El regreso de la inflación como un fantasma económico que parecía olvidado y el peso de un conflicto bélico que afecta el entorno financiero mundial tendrán consecuencias en el comportamiento del comercio internacional y de los equilibrios que lo sostenían.
No retornaremos a un escenario de economías cerradas, pero sí habrá un cambio de dirección para tomar el camino de la autosuficiencia, al menos en producción de combustibles y alimentos, para evitar depender de imprevistos para los que, claramente, el mundo no estaba bien preparado.
Lo más seguro es que empecemos a vivir en una economía ‘híbrida’ que recupere medidas de contención inflacionaria no vistas en décadas y mantenga abiertos los mercados y las rutas comerciales, aunque modificando los criterios de costo-beneficio.
Si antes, por ejemplo, la distancia no era un elemento determinante para manufacturar, la pandemia ha obligado a que vuelva a estar entre los primeros de la lista al momento de invertir. Eso no quiere decir que el destino en el corto plazo es instalar plantas y fábricas a dos pasos de las oficinas corporativas; sin embargo, muchas compañías planean ubicar su proveeduría lo más cerca que se pueda.
Europa está aprendiendo de la peor manera que haber optado por importar gran parte de sus combustibles desde Rusia, sin un plan de respaldo, fue una medida correcta mientras la política y sus intereses estaban alineados con la paz y la negociación; cuando esa estabilidad se pierde, entonces la conveniencia financiera se vuelve una camisa de fuerza llamada dependencia, lo que debilita a cualquier nación, región o continente.
Si la historia tiende a repetirse, los ciclos económicos no lo hacen necesariamente; por eso, los gobiernos y los bancos centrales deberán calcular con cuidado qué del pasado sirve para este cambio de época y cuáles serán las innovaciones que podrían sentar las bases de un nuevo orden comercial que tendrá una ambivalencia nunca vista.
Por un lado, daremos una vuelta hacia el autoabastecimiento y el control de las materias primas para reducir molestias generales que se conviertan en facturas políticas y, por otro, será necesario trazar rutas económicas diferentes, cercanas, que darían paso eventualmente a bloques regionales o continentales que estarían compitiendo con otros hemisferios que antes eran proveedores de productos terminados, insumos y alimentos.
Ese mapa económico lucirá distinto, en pleno siglo XXI, a lo que conocemos ahora y provocará adecuaciones en muchos sentidos, donde los países que se verán más beneficiados serán los que se unan y además cuenten con mercado, recursos naturales, espacio territorial y vías de comunicación para enviar y traer mercancías. Los que decidan aislarse pasarán por periodo de vacas flacas, igual que los que no puedan ofrecer proveeduría o consumidores que paguen por aquello que no producen. En esa lógica, el comercio internacional se comportará en algunas fases como en los años 80 y, en otras, como si ya estuviéramos en el siguiente milenio.
Reconocer las diferencias será el reto de Estados y de compañías para no errar al momento de aplicar políticas demasiado arriesgadas que terminen por fracasar por anticipación o asumir medidas conservadoras que no se apeguen a los tiempos que vivimos. Una economía híbrida, de pasado y futuro, se comportará de manera impredecible y deberá ser analizada por casos e industrias específicas porque también los consumidores estamos adoptando hábitos que podrían recordar otros tiempos, a la par de decisiones de compra que solo podrán explicarse en el marco del futuro que impulsa el desarrollo tecnológico.
¿Qué tipo de brújula podrá guiarnos en la ambigüedad económica más relevante de nuestra historia? Eso es lo que estamos por ver e involucrarnos en ese proceso es hacerlo en la próxima etapa de la historia del planeta.