El humano es un ser de símbolos y fiestas. Una de sus características es la celebración de los actos que considera importantes: nacimiento, primera comunión, graduación escolar, cumpleaños, casamiento y Año Nuevo, entre otras.
Durante siglos no hubo día de descanso hasta que Constantino el Grande, emperador romano, en el año 321, hace 1,701 años, hizo obligatorio el domingo como día de descanso.
En Navidad se celebra el nacimiento de Cristo, que para los cristianos es Dios hecho hombre. El Año Nuevo lo conmemoran los cristianos la noche del último día de diciembre.
El año nuevo chino se celebra en los meses de enero o febrero, según los movimientos de la luna. Los judíos festejan el Año Nuevo, que llaman Rosh Hashaná, en septiembre, que junto con el Yom Kipur son las fechas más importantes para ellos.
Los musulmanes, la mayoría árabes, que practican el islam, cuyo libro más importante es el Corán, como para nosotros la biblia, celebran el Año Nuevo el 18 y 19 de julio.
Todos los años nuevos son dignos de respeto. Cuando estudié en Nueva York tuve compañeros musulmanes, judíos y chinos, entre otros, y no solo respetaba sus creencias sino algunos me invitaron a celebrar con ellos, y pasé un buen rato en la celebración. Nunca discutí con ellos las diferentes concepciones religiosas o la negación de la existencia de Dios. Platicábamos sobre las diferencias sin pelearnos, insultar o descalificar las creencias del otro.
Una celebración de los americanos, que respeto y comparto cuando me acuerdo, es el día de dar gracias, cuyo origen fue las gracias que dieron unos colonos a los aborígenes por enseñarles a sembrar y a cazar, lo que les permitió sobrevivir.
El llamado Thanksgiving significa dar gracias por lo que tenemos el día que se celebra. En 1863 el presidente de EUA, Abraham Lincoln, convirtió ese día en fiesta nacional.
La convivencia implica respetar las creencias y celebraciones de los demás, y para ello es importante un gobierno que las respete y no obligue a los ciudadanos a creer, hacer o trabajar en los que los gobernantes ordenen. La función de los gobernantes verdaderamente democráticos es vigilar que la convivencia sea pacífica y en libertad, y se respeten las formas de vida, objetivos y creencias de cada uno, mientras no perjudiquen a terceros.