La posición de México en el apuntalamiento de una nueva economía global no está a demasiada discusión; sin embargo, esa relevancia incluye a las tres naciones de América del Norte y, en buen parte, podría beneficiarse de la incorporación paulatina de países del resto del continente.
Esto se sustenta en tres poderosos factores: recursos naturales, mano de obra joven y calificada, rutas más cortas para transportar mercancías al mercado más importante del planeta, que es la misma región que integra el T-MEC.
No son casualidades, ni alineamiento benévolo de las estrellas, se trata de un cambio de época económico en el que la batalla es por el desarrollo de la tecnología más avanzada y la fabricación de los componentes que necesita.
Nvidia, la compañía líder en chips para herramientas de inteligencia artificial, ha duplicado sus ventas y con ello su valor se ha disparado, a partir de lo que podrían producir para un mercado que no se ha detenido a pesar de las advertencias de sus propios creadores. Regular la IA es inminente, como lo es también que sus aplicaciones lleguen a todas las industrias y a todos los campos de la ciencia, lo que significará una tercera revolución industrial que transformará el transporte, el consumo y el intercambio de información en el mundo.
Con una tendencia a ubicar gigantescos centros de distribución de mercancías y de almacenes, México podría convertirse, al mismo tiempo, en la fabricante de microcomponentes de alto desempeño y en la bodega de las grandes compañías de comercio electrónico más relevante del planeta. Y a costos competitivos que no harían necesario el traslado de esa manufactura a otros lugares.
Además, como mencionábamos, está nuestra gente. Productiva, acostumbrada a horarios amplios, preparada y, tristemente, con salarios en la iniciativa privada que todavía pueden mejorar bastante. Cada armadora de automóviles, de aeronaves, de ensamble de maquinaria industrial, sabe que la calidad de la mano de obra mexicana es igual, o superior, que la de sus matrices. No obstante, los sueldos tienen que estar acorde, a la par del respeto de los derechos laborales por parte de las mismas empresas que evalúan estas ventajas.
Una tasa de empleo históricamente alta podría mejorar la estructura del mercado laboral nacional, sobre todo en lo que corresponde al empleo de las mujeres (un sector todavía afectado por la desocupación) y los jóvenes. Sin olvidar los miles que hoy logran un sustento a través de ocupaciones temporales y no cuentan con contrato, prestaciones o seguridad social. El desarrollo de la tecnología no puede ir acompañada de la precarización de la gente a la que pretende facilitarle las cosas.
Eso demanda una participación ciudadana que esté vigilante de que las diferentes aplicaciones que tengan estos nuevos sistemas de producción y de consumo no repitan los mismos errores que sucedieron en la época de la manufactura, cuando la globalización anunciaba beneficios que después no le llegaron a la mayoría de quienes trabajaban día y noche en las fábricas.
No hay un desarrollo auténtico si no conseguimos alinear los derechos con las obligaciones. Tampoco si no existe igualdad y equidad en el reparto de la riqueza que seguramente provocarán estas nuevas condiciones económicas internacionales.
Ningún problema se esfuma solo porque pasa el tiempo, cada riesgo puede volver a surgir si no tomamos las medidas que se necesitan para evitar que aparezcan. Es la metáfora de andar en bicicleta: nunca debes dejar de pedalear o caerás de inmediato.
El rostro que tendrá este nuevo mundo todavía no está bien definido. En los periodos de transición, como éste, jamás lo está. Sin embargo, entre todos podemos ir definiendo algunos de sus rasgos y hasta influir en las características que tendrá. Los periodos de cambio industrial y tecnológico han sido, tradicionalmente, disruptivos y eso hace que perdamos de vista que el activo más importante sigue siendo la gente. Pensar que las nuevas herramientas pueden prescindir de una parte de la población es aventurado y solo tiene lógica en el esquema de reducción de costos y aumento de ganancias. El mundo actual es mucho más complejo, todos los días surgen ideas que se suponía estaban enterradas y aparecen otras que dan cierta esperanza en lo que podríamos construir si vamos en la misma dirección.
Una transición podría verse como el lanzamiento de una moneda al aire, solo que hasta el acto más aleatorio tiene circunstancias y eso puede ayudarnos a que la cara más favorable a nuestra sociedad sea la que quede arriba. Depende, de nuevo, de nosotros.