Son los números, y no las declaraciones, los que impulsan las decisiones de inversión. Por mucho ruido que haya en las redes sociales, en los medios de comunicación tradicionales, para influir en los diferentes “círculos” en donde, se supone, se concentran los segmentos de la población, el análisis de las cifras económicas siempre termina prevaleciendo cuando se actúa con responsabilidad financiera. Y, entre los grandes inversionistas, esa responsabilidad es la única forma de garantizar el dinero que se pone en la mesa.
Eso no significa que todas las decisiones que toman quienes apuestan en los mercados están fundamentadas en el estudio de los indicadores. Existe lo que se llama, eufemísticamente, “apetito por el riesgo”, cuando en realidad lo que ocurre en el mercado de valores es un intercambio de capitales motivado por los rendimientos de corto plazo, las proyecciones a futuro de materias primas, a través de una supuesta “adrenalina” económica para premiar o castigar el desempeño de compañías privadas y de sectores industriales.
Lo que ocurre en México es lo primero, es decir, la evaluación de políticas económicas prudentes —que no conservadoras— en donde se ha logrado un interesante equilibrio entre el apoyo social a los deciles de menor ingreso y el desempeño de una economía que ha rebotado desde la caída ocasionada por la pandemia para sorpresa de instituciones internacionales, corredurías, analistas, apoyadores y, seguramente, detractores.
La última frontera de esa idea que tenemos de capitalismo era repetir esa equidad que apenas pudimos disfrutar cuando sucedió el “milagro” mexicano, cuya explicación histórica poco tiene que ver con este repunte. Tuvimos una segunda oportunidad, la de la bonanza petrolera, que terminó en una de las mayores decepciones administrativas por la corrupción y la impunidad.
De acuerdo con los resultados públicos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) del INEGI, estamos ante un fenómeno distinto, pero encaminado a cruzar ese umbral que tanto se nos había negado: una reducción de la pobreza y una distribución más equitativa entre los diferentes deciles económicos de la población.
A estos números, se agregan las mediciones del crecimiento del PIB, que aumentó un 3.6 por ciento en el primer semestre, con alzas mensuales sostenidas, que ya modificó el estimado internacional sobre el desempeño que tendría México al cierre del año, sin contar todavía con la incorporación en forma de las nuevas cadenas de suministro hacia Estados Unidos.
Mitos aparte, el comportamiento de la economía mexicana está balanceado y confirma que la posibilidad de contar con más ingresos públicos, reducir el costo del aparato de gobierno por medio de ahorros, y la generación de grandes proyectos, además de una presencia decisiva en el mercado energético, ampliaron la base de recursos que directamente les llegaron a los sectores que más lo necesitaban.
Con los indicadores de la ENIGH, vendrá un informe sobre el estado de la pobreza por parte del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Los primeros pronósticos señalan la ratificación de que, por primera vez en décadas, hay una menor brecha de desigualdad y un crecimiento no solo real, sino mucho más parejo, a lo largo de toda la sociedad.
No obstante, este cambio de época por el que votó una mayoría hace cinco años, apenas comienza. Los retos son formidables, pero ya lo eran al inicio de esta administración que hereda las insuficiencias de, al menos, tres sexenios anteriores.
Para no confundir este periodo positivo con las ilusiones que se presentaron en crisis previas, necesitamos profundizar en el combate a la desigualdad, en la recuperación de un mercado interno que no se logró consolidar y abrir la competencia en varios mercados que pueden brindar muchos más empleos y beneficios. Este es un punto de partida, el cimiento de una economía social, aunque conveniente para la iniciativa privada y para los capitales, estos últimos, apuntalando inversiones en un país que podría estar en la ruta que siempre deseamos como sociedad, pero no podíamos seguir por distintos intereses.
La meta será continuar ampliando la equidad y a partir del sentido social de las políticas públicas, brindar oportunidades que sean más atractivas que las ofrecidas por la delincuencia. Construir la paz será posible gracias a este enfoque económico, un capitalismo en su versión más justa y, por ello, mejor para todos.
El autor es comisionado del Servicio de Protección Federal.