Arrancar las capas superficiales para encontrar la herida; esa que se ha contaminado con el tiempo; que te hace llorar de vez en cuando.
Hurgar. Desinfectar. Gritar.
El teatro de Itzhel Razo incomoda. Te puede hacer reír, pero lo hará para señalar. Es capaz de conducirte por momentos hilarantes al tiempo que te revuelve el estómago. Es un teatro que remueve las entrañas. Es un teatro necesario.
Salí con una mueca después de ver Wilma, el unipersonal autobiográfico de Itzhel Razo. Satisfecho y desencajado; conmovido y desconcertado. Asombrado de su capacidad para arañar el alma y calar la piel. ¿No acaso para eso debiera servir el arte? ¿Para hacernos preguntas e intentar descifrar el mundo?
Teniendo al huracán Wilma como marco imaginario, Itzhel nos transporta a su prehistoria subconsciente. Nos lleva a un viaje amargo y doloroso en el que nos muestra a la sociedad excluyente en la que creció; la clase alta yucateca que tiene educación en escuelas privadas y casas en la playa.
Su propuesta tiene como telón de fondo a la sociedad yucateca, la lengua maya y las costumbres de la región. Su lenguaje está lleno de referencias sutiles y expresiones localistas. Es una cátedra de elitismo yucateco.
Con una escena inicial que va de lo onírico a lo etéreo, usando su hermosa y flotante cabellera roja como elemento escénico, Itzhel nos da la sensación de levitar, al tiempo que una transmisión radial en lengua maya le sirve a la actriz como fondo musical.
Usa una amplia variedad de recursos escénicos, pero sobre todo es su corporalidad y voz gutural, las que permiten a Itzhel transportar al público a una tormenta emocional. No concede tregua. Se vuelve primitiva y feroz. Baila, grita y se contorsiona. Regala una experiencia multidisciplinaria en la que usa proyecciones de video, pintura corporal, efectos sonoros, y una tina de agua. Una propuesta rica en lo visual, multisensorial y compleja en lo emocional.
Su discurso es contra el arraigado clasismo de la sociedad yucateca en la que creció y se formó, pero de la que no se siente del todo parte. Su rabia es contra su abuela, que cercenó su futuro al convertirlo en un infierno: “Tu padre se deshizo en una jarra de agua”, le diría la abuela al anunciar la muerte de su padre.
La cúspide de la obra, ya en lo más profundo de la experiencia humana, la que raya en lo brutal, en ese espacio en el que el personaje parece más una bestia irracional, llega con la catarsis y la limpieza que da el agua; el sumergirse y diluirse en la fluidez acuosa y primigenia.
Itzhel te lleva a un viaje sin retorno. Te muestra el infierno y no te garantiza que saldrás de él.
Premios y presentaciones
La obra Wilma celebrará 100 presentaciones antes de que concluya el año y se presenta por primera vez en Mérida, de donde es originaria Itzhel, en el teatro Armando Manzanero durante el marco del Otoño Cultural, en el teatro La Rendija que dirige Raquel Araujo y en el teatro José María Iturralde de Valladolid. Recientemente el unipersonal ganó como el mejor monólogo de la Agrupación de Críticos y Periodistas Teatrales (ACPT). Próximamente se irá a participar al Festival de Clasismo de Nuremberg, Alemania.