Hace poco más de un mes, la Universidad Tecnológica del Sureste de Irlanda anunció la apertura de una nueva licenciatura de “creación de contenido y redes sociales” para formar a nuevas generaciones de influencers, un trabajo que amenaza con convertirse en una de las profesiones más populares entre las y los jóvenes del mundo.
No es para menos. La “economía de la atención”, esa que se ha formado alrededor del tiempo que dedicamos a estar frente a una pantalla, alcanzará varios billones de dólares a nivel internacional este año, según estimaciones públicas de corredurías y firmas de análisis financiero.
Nuestra vida hoy está en el mundo digital y los dispositivos se diseñan para que ese contenido esté disponible donde sea que nos encontremos. Ya no acudimos al entretenimiento, éste vive pegado a nosotros para recibir los miles de mensajes que los anunciantes quieren compartirnos.
La portada del número más reciente de la reconocida revista The New Yorker lo ilustra con bastante precisión: una mesa de Día de Gracias (una de las festividades más importantes en los Estados Unidos) en la que todos los miembros de la familia están mirando sus aparatos móviles sin dirigirse la palabra.
Nunca había sido tan importante saber qué cautiva nuestra atención como ahora. Puede ser un video breve, el encabezado de una noticia o el hashtag dominante de la siguiente hora. Lo importante es llegar a la mayoría de los consumidores en el menor tiempo posible, pero sin que decidan abandonar el ciberespacio para, por ejemplo, vivir en su realidad.
En la temporada económica de mayor relevancia en el año, que está a unas cuantas semanas, el pronóstico de ventas se anticipa histórico. Prácticamente, todas las grandes y medianas compañías, incluyendo también muchas de las pequeñas, se han recuperado de la pandemia y están enfiladas hacia un par de años que podrían borrar la pesadilla económica y sanitaria que ocurrió en 2020.
Esa bonanza desataría una guerra por mantenernos atentos a una serie, un podcast o a nuevos medios de comunicación masiva. Para cautivarnos se vale de todo y la última señal de ello fue la pequeña revolución que sufrió Silicon Valley por el despido de Sam Altman, el líder y cabeza visible de la inteligencia artificial.
Debido a diferencias con su consejo de administración, Altman fue echado de OpenAI, la popular compañía que fundó, para ser reinstalado en una semana ante las protestas de colaboradores y de una parte importante del centro tecnológico ubicado en California.
La disputa es sobre la regulación que deberá existir para la inteligencia artificial y sus potenciales herramientas en el desarrollo del futuro del mundo. Altman había sido el primero en advertir que no se dejen al mercado decisiones tan relevantes como el uso de esta capacidad tecnológica en la vida cotidiana. Sin embargo, la apuesta en ella es multimillonaria y solo se espera que llegue más capital para apuntalar su crecimiento, y cuando se alcanza ese nivel de financiamiento, lo último que desean escuchar los mercados es la palabra ‘regulación’.
Imaginemos cómo podría ayudar la inteligencia artificial a enfocar nuestra atención y cómo fortalecería nuestra dependencia a mirar una pantalla. Esa sería la nueva economía. Una en la que todo puede hacerse en línea, basada en nuestras preferencias, emociones y tendencias de pensamiento. Es la última frontera que la tecnología no había podido cruzar: no distinguir la realidad, de lo que consideramos ‘nuestra realidad’.
Eso representa muchos peligros. Si ya los radicalismos son una amenaza en nuestros sistemas democráticos, una realidad manipulada a la que le dediquemos la mayor parte de nuestro tiempo, nos apartaría de la participación activa que debemos tener como ciudadanos y como consumidores.
Rápidamente, la ‘economía de la atención’ se volvería la ‘economía de la distracción’ y eso podría traer un aislamiento social jamás visto. Y una regla para construir sociedades inteligentes y pacíficas es la convivencia y la ocupación de los espacios públicos que son de las y de los ciudadanos. Es decir, vivir en esta realidad y no en la que hemos diseñado en el mundo digital.
El autor es comisionado del Servicio de Protección Federal.