los cárteles, rechazo a la presencia china en infraestructuras estratégicas y restricciones migratorias más duras.
En el rediseño del orden global, se plantea una América Latina más replegada hacia sus intereses, pero aún central en las cadenas de valor, en los equilibrios militares y en la arquitectura financiera global.
Para los aliados tradicionales, especialmente en Europa y Asia, el mensaje de fondo es incómodo: la garantía de seguridad estadounidense ya no será un bien público global suministrado sin condiciones, sino un servicio sujeto a pagos, compromisos y contrapartidas. Para los rivales, la doctrina abre una ventana de oportunidad y, al mismo tiempo, una fuente de incertidumbre.
La política exterior de Trump empujará al sistema internacional hacia tres direcciones posibles, no excluyentes:
a) Una reforma dolorosa del orden vigente, en la que EU reduce compromisos, los aliados aumentan su responsabilidad y las instituciones se adaptan a una distribución de poder más plural, manteniendo la centralidad occidental.
b) Una fragmentación en bloques: economías parcialmente desconectadas, sistemas tecnológicos incompatibles, alianzas cruzadas entre potencias y regiones en busca de autonomía, en un entorno de competencia intensa, sanciones permanentes y diplomacia de suma cero.
c) Una deriva hacia un mundo de acuerdos ad hoc, negociaciones bilaterales duras y ausencia de reglas comunes claras, donde la fuerza económica y militar se impone sobre normas y mecanismos colectivos. La seguridad se vuelve más cara para todos y más estrecho el margen de error.
Trump deja claro que EU ya no es el paladín del orden liberal global, sino un Estado-nación que maximiza su ventaja relativa en un entorno hostil y competitivo. El resto del planeta, de manera fragmentada, tiene el reto de acomodarse, resistir o acelerar su propia transformación.
Lectura sugerida: “Historia mínima de Estados Unidos” de Erika Pani (Colmex).
Gracias, LGCH.